El sol brillaba intensamente en el cielo, iluminando el día especial que Kleiver y Jack habían preparado para Mateo. Hoy celebraban su cuarto cumpleaños, y la casa estaba decorada con globos de colores y guirnaldas brillantes, creando un ambiente festivo que hacía palpitar el corazón de todos.
Los amigos y familiares llegaban uno tras otro, trayendo regalos y sonrisas. Mateo, con su energía característica, corría de un lado a otro, emocionado por la atención y las sorpresas que lo rodeaban. Su risa contagiosa llenaba el aire, y cada vez que abría un regalo, sus ojos se iluminaban de alegría.
Kleiver, en la cocina, estaba concentrado en la elaboración del pastel de cumpleaños. Había dedicado horas a perfeccionar la receta, asegurándose de que todo estuviera perfecto. Sin embargo, Jack, al entrar en la cocina, rápidamente se convirtió en un torbellino de distracción.
“¿Y si le añades más color? ¡Mira, tengo chispas de colores!”, exclamó Jack, mientras agitaba un frasco lleno de chispas de chocolate, provocando que Kleiver se riera entre los ingredientes.
“Jack, necesito concentrarme aquí”, bromeó Kleiver, intentando mantener la compostura mientras su pareja hacía malabares con los utensilios de cocina. “No puedo hacer un pastel digno de un Quimera si me distraes todo el tiempo”.
A pesar de las travesuras de Jack, el pastel tomó forma. Con capas de chocolate, crema y fruta, cada bocado prometía ser un deleite. Finalmente, después de una última decoración, Kleiver se sintió satisfecho con su creación.
Cuando llegó el momento de cantar, todos se reunieron en el jardín, donde Mateo estaba sentado en una silla decorada especialmente para él. La emoción en el aire era palpable. Kleiver tomó la guitarra que había preparado y, con una sonrisa, comenzó a tocar una canción que había escrito para su pequeño.
“Esto es para ti, mi querido Quimera”, anunció Kleiver, y las notas comenzaron a fluir, llenando el espacio con una melodía suave y alegre. La letra hablaba de aventuras, risas y el amor incondicional que sentía por su hijo.
Mateo escuchaba con atención, sus ojos brillando mientras reconocía la voz de su papá. Jack, de pie junto a ellos, sonreía, sintiendo que cada palabra resonaba en su corazón. La canción era un regalo que unía a la familia, un tributo a la alegría que Mateo traía a sus vidas.
Al finalizar la canción, todos aplaudieron, y Mateo aclamó emocionado. “¡Más! ¡Quiero más!”, gritó, saltando de su silla con entusiasmo.
“Tal vez después, campeón. Ahora es momento de partir el pastel”, dijo Kleiver, riéndose. La mesa estaba dispuesta con velas encendidas, y todos esperaban ansiosos.
Con un gran suspiro, Mateo hizo su deseo y sopló las velas, y el jardín estalló en vítores y aplausos. Kleiver cortó el pastel, sirviendo generosas rebanadas a todos los presentes, mientras Jack se encargaba de que todos tuvieran una bebida en la mano.
Entre risas y juegos, la tarde pasó volando. Mateo recibió regalos de todos, pero había uno especial que Jack había estado guardando con mucho esmero. Cuando llegó el momento, Jack se agachó y le presentó a Mateo una hermosa figura de madera en forma de Quimera, hecha a mano por él.
“¡Mira, esto es para ti, campeón!”, dijo Jack, con una sonrisa llena de orgullo.
Mateo miró la figura con asombro, sus ojos abiertos de par en par. “¡Es el mejor regalo del mundo, papá!”, exclamó, abrazando la figura con todas sus fuerzas.
“Pasé muchas noches practicando para hacerlo, y ahora está aquí para que siempre lo recuerdes”, explicó Jack, sintiendo una profunda satisfacción al ver la alegría de su hijo.
La fiesta continuó con juegos, risas y la felicidad que solo un cumpleaños puede traer. En cada rincón, la alegría se reflejaba en las sonrisas de los presentes, y el amor que Kleiver y Jack tenían por su pequeño brillaba más que nunca.
Esa noche, mientras Mateo se dormía con su figura de Quimera en sus brazos, Kleiver y Jack se miraron, sabiendo que habían creado otro hermoso recuerdo en su viaje como familia. La vida estaba llena de momentos mágicos, y hoy era solo uno de ellos.