XX.

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 Los orbes esmeralda se abrieron somnolientos visualizando todo a su alrededor, desde la lámpara apagada en el techo, las cortinas rosadas cubriendo la ventana de los rayos del sol, las macetas colgantes en el techo y una gran planta cercana a la ...

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 Los orbes esmeralda se abrieron somnolientos visualizando todo a su alrededor, desde la lámpara apagada en el techo, las cortinas rosadas cubriendo la ventana de los rayos del sol, las macetas colgantes en el techo y una gran planta cercana a la ventana. Ese espacio, su espacio de paz, donde podía estar en total quietud.

Anya sonrió, porque por primera vez en tanto tiempo, ella era feliz.

Se movió en su lugar, alzó su mirada viendo el rostro masculino recostado en la almohada, boca abajo. La forma de sus hombros contra las sábanas, su amplia espalda y su cabello despeinado que cubría parte de sus ojos. Anya no pudo evitar sonreír de la satisfacción de verlo ahí, recostado con total tranquilidad.

Habían llegado de su viaje directo a casa de Anya y ella le pidió quedarse. Después de abrir su corazón por última vez, con el miedo punzando, el terror de que eso terminara mal, como todas las otras ocasiones, ella necesitaba que se quedara ahí, a su lado.. Anya tenía tanto miedo, pero aún así decidió arriesgarse, decidió aferrarse a Damian tanto como pudiera.

Se entregó a la caricias, besos y palabras que Damian susurró en su oreja, mientras la hacía subir al mayor de los placeres. Anya se sintió tan plena y por primera vez sintió que esa era la primera cosa que ella había hecho realmente bien. ¿Podría ser más dichosa que en ese momento? Lo sabía, claro que no.

Levantó los dedos hacia su cabello y acarició los mechones oscuros con sus dedos, con una opresión en su pecho, sintiéndose vulnerable de estar ahí y por primera vez sabía que eso no estaba mal, no cuando estaba con él.

E inevitablemente, como una costumbre en ella buscó su mano, más específicamente, su hilo rojo del destino. Cada día que lo veía, cada día que salían era una reacción natural, algo que no podía evitar, lo hacía con cada persona que veía o conocía. Aún en el viaje que habían tenido, ella había pasado gran parte del tiempo viendo a la gente transitando, visualizando sus hilos rojos y descubriendo si estaban unidos con la persona con la que estaban. Algunos si, algunos no, algo demasiado normal.

Los ojos verdes visualizaron el hijo rojo incompleto, sin ninguna unión y pudo respirar profundamente, con un gran alivio recorriendo su cuerpo. Ella había aceptado esa relación con Damian, el intentarlo con él y que eso entre ellos funcionara ¿porque aún tenía miedo? Era algo con lo que tendría que vivir por siempre, al ser maldecida con no tener un hilo rojo. Si al menos pudiera ser el hilo de Damian, si al menos pudiera unir sus hilos, si ella pudiera tener más injerencia que simplemente cortarlos...

Sacudió la cabeza para deshacerse de esos pensamientos amargos, había decidido centrarse en su presente. Damian quería estar con ella y eso era lo único que debería importarle.

Se levantó con lentitud de la cama y se dirigió hacia la cocina, colocando la cafetera y esperando mientras revisaba su nevera. Podía hacer un par de tostadas antes de que ambos tuvieran que ir al trabajo, además que ese era un día importante.

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⏰ Última actualización: Nov 29 ⏰

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Akaito (Damianya week 2024)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora