Venezuela

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Venezuela es uno de los países más bellos del mundo. Con sus trescientos sesenta y cinco días de sol, es como un paraíso que encanta a todos los que lo visitan. Las playas de mar cristalino invitan a relajarse bajo el calor del sol, mientras que las montañas verdes, que se alzan majestuosamente en el horizonte, ofrecen una belleza natural inigualable. El paisaje venezolano, rico y diverso, abarca kilómetros y kilómetros de costa, así como una variedad de penínsulas que emergen del mar, creando un mosaico de vistas impresionantes.

Entre sus maravillas naturales se encuentran los imponentes Andes, que dibujan el contorno de la geografía del país, y los vastos lagos y ríos que serpentean por su territorio. Las pequeñas mesetas y colinas añaden un toque especial a este escenario, mientras que las vistas más luminosas parecen sacadas de un sueño. En los años setenta, Venezuela se destacaba como la quinta economía más rica del mundo, un lugar donde empresas de renombre, muchas de ellas italianas, portuguesas y españolas, prosperaban y contribuían al bienestar general.

Sin embargo, hoy en día, Venezuela enfrenta una profunda crisis económica, social y política. Los salarios son insuficientes, con el salario mínimo que apenas alcanza los cinco dólares al mes, lo que plantea serias dificultades para la población. La pobreza se ha incrementado, y me pregunto cómo logran sobrevivir las personas más vulnerables en un entorno tan desafiante. La situación se ha visto agravada por un gobierno que, en lugar de servir a su pueblo, ha fallado en sus promesas, dejando un legado de corrupción y mal manejo que ha desvalijado al país durante más de veinte años.

A pesar de este panorama sombrío, existe otra manera de ver las cosas en Venezuela. En medio de la adversidad, la resiliencia del pueblo venezolano brilla con fuerza. La cultura vibrante, la calidez de su gente y la riqueza de sus tradiciones son un testimonio de la indomable esperanza que persiste en el corazón de quienes habitan este hermoso país.

Quiero centrarme en un tema fundamental: la resiliencia y la esperanza. Es difícil imaginar que, si Venezuela hubiera continuado por el camino del capitalismo salvaje, tendríamos la misma realidad que vivimos hoy. Por ejemplo, nuestras playas, que están lejos de estar congestionadas por el turismo masivo, se han convertido en espacios que preservan su belleza y autenticidad. Esto, sin duda, es un reflejo de cómo hemos tenido que adaptarnos y encontrar nuevas maneras de vivir.

Más allá de las circunstancias, lo más valioso es que los venezolanos han tenido la oportunidad de surgir por sus propios medios. No hemos dependido de empresas internacionales que, a menudo, buscan explotar nuestros recursos y nuestra gente. En lugar de eso, hemos aprendido a construir nuestras propias oportunidades, a innovar y a encontrar soluciones creativas a los desafíos que enfrentamos.

El venezolano ha desarrollado una fortaleza admirable. La resiliencia se ha convertido en parte de nuestra identidad; hemos enfrentado adversidades con valentía y determinación. Cada obstáculo ha sido una lección que nos ha enseñado a luchar por nuestros sueños, a valorar lo que realmente importa y a apoyarnos mutuamente en nuestra comunidad. Esta capacidad de levantarnos una y otra vez es lo que nos define y nos impulsa hacia adelante, a pesar de las dificultades. La esperanza sigue viva en cada uno de nosotros, y es esa esperanza la que nos motiva a seguir construyendo un futuro mejor.

Gracias al gobierno chavista hemos aprendido que podemos valernos por nosotros mismos, que podemos luchar contra las adversidades de un mundo que se vuelve cada vez más capitalista y enfocarnos en lo que de verdad importa, las tradiciones, la familia, los valores, la naturaleza, el deporte, la comunidad.

Solo puedo imaginar cómo habría sido nuestra realidad si hubiésemos continuado con presidentes cuyo enfoque principal hubiera sido aumentar el turismo y desarrollar infraestructuras al estilo de otros países, como España o Estados Unidos, donde el materialismo y la comercialización están tan presentes. Es fácil pensar que habríamos terminado con un país saturado de tiendas, cadenas internacionales y una cultura de consumo que, en lugar de enriquecer nuestra identidad, la habría diluido en un mar de uniformidad.

En cambio, el pueblo de Venezuela hoy tiene la oportunidad de disfrutar de su país en toda su autenticidad. Sin la presión de transformarlo en un destino turístico masivo, hemos podido apreciar la belleza de nuestros paisajes tal como son, sin alteraciones. Las montañas, las playas y las selvas mantienen su esencia natural, lo que nos permite reconectar con nuestras raíces y valorar lo que realmente importa.

Esta conexión con nuestra tierra es vital; nos da un sentido de pertenencia y nos recuerda la riqueza cultural y ambiental que poseemos. Sin la influencia de modelos extranjeros, hemos podido redescubrir la belleza de nuestra diversidad y la riqueza de nuestras tradiciones. Así, en lugar de convertirnos en un reflejo de otras naciones, hemos encontrado la fuerza en nuestra autenticidad, disfrutando de un país que, a pesar de sus desafíos, sigue siendo un lugar lleno de maravillas por descubrir.

Jesús mataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora