Tres años habían pasado desde que Sofía fue encerrada, y la relación entre Jack y Kleiver se había fortalecido de maneras que nunca hubieran imaginado. La llegada de Mateo, a quien cariñosamente llamaban "Quimera" por sus ojos heterocromáticos, había llenado sus vidas de amor y alegría. Sin embargo, la vida también traía consigo desafíos inesperados.
Era una mañana tranquila cuando, de repente, Mateo comenzó a mostrar signos de enfermedad. Al principio, solo parecía un poco más cansado de lo habitual, pero luego su temperatura comenzó a subir y su energía se desvaneció. “Kleiver, creo que algo no está bien con Quimera”, dijo Jack, preocupado mientras acariciaba la frente de su hijo. “No se está moviendo como de costumbre”.
Kleiver, con el corazón en un puño, tomó la temperatura de Mateo y se dio cuenta de que estaba bastante elevada. “Debemos llevarlo al hospital”, dijo con firmeza, sintiendo que una ola de ansiedad lo invadía. En ese momento, la risa y la alegría que normalmente llenaban su hogar se desvanecieron, dejando solo el eco de su preocupación.
El trayecto al hospital fue silencioso. Jack sostenía la mano de Mateo mientras Kleiver conducía, su mente llena de pensamientos oscuros sobre lo que podría estar sucediendo. “Solo es un resfriado, estoy seguro”, trató de consolar a Jack, pero él sabía que ambos estaban aterrados.
Al llegar al hospital, fueron recibidos por un equipo de médicos y enfermeras que rápidamente llevaron a Mateo a una sala de evaluación. Kleiver y Jack se quedaron fuera, esperando con el corazón en la garganta. “¿Y si es algo serio?”, murmuró Jack, sus ojos llenos de lágrimas. “No puedo imaginar perderlo”.
Kleiver, intentando mantener la calma, le respondió: “No vamos a pensar de esa manera. Los médicos son profesionales. Harán todo lo posible por ayudarlo”. Pero, por dentro, la incertidumbre lo consumía. Se sentaron en sillas de la sala de espera, mirando el reloj como si cada segundo fuera una eternidad.
Mientras esperaban, recordaron momentos felices con Mateo. “Me acuerdo de su primera sonrisa”, dijo Jack, sonriendo a pesar de la situación. “Fue como si iluminara toda la habitación”.
“Y su risa cuando le mostramos los patos en el parque”, añadió Kleiver, sintiendo que esos recuerdos les daban fuerzas. “Es un niño tan especial. Tiene tanto amor para dar”.
Pero la preocupación seguía acechando. “Solo quiero que se recupere”, dijo Jack, apretando la mano de Kleiver con fuerza. “No sé qué haría sin él”.
En ese momento, una enfermera salió de la sala de evaluación, su rostro sereno pero con un aire de profesionalismo que no podía ocultar. “¿Son los padres de Mateo?”, preguntó, y el mundo de Kleiver y Jack se detuvo.
Ambos se levantaron rápidamente, el corazón latiendo con fuerza. “Sí, somos nosotros. ¿Cómo está?” preguntó Kleiver, sintiendo que la ansiedad lo invadía nuevamente.
“Estamos haciendo pruebas para determinar la causa de su fiebre, pero necesitamos que ambos se preparen para lo que pueda venir. Mateo está estable, pero hay que esperar los resultados”, explicó la enfermera, y aunque sus palabras fueron un alivio, la incertidumbre seguía presente.
Kleiver y Jack se miraron, buscando consuelo en los ojos del otro. “Vamos a estar aquí para él”, dijo Jack con determinación. “No importa lo que pase, lo enfrentaremos juntos”.
La sala de espera se llenó de un silencio tenso mientras esperaban noticias sobre su querido Quimera. La ansiedad y el amor se entrelazaban en el aire, y ambos sabían que, sin importar los desafíos que enfrentarían, su familia se mantendría unida. La lucha por la salud de Mateo solo fortalecería su lazo, y estaban listos para enfrentar cualquier adversidad que se presentara.