Después de la tormenta

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Una mezcla de alcohol y medicamento inundaba el aire dando un ambiente de preocupación e incomodidad, lleno de malas noticias. Quizás fue ese aroma, el ruido o lo estéril de la habitación, o que finalmente su cuerpo le reclamaba desayuno, pero Isaza comenzó a sentirse mareado, y, de forma extraña, un poco aliviado por ello, no quería estar ahí. Le comunicó a su madre que buscaría algo de comer y salió del lugar.

La luz del sol y el aire fresco fuera del edificio le provocaron tomar una honda respiración antes de comenzar a avanzar, definitivamente le hacía falta esa pausa. Le costó un momento acostumbrarse a la luz, y luego de un momento de ubicarse se dirigió hacia una zona de comida cercana.

Una vez en los alrededores, comenzó a avanzar con lentitud y a una distancia prudente de la multitud de locales con sus abrumadoras ofertas de platillos, no esperaba tener que decidir, ¿Y por qué no podían ser más claros con lo que vendían? No quería tener que acercarse, en fin, qué más daba un poco más de cansancio mental

Se encontraba concentrado en esta tarea, tratando de averiguar a qué lugar convenía acercarse, tan distraído que no escuchó los múltiples llamados de un chico a la distancia. Cerca de la esquina de la calle en que se encontraba pudo ver un lugar que era claramente una cafetería, trató de convencerse a sí mismo de que debería comer propiamente, pero después de la noche que había tenido le vendría bien un café, lo demás podía esperar. Contemplaba la idea de entrar cuando alguien se le acercó

— ¡Isa! —dijo un agitado Andrés llegando a su lado

— Ah, hola, Andrés —dijo sorprendido de verlo ahí y confundido por su agitamiento— ¿Todo bien?

— Uff —comenzó tratando de recuperar el aliento— debería avisar que su buen oído solo es para cuestiones musicales

Isaza soltó una risa

— Lo vengo llamando desde por allá —continuó Andrés señalando una distancia que solo él entendía — ¿Qué hace por acá? —preguntó recuperando el aliento

— Ah... buscaba algo para comer

— Oh, pues es su día de suerte

— ¿Cómo así? —preguntó con una sonrisa

— Yo invito

— ¿Y eso?

— Venga —dijo con un gesto comenzando a caminar

Isaza siguió al chico hasta el final de la calle para luego doblar la esquina y continuar hasta un pequeño local con una marquesina verde sobre un par de mesillas detrás de dos pequeñas rejas de un tono similar de verde que dejaban un espacio entre ellas para pasar. Isaza pensó que se veía acogedor.

— Bueno, aquí estamos —dijo Andrés de pie frente al local

— Pero... —dijo Isaza entre divertido y confundido

— Pase y le explico dentro

Los chicos entraron y tomaron asiento en una mesa de la esquina cercana a la entrada.

— Dígame qué quiere y ya vuelvo —ofreció Andrés

Isaza decidió que lo único que podía hacer en ese momento era seguir la corriente, puesto que la alternativa no era más prometedora. Observó un momento el menú sobre la pared del fondo con algo de dificultad, pero finalmente encontró algo que sonaba bien. Andrés asintió y se alejó de la mesa hacia el mostrador.

Mientras esperaba, Isaza decidió revisar su teléfono, una costumbre que había adquirido, sin darse cuenta, recientemente a causa de Martín. Se preguntó qué estaría haciendo el chico, si sabía que el ensayo se había cancelado, si lo esperaba para trabajar; pensó en escribirle, varias veces, muchas antes de esta ocasión en particular, pero se detuvo por la misma razón cada vez: tenía miedo, o quizás miedo era una palabra demasiado fuerte para lo que sentía, pero en definitiva no podía pensar en una que lo describiera mejor. No dejaba de preguntarse qué pensaría Martín, de él, de lo que estaba pasando; se sentía avergonzado de hecho que él hubiera tenido que salir a su rescate, ayudarlo a escapar de sus cariñosos y preocupados amigos con los que no podía lidiar, ¿Qué pensaría Martín de eso? Probablemente que era un desagradecido con todos aquellos que se preocupaban por él, Isaza se recordó que era por ello que no permitía a nadie acercarse en sus momentos de crisis, por eso entre muchas otras razones. Por ello, no dejaba de preguntarse ¿Qué había pasado? ¿Qué lo había llevado a seguir a Martín ese día? ¿Por qué de pronto confiaba tanto en él? Y, más importante que todas aquellas dudas, ¿Le seguiría agradando igual después de ese día? Le daba miedo averiguarlo

Nuestras Canciones (Sobre El Amor Y Sus Efectos Secundarios) || MoratDonde viven las historias. Descúbrelo ahora