Run away

Capítulo uno

El despertador sonó a las siete en punto. Tenté a oscuras la mesita de noche hasta alcanzar el molesto aparato que me despertaba cada mañana a esas horas. Lo paré. Me estiré, un brazo por un lado y el otro por el otro lado. Golpeé algo con el brazo y encendí la luz. ¡Mierda!

Una chica desnuda estaba durmiendo plácidamente a mi lado. Era morena con el pelo por los hombros. Delgada, o mejor dicho, en los huesos. ¿Esta chica come algo o se alimenta únicamente del aire? Vi sus sujetadores de Snoopy encima de mi escritorio y otra ropa íntima en la otra parte de la habitación.

La destapé bruscamente.

—¡Joder te dije que no te quedaras dormida!

—Buenos días a ti también, Ray ¿No me vas a despertar con un beso o algo así? -Su voz sonó decepcionada, bueno, y también dormida.

¿Le dije mi nombre?

—Eso es para parejitas felices—le contesté seco.

—Pensaba que entre tú y yo... ayer...

—Eso dicen todas. Estaba borracho perdido, ¿crees que me acuerdo de algo? Así que ahora vístete y sales derechita por la puerta.

La verdad es que no me importaba si se ofendía o se enfadaba. Me fui al baño para dejar que mi compañera casual se vistiera y se fuera de una vez de aquí. De reojo, vi como recogió sus pertenencias y se las puso con prisa. Me vestí con unos tejanos grises y una camiseta de manga corta. Encima de ésta la sudadera negra. Mi favorita, aparte de que el negro es mi color preferido. Me coloqué bien el pelo y me lavé la cara con agua fría. Cuando me la estaba secando con la toalla colgada escuché como la puerta se abría y seguidamente, sonó un portazo. Al salir vi el hueco de la cama que había dejado La... Bueno, el que había dejado esa tía. Quité las sábanas y puse unas nuevas. Era el primer día de clase después de las vacaciones de Navidad. Cuando cambié de colegio, cambié todo lo que pude cambiar de mí mismo, me odiaba y no me aceptaba tal y como era. Así que opté por la opción de ser otro yo.
Salí de casa sin desayunar nada y sin tener las mínimas ganas de pisar el instituto. Me puse los cascos y le di al play. La música empezó a sonar y yo, inconscientemente, me alejé a otro mundo. A los diez minutos caminando me encontré en la entrada de la cárcel que me tendría preso seis meses más, cinco días a la semana y ocho horas al día.

Miles de corros de personas se encontraban en el patio hablando sobre alguna cosa sin importancia. Todos con el mismo estilo, las mismas mochilas, los mismos cortes de pelo. Como si no tuviesen personalidad, que hubiesen sido creados todos por igual, con los mismos genes. En cambio yo... yo soy yo.

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