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Joseph

—Y... ¿aquí hay vigilancia todo el día?

—No, Joseph. No somos robots —dice sonriendo, algo que me inspira muchísima confianza—. Hay una hora donde descansamos.

Sé que no me dirá cuál, pero hago un pequeño esfuerzo por saber.

—¿Qué hora? —pregunto. Ríe y deja de vendarme la cabeza para verme directamente a los ojos. Después prosigue.

—No hay forma de escaparse de aquí.

—No pretendo escapar —contesto rápidamente. Realmente no quiero. Sólo quiero ver a una persona para no enloquecer.

Frunce el ceño pero no dice nada. Coloca un seguro al final del vendaje y se hace a un lado, diciéndome con la mirada que ya está.

—¿Ya platicaste con tu psiquiatra lo que pasó? —pregunta tímidamente.

—Sí, pero siento que cada día estoy peor.

Se hace un pequeño silencio.

—Joseph, prométeme que jamás harás ni creerás lo que esas voces te digan —dice.

—No les hago caso, aunque sé que dicen la verdad.

—¿Por qué? ¿Qué te dicen? —pregunta sin entender.

—Que jamás seré feliz, y tal vez en cierta parte, sea verdad.

...

Alrededor de mi cabeza siento como si alguien me diera pequeños golpes. Fue un poco salvaje lo que hice, pero cesaron los voces, y eso es bueno.

—¿Ya te sientes bien? —pregunta abriendo la puerta de mi habitación.

—No, me duele demasiado —espeto.

—Cuando te sientas así, sólo toca el timbre de emergencia. Procura no volver a hacerlo. Si sigues así podrías terminar en un lugar peor que en el que ya estás —dice fríamente pero con sinceridad. Ella debe saber qué hacen con locos como yo.

—Está bien.

...

—¡Joseph! —grita La Reina desde su habitación—. ¡Ven!

Obedezco; cuando estoy con ella logro distraerme.

—Ya sé a qué hora descansan.

—¿Cómo sabes?

—Lo he escuchado. 04:30 h. A la hora donde, supuestamente, debemos estar roncando.

La alegría recorre mi cuerpo, pero aun así sé que no podré estar con él.

—Qué buena noticia, supongo... —murmuro.

—No, Joseph. Moverás tu culo hacia la habitación de Shawn, lo besarás, y te regresarás. Tan sencillo como eso.

—No tan sencillo como decirlo.

Se enoja pero no puedo dejar de ser tan pesimista, así que reparo lo que dije:

—O sea, me refiero a que cierran con llave mi habitación en las noches. Con lo que ha pasado, ya me han puesto más restricciones.

Da vueltas por la habitación. Yo igual, pero no sé qué pensar.

—Podrías decirle a la enfermera que deje abierta tu puerta porque has tenido pesadillas —dice pensando lo que dice— y en ellas, te encierran y no puedes salir, lo cual te hace tener una ansiedad increíble.

—No creo que quiera. Ha tenido sospechas de que quiero fugarme.

—Le caes muy bien, ¿no? —pregunta con ironía.

Tal vez sí le agrade pero no creo que quiera.

—Está bien, lo intentaré. —Sonríe y me abraza.

...

Sus brazos moldean mi cintura. Sonrío; él también. Recarga su cabeza en mi frente.

—Te necesito —murmuro, pegándolo más a mí.

—Pero estoy aquí... ¿Cómo que me necesitas?

—Te necesito. Estoy peor que nunca. Ya no quiero sufrir más.

Rompo en llanto pero me besa. Su barba crispa en mi labio inferior.

—Siempre estaré contigo. En la vida y en la muerte.

...

Despierto con la almohada llena de lágrimas. Lo haré. Sí, lo haré ahora mismo.

Toco el timbre de emergencia y trato de llorar un poco más. Pasos se oyen rápidamente e introduce la llave en la cerradura. En pocos segundos ya está al lado mío.

—¿Qué pasó, Joseph? —dice con un poco de desesperación al verme mal.

—Tuve una pesadilla.

—¿Y todo bien? ¿Necesitas un té o algo?

No puedo decirle directamente que quiero que me deje abierto para irme con él.

—Es que... —rompo en llanto y mis defectos psicológicos salen al aire— necesito a Shawn. Necesito abrazarlo. No me ha mandado cartas. Necesito escuchar su voz, necesito verlo un momento.

Cierra los ojos, tal vez con resentimiento.

—Por favor. Sé que estoy a punto de morir, y no quiero un puto té. Quiero verlo.

—Lo siento, Joseph, pero... Es que no puedo...

—Todo esto es inútil. ¡Siempre he buscado la felicidad! —grito—. ¡Su puto medicamento no me va a servir de nada jamás! Cuando estuve con él, escuché música, usé ropa normal. ¿Y qué pasó? ¡Encontré la felicidad y me la arrebataron!

—Pasó esto —dice un poco enojada—. No debes de infringir las restricciones. No solucionarás nada haciendo las cosas como te dé la gana.

—Él es mi puto medicamento. No los necesito. Lo necesito a él, y ustedes no lo comprenden. Con esa sola persona podría vivir normal.

—Lo siento, no puedo —dice sin pensar—. No podemos depender de nadie, y ese chico es una bomba de tiempo.

—No dependo de nadie; me complementa. Me refiero a que su medicamento y sus restricciones son mierda, no me sirven de nada.

—No insistas, Joseph. No puedo —dice y una lágrima recorre su mejilla. Me abraza y se levanta—. Sólo duerme, ¿sí?

Se va y me deja solo. Pequeñas voces comienzan a murmurar, lentamente, hasta que escucho las voces de siempre conversar. Maldiciéndome. Y resumidamente: matándome.

¿Existe la felicidad?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora