Capítulo ocho

122 23 1
                                        

—¿Pero porqué no quieres?

—No tengo la moto—dije la primera escusa que se me vino a la mente.

—Puedes coger el coche de tu madre o el de su novio o el autobús o...

—¡No puedo!—la interrumpí inmediatamente dejándola con la palabra en la boca.

—¿Porqué no puedes?

—Porque no.

—Eso no es una respuesta.

Lauren se cruzó de brazos esperando una respuesta diferente pues estaba claro que no se iba a conformar con esa.

—Porque no quiero.

—¿No quieres salir de esta ciudad? ¿No quieres volver a tu casa en el campo donde está tu padre?

—No, no quiero y déjame ya.

El tono de mi voz iba aumentando con cada palabra que decía. Me ponía de los nervios pero era mi única amiga así que tenía que aguantar sus cabezonerias. A veces la odiaba demasiado y ese fue el caso. Vi como se fue alejando de mi lentamente con los pies casi arrastrando por el suelo.

En ese instante, me di cuenta que no había cogido la chaqueta y mi piel era de gallina. Pero me daba igual. Me encendí otro cigarro ya que el anterior se consumió en un momento y necesitaba aliviarme aún más.

—Tu misma, allí te espera tu vida. Aquí no tienes nada.

Su voz sonó a todo mi alrededor, pero Lauren no estaba allí. Miré a hacia los lados y sólo vi árboles sin hojas, el césped húmedo por el frío del invierno y un cielo totalmente tapado por nubes grises casi negras que no dejaban que el sol reluciera su esplendor.

—Bueno si, una madre que te odia y que prefiere a su nuevo amor con su hija doña repipi perfecta.

Me eché al suelo, encogiendome lo máximo que pude recogiendo mis piernas y ocultandome entre ellas. No quería escuchar su voz, pero no dejaba de hacerlo. Dejé que mis lagrimas salieran a la luz.

—¡No sabes nada de lo que pasó! ¡Y sé que en cuanto ponga un sólo pie allí todo me vendrá a la mente y no quiero que vuelva a ocurrir! ¡No lo voy a permitir! ¡No quiero volver a sufrir de aquella manera!

Lo dije lo más alto que pude, gritando como una loca a la nada pero a la vez desahogandome con aquella amiga.

Volvió a aparecer delante de mi y yo escondí otra vez la cabeza entre mis piernas mintras derramaba lágrimas sin poder evitarlas. Me percaté que un chico con el pelo bastante largo, rubio, tirando a dorado, y unos ojos de color azul con un tono grisáceo, apareció delante de mi. Ni siquiera me había dado cuenta de su presencia hasta ese momento. Nuestras miradas permanecieron unidas durante unos segundos que fueron horas. Hasta que volví a escuchar la miserable voz de Lauren.

—Vaya, el príncipe azul a venido a rescatarte —su voz sonó alegre y burlona, cosa que yo odiaba.

—¡Que me dejes de una vez, hija de puta!—grité extendiendo los brazos.—¡Déjame! ¡Déjame!

Fui repitiendo varias veces esa palabra tapandome las orejas, pero todo eso finalizó cuando aquel chico me envolvió en sus brazos. Un cálido abrazo en aquel frío día. Lo hacía para parar mis movimientos bruscos e incontrolados y mis gritos. No sé cuanto rato me estuvo abrazando pero para mi, el tiempo se paró y los segundos fueron minutos, y estos, horas. Desde el accidente, nadie me había abrazado de tal manera. Y lo echaba en falta. Ese abrazo me transmitió tranquilidad y firmeza. Lo que no había tenido durante meses.

Acabamos con la espalda apoyada en la pared pero aún así sentía sus brazos en mi helada piel. Su melena rozaba mi mejilla creando un leve cosquilleo, pero me daba igual.

Run awayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora