Mariana Sánchez Berrio

1 0 0
                                    

Era un día cualquiera en la cárcel cuando la vi. Pasó frente a mí y, en mi mente, la nombré como Cocoaguirre 2. No podía creerlo. ¿Cómo podía estar viviendo esto? Necesité tiempo para procesarlo, para observarla en silencio, como quien teme romper un hechizo. Finalmente, le pregunté:

—¿Cómo te llamas?
—Mariana.

Ah, Mariana. Quise decirle: "¿Eres perfecta?", pero no me atreví. Los días pasaron, y yo seguía sin hablarle. Solo pensaba: "Es perfecta. Mira su cabello, corto y negro. Mira cómo lleva ese uniforme de ingresos". Decidí que era una señal: el universo la había puesto ahí para mí. ¿Qué quería el destino? ¿Que dejara a Cocoaguirre y me entregara a Mariana? Estaba dispuesto a todo. Quemaría mis historias pasadas y le diría: "Te amo. Eres perfecta. Eres Cocoaguirre 2, por siempre, amén". Solo esperaba que no tuviera novio.

No recuerdo exactamente cuándo le hablé por primera vez a Mariana y a su hermana, Alejandra. Todo fue un torbellino. De repente, estaba completamente enamorado de la niña más bonita que había visto. Solo quería verla, grabar en mi memoria cada instante, como si esos días en la cárcel hubieran sido un regalo para estar cerca de ella.

Un día, me acerqué al banco donde estaban sentadas y les dije:
—Qué bueno que existan chamas bonitas como ustedes.

Mariana me fascinaba. Incluso cuando la vi con mocos un día, me pareció adorable. No dije nada, pero me derretí en silencio. También hablábamos de cosas extrañas, como mis ideas de organizar el tiempo del país si yo fuera presidente. Cuando mencioné rezar a Satanás como opción, Mariana me interrumpió:
—Al Diablo no, eso está mal.
Respondí con una tontería sobre 1984. Qué idiota fui. Lo que debí decir fue: "Lo que tú digas, Mariana".

Pasaron días sin que tuviera el valor de acercarme más, y luego supe que las iban a trasladar. Mi mundo se derrumbó. Las horas en la celda pasaron como agua, solo esperando los momentos para verlas. Un día le agarré la mano a Mariana y le dije:
—Ojalá salgamos pronto.

El día antes de que se fueran, le regalé mi suéter. Cuando lo vi puesto en ella, sentí que todo había valido la pena. Me preguntó si valía la pena que yo llamara a Cocoaguirre, y le dije que no. Había terminado con Cocoaguirre por ella.

Le pregunté cosas sencillas:
—¿Prefieres vivir en la playa o en la montaña?
—En la playa.

Mariana era un sueño. Me mostró su tatuaje de una flor en la espalda. Lo miré como quien ve algo sagrado. Quise verlo otra vez. Me dejó. ¿Qué olor tiene la perfección? No lo sé, pero lo encontré en ese instante.

En un arranque de vulnerabilidad, le mostré mis cicatrices donde decía "Cocoaguirre". Le expliqué que pensaba cubrirlas con otro tatuaje y le pregunté:
—¿Qué debería tatuarme?
Ella me miró y me dijo:
—¿Qué es lo que más te gusta?
La palabra vino a mi mente de inmediato: .

Cuando finalmente las trasladaron, les regalé jugos y un abrazo. Capaz yo olía mal y todo. Mariana se iba con mi suéter, y yo me quedé con el corazón en las manos. Las vi desaparecer tras una columna. Esa noche le escribí una carta con todo lo que no había podido decirle. "Eres mejor que Cocoaguirre. Te amo. Sé mi novia".

No sé si alguna vez leyó esas cartas, si entendió lo mucho que significó para mí. Quizás nunca lo sabré. Lo único que sé es que la perfección, por un momento, tuvo nombre: Mariana.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: 6 hours ago ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Jesús mataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora