Durante todo este tiempo, algo que ninguno de los miembros del grupo de Alexandria había notado era la presencia de Steven. Era un hombre solitario, que se había mantenido en las sombras, sin llamar la atención de nadie, pero con el tiempo, su presencia fue revelándose poco a poco.
La historia comenzó cuando Ailin, mientras exploraba el bosque cercano a Vida, se encontró con Steven. No era como los demás caminantes ni como los supervivientes que se habían cruzado antes. Había algo en él que la hizo detenerse. Aunque no lo conocía, Ailin vio una chispa de humanidad en sus ojos, algo que muchos en el apocalipsis ya habían perdido. Al principio, solo lo observó desde lejos, pero con el tiempo se acercó para ver si podía ayudar.
Steven, al principio, desconfiaba de Ailin, como cualquier persona en ese mundo caótico. Sin embargo, algo en su mirada lo hizo relajar su guardia. Ailin comenzó a llevarle agua, comida, y con el tiempo, algunas armas. Había algo en él que le decía que podía ser útil, pero también había una sensación de peligro en el aire. Ailin no sabía qué le depararía el futuro, pero en ese momento, él era solo una figura solitaria en el mundo, como ella.
Lo que comenzó como una simple ayuda se convirtió en encuentros secretos. Ailin lo veía con frecuencia, asegurándose de que él tuviera lo necesario para sobrevivir mientras mantenía todo en secreto. A pesar de la creciente conexión que sentía hacia él, Ailin nunca dejó que su guardia bajara por completo.
Un día, mientras Ailin regresaba de una de esas visitas al bosque, Astrid, Margot e Isabel la interceptaron. Se habían dado cuenta de que Ailin desaparecía con frecuencia, y su comportamiento parecía estar algo cambiado. Las tres la miraron con curiosidad, notando que algo no cuadraba.
—Ailin, ¿a dónde vas? —preguntó Isabel, con una mirada sospechosa.
Ailin intentó mantener la calma, pero sus nervios estaban al límite. Sabía que si las cosas salían mal, su secreto podría destaparse. Respondió con rapidez, inventando una excusa.
—No es nada, solo... estaba recogiendo algunas cosas del bosque. Ustedes saben que siempre ando buscando más recursos —dijo Ailin, forzando una sonrisa.
Astrid no pareció convencida. Era una persona perspicaz y rápidamente pudo notar que algo no estaba bien.
—¿Y las armas? —preguntó Margot, señalando el saco que Ailin cargaba, donde algunas armas sobresalían. Ella no era tonta, sabía que no eran para ella—. Ailin, ¿qué estás escondiendo?
Ailin se quedó en silencio por un momento, sin saber cómo responder. Sabía que no podía contarles toda la verdad sobre Steven, pero no quería perder la confianza de sus amigas.
—No es lo que piensan —dijo, tratando de restarle importancia—. Encontré esas armas en el camino. Pensé que podría usarlas para protegernos, por si acaso.
Isabel la miró fijamente. Algo en su actitud no le convencía, pero no quería presionar demasiado. Ailin siempre había sido muy independiente, y quizás tenía razón. A veces el mundo era tan impredecible que necesitaban estar preparados para lo peor. Isabel asintió, aunque su mirada seguía siendo escéptica.
Astrid y Margot intercambiaron miradas, pero finalmente decidieron no insistir. Sin embargo, Ailin sabía que las dudas de sus amigas ahora estaban sembradas. Si algo salía mal, las cosas podrían volverse complicadas rápidamente.
Mientras tanto, en el bosque, Steven seguía siendo una presencia en la vida de Ailin. Ella sabía que se estaba arriesgando, pero no podía evitar sentirse conectada con él. Tal vez era una locura, o tal vez era la única forma de sentirse menos sola en ese mundo devastado. Lo cierto era que Steven había entrado en su vida de una manera que ni ella había anticipado.