Joseph
«Está bien».
«Deberías visitarlo, está esperando por ti».
«Te ama, Joseph, y tú lo amas a él; estarán juntos».
Mis voces me ayudan más de lo que creía, pero las personas —la evolución de las sombras— son peores.
Hay un corte largo que atraviesa mi ceja, mi cabeza está llena de vendas, y yo estoy lleno de sentimientos que necesitan salir.
Así pasaron los días: sin emociones, rotos, vacíos... Sin vida.
...
Me pongo un pantalón de chandal negro junto con una camisa del mismo color. Pongo la mano y siento un dolor muy fuerte en la cabeza. Hoy por fin sabré todo.
Abro la puerta y me doy cuenta de que es la hora indicada. Volteo a la derecha, luego a la izquierda...
Saco el reloj de bolsillo: 4:34 h. Es hora.
Los tenis rechinan un poco pero cuido de que nadie, absolutamente nadie, se dé cuenta que me volví a salir. Veo inmediatamente a alguien recargado en el marco de su puerta.
—¿Por fin te decidiste? —pregunta rascándose la larga barba.
No respondo, lo miro con recelo.
—¿En realidad te importa? —río bajo.
—¿No me interesaría cuidarme a mí mismo? —responde con una pregunta a una pregunta con total ironía.
—¿De qué hablas? —pregunto.
Las preguntas ya me hartaron. No entiendo.
Saca un puro, lo toma por el la punta y con el fino encendedor, lo enciende. Da una calada, suelta un suspiro y se acerca hacia a mí.
—Yo... —me arroja todo el humo en las fosas nasales. Carajo—, soy tú.
—Estás tan loco que piensas que eres yo —río libremente, pues sé que no hay doctores ya.
—¿Tus voces no han desaparecido, verdad? Sé que has estado empeorando.
—No...
—Pues déjame decirte que —da otra calada al puro mientras su mirada fría me mata una y otra vez, con un cuchillo demasiado preciso— soy una de tus voces. Yo no existo.
¿Cómo no va a existir? Le estoy viendo, puedo sentir su olor a puros y a colonia francés de hombre.
Lee mi mente y me suelta un puñetazo. Veo cómo pasa a mi frente y no recibo el menor daño. ¿Qué está pasando?
—Anda, ve. Ya no te interrumpo más, he hecho lo que debía hacer; decirte la verdad. Que la disfrutes.
Guarda el puro y lo miro desconcertado. Mi vista se oscurece unos segundos y de pronto ya no está.
Corro de ahí, ¿será la medicina? ¿Será verdad lo que él dijo? Corro hasta llegar a su extrañada habitación.
Con una ansiedad terrible, y respirando difícilmente por la boca, estoy a punto de saber la verdad. Mi subconsciente me dice que no sea un idiota, pero yo sé que debo quitarme un peso. Si me voy sin saber, ¿cómo le diré a mis padres que ya no tengo ganas de vivir?
Meto la llave cuidadosamente, mientras mi mano tiembla. La abro con total certeza de que me quitaré la duda.
No hay nadie.
Cierro la puerta e inspecciono con la mirada lentamente cada parte de la habitación. Aún están sus cosas.
Abro el primer cajón: su ropa interior, sus pantalones negros, sus camisas polo.
Abro el segundo cajón: el libro que le regalé, y las cartas.
Abro el tercer cajón: un álbum de fotos, unos cigarrillos y un encendedor. Me decido por ver el álbum.
Tiene fotos suyas en un parque, en su cumpleaños, en su escuela; sin barba. Es raro verlo así, su barba es mi encanto. Y por último, una con su ex novio. La miro fijamente y no quiero saber qué sintió al haberse separado de él.
Tomo un suéter suyo aromatizado con su colonia, una foto suya junto con un cigarrillo y el encendedor. Me siento frente y plenamente en el marco de la ventana en el edificio demasiado alto.
Enciendo el cigarro y le doy una calada un poco larga. ¿Se puede fingir que los aviones en el cielo nocturno son como estrellas fugaces? Me vendría bien un deseo en este momento.
Dos almas no se encuentran por casualidad, un destornillador que nadie supo cómo apareció, nos mejoró —o empeoró— a los dos. Y me he dado cuenta de que no importa donde estés, yo siempre te amaré.
Le doy la última calada al cigarro mientras cierro los ojos. De pronto, siento que está a mi lado, frotando mi cabello lentamente mientras me recargo en su hombro. Me quedo un rato así.
Suelto el humo y tiro el cigarro, al igual que mis esperanzas, que mis metas.
Desaparece y me lanzo hacia un lugar desconocido. Y sin pensarlo dos veces, me voy.
Me voy contigo.

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¿Existe la felicidad?
RomanceCansado de su abrumadora existencia, Joseph, de 19 años, cree haber encontrado una salida en un rejilla de ventilación ubicada en su habitación, pensando que tendrá la libertad inimaginada que nunca tuvo en el hospital psiquiátrico. Al pasar por ést...