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Joseph

Estamos en una discoteca, sentados en la barra mientras tomo whisky; aún no tengo la edad suficiente pero me alegro de parecer más grande. Shawn está al lado mío y pidió vino blanco. No hablamos pero vemos a la gente bailar y pone la mano encima de la mía.

—¿Quieres bailar? —pregunta sin más.

—No sé bailar. —Me encojo de hombros. Realmente no sé...

—Yo te puedo enseñar —dice y me enseña una sonrisa abierta. Una que jamás había contemplado e inmediatamente yo también sonrío.

—Sí pero...

-—Pero nada.

Y aquí estamos con una melodía cadenciosa de Milli Vanilli sonando en todo el lugar con su «te amo, más de lo que jamás sabrás». Se mueve tan juvenil y brillante; yo trato de imitar sus pasos y sonríe. Me entristece el tema de que yo no he vivido suficiente mi vida y él sí; yo jamás tuve amigos y él hasta novio.

—Deja de estar tan serio y baila —me dice un poco fuerte por el estruendoso volumen de la música. Ni siquiera me había dado cuenta había a empezado a bailar un poco lento.

De pronto cambia de canción y todas las parejas se acercan más. Conozco, por supuesto, esa canción. Forever Young, de Alphaville. No le importa y simplemente me pone una mano en la cadera y me acerca hacia él mientras toma mi otra mano y la estira al igual que la suya. Estamos demasiado juntos llamando la atención de algunas personas y de inmediato me dice:

—Me importa una mierda lo que la gente diga. Hoy no me privaré del gran placer de la felicidad.

La maldita letra de la canción me mata por dentro una y otra vez. «Por siempre joven, yo quiero ser / ¿Realmente quieres vivir por siempre?».

—Jóvenes por y para siempre —le susurro al oído mientras nuestros pies se mueven tranquilamente al ritmo de la melancólica y hermosa canción.

...

—Tan mal no bailas, eh —dice sonriéndome y abrazándome con un brazo encima de la cintura, regresando a la barra.

—Supongo que no. Eres un gran maestro.

Río y volteo al lado derecho de la barra y me percato de que están mis padres junto con Adán en la entrada. Parecen estar inspeccionando el local y de inmediato me volteo y arrastro a Shawn hacia el baño. No evita retenerse y mirarme mal pero yo con todas las fuerzas posibles lo llevo.

—¿Qué pasó? ¿A quién has visto? —pregunta en cuanto lo suelto.

—¡Mis padres! Están aquí con Adán —grito como si fuera lo más obvio del mundo.

—¿En serio? ¡Joder! Que ni una noche podemos pasar juntos sin que alguien nos la arruine.

—¡Tenemos que salir de aquí! No quiero volver a casa. Sé que están preocupados pero quiero estar contigo. Vayamos a tu casa, por favor. —Dicho esto, su mirada se vuelve fría y lo piensa un momento, pero niega levemente con la cabeza. ¿Qué pensará?

—No. A mi casa no —murmura—. Vayamos a un hotel. Ahora que lo pienso, es bueno cargar con una tarjeta de crédito.

Lo tomo de la mano y me asomo por la puerta. No hay nadie conocido y corro por la gentío. Me siento tan estúpido al correr aquí pero tenemos más libertad que en cualquier otro lado —principalmente el hospital—.

Vamos a la barra y Shawn paga mientras yo —paranoico— vigilo el lugar sin rastros de mis padres. Caminamos despacio a la entrada y ahí está Adán, fuera y cruzado de brazos. En cuanto nos ve, abre los ojos como platos.

¿Existe la felicidad?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora