En un pequeño pueblo rodeado por bosques densos y montañas sombrías, había una casa antigua y deshabitada que todos evitaban. Nadie sabía exactamente por qué, pero había algo en esa casa que hacía que la gente se sintiera incómoda, como si el aire se volviera denso y pesado en su interior, como si la oscuridad misma la reclamara.
Los niños del pueblo se contaban historias sobre la casa. Decían que, en la oscuridad, se podía oír un leve susurro proveniente de sus ventanas rotas, algo tan suave que casi parecía un suspiro. Otros afirmaban que habían visto sombras moverse detrás de las cortinas, pero nadie se atrevió a acercarse lo suficiente para comprobar si eran reales. A medida que pasaban los años, la casa se convirtió en un mito, un lugar al que solo los valientes o los tontos se acercaban.
Una tarde de otoño, cuando la niebla comenzó a descender lentamente sobre el pueblo, un joven llamado Lucas decidió enfrentar su miedo. Había oído las historias de la casa durante toda su vida, pero algo dentro de él lo impulsaba a descubrir la verdad. Quería demostrar a sus amigos que no existía nada que pudiera asustarlo, que la oscuridad no tenía poder sobre él.
Cuando llegó la noche, Lucas se armó de valor. Tomó una linterna de aceite y se adentró en el bosque hacia la casa. La oscuridad parecía más profunda esa noche, como si la luna estuviera oculta detrás de una capa espesa de nubes. Cada paso que daba en el suelo crujía y resonaba en el silencio absoluto, interrumpido solo por el viento que agitaba las ramas de los árboles.
Al llegar a la puerta de la casa, se detuvo un momento para observarla. La estructura de madera estaba desgastada por los años y las ventanas rotas daban la sensación de ojos vacíos mirándolo. Respiró hondo, encendió su linterna y empujó la puerta con fuerza. El chirrido de las bisagras resonó en la noche, como una advertencia que ignoró.
La casa estaba en completa penumbra, solo iluminada por la luz titilante de la linterna de Lucas. Las paredes, cubiertas de polvo y telarañas, daban un aire de abandono. Sin embargo, a pesar de la quietud del lugar, algo no parecía estar bien. Había algo en el aire, una sensación de que algo observaba, esperando. La linterna vaciló un par de veces, como si no quisiera iluminar lo que había en las sombras.
Lucas recorrió la casa, habitación por habitación, buscando algún indicio de que todo lo que le habían contado era solo un juego de niños. Sin embargo, conforme avanzaba, la sensación de incomodidad crecía. En cada rincón, las sombras parecían alargarse más de lo que deberían, como si se estiraran hacia él. En la sala de estar, la linterna titiló y parpadeó, lanzando destellos de luz que iluminaban fugazmente las paredes y el techo. Fue entonces cuando escuchó un suave susurro, tan bajo que casi no podía oírlo, pero lo sintió claramente en sus huesos.
"Te estamos esperando..."
El miedo lo invadió de inmediato. El susurro venía de todas partes y de ninguna a la vez. Se giró rápidamente, buscando de dónde provenía, pero no había nadie. La linterna, que antes parecía ser su única fuente de seguridad, ahora parecía no ofrecerle consuelo. En la oscuridad, las sombras tomaban formas distorsionadas, como figuras que se movían y respiraban, pero que nunca eran lo suficientemente claras como para ser identificadas.
Respiró profundamente, tratando de calmarse. "Es solo mi mente, solo mi mente", se repetía a sí mismo. Pero a medida que avanzaba por el pasillo, la sensación de estar siendo observado no desaparecía. Algo no estaba bien. El aire se volvía más denso con cada paso, como si la oscuridad misma se estuviera apoderando de él, arrastrándolo hacia algo que no podía comprender.
De repente, escuchó un crujido, un sonido proveniente del piso superior. Sin pensarlo, comenzó a subir las escaleras, sus manos temblorosas sujetando con fuerza la linterna. Al llegar al último peldaño, vio algo extraño: una puerta cerrada al fondo del pasillo. Nunca la había visto antes, como si siempre hubiera estado allí, esperando.
La abrió con cautela. La habitación era pequeña, con una ventana sucia que dejaba pasar solo un poco de luz de la luna. Pero lo que más le llamó la atención fue lo que había en el centro: una silla de madera antigua, en la que descansaba una figura de espaldas, completamente inmóvil.
"¿Quién está ahí?" Lucas preguntó, su voz temblando. La figura no respondió. Se acercó lentamente, sin atreverse a apartar la vista de la sombra que ahora parecía más densa que antes.
A medida que se acercaba, la figura comenzó a girarse lentamente, como si no tuviera prisa, como si el tiempo se alargara en esa habitación. Finalmente, la figura enfrentó a Lucas.
Era su propio rostro, pero distorsionado, cubierto de sombras y arrugas. Sus ojos, completamente negros, no reflejaban la luz de la linterna. La sombra que ocupaba la silla no tenía un cuerpo, solo una cara. Pero esa cara no era humana.
De repente, Lucas sintió que el aire se le escapaba, como si algo invisible estuviera apretando su pecho. Intentó retroceder, pero sus pies no respondían. La oscuridad de la habitación lo envolvió rápidamente, y la figura comenzó a moverse hacia él.
"Ya te hemos encontrado..." susurró la figura con una voz que no era la suya.
La linterna cayó al suelo, apagándose en el acto, y la oscuridad lo tragó por completo. No había nada más que el eco de su propio miedo resonando en las paredes.
Cuando los vecinos fueron a buscarlo a la mañana siguiente, la casa estaba vacía. La puerta estaba cerrada, como si nunca hubiera sido abierta. Lucas había desaparecido sin dejar rastro, y el pueblo nunca volvió a hablar de él.
Pero los niños del pueblo, cuando pasaban cerca de la casa, decían escuchar susurros en la oscuridad. Susurros que los invitaban a entrar.
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La Casa de las Historias de Terror.
Paranormalson muchas historias de terror en un solo libro, pero puede haber historias que se conecten. Pero recomiendo leer como lo he puesto