Capítulo cinco

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Me senté en mi mesa habitual, al fondo de la clase en una esquina. Odiaba tener que moverme de aquel rincón. Las clases seguían siendo igual de aburridas que todos estos años y estaba seguro de que no cambiarían. Pero, la única cosa que hizo que no prestara ni la mínima atención a la interesantísima clase de historia, fue la chica que minutos antes la había visto cruzar el pasillo con impresionante agilidad y decisión. No solía enamorarme de cualquier chica, y menos de una que había visto una sola vez y de pasada. No sabía la razón del porqué no podía quitarme a esa joven de mi mente. Y, por más que lo intentaba, más inútil era el resultado obtenido. Solo sabía que no era como las demás por alguna razón.

Sentía el tamborileo de un bolígrafo repicando sobre la libreta abierta por la mitad. Era mi compañera de mesa, ingenua como un niño pequeño de cinco años. Tenía el pelo castaño, tirando para rubio, recogido, la mayoría de veces, en trenzas de mil maneras. Era menuda y siempre pasaba desapercibida por donde pasaba. Sabía que no quería sentarse conmigo, tal vez la intimidaba. Escuchaba atentamente las explicaciones del profesor y yo, solo era capaz de escuchar el choque del tapón del bolígrafo contra la libreta y el leve sonido de las manecillas de mi reloj en la muñeca izquierda pasar lentamente. Cada minuto que pasaba, más me desesperaba para que tocara el timbre y poder salir de clase, al menos, durante un par de minutos. Odiaba estar encerrado demasiado tiempo en un sitio con mucha gente, esa era una manía que tenía desde pequeño y nadie ha conseguido que se me quitara.

Empecé a garabatear las esquinas del folio donde, supuestamente, tenía que tomar apuntes de lo que el profesor iba diciendo a lo largo de la clase. No me enteraba de nada de la explicación y para el examen era un punto en contra.

Faltaban menos de diez minutos cuando yo ya había recogido todo lo que estaba encima de la mesa.

—La clase aún no ha terminado, si pudieras volver a sacar tus cosas te agradecería.

Era la grabe voz del profesor dirigiéndose a mí. Sus ojos grises y con una expresión de cansancio, me miraron directamente a través de unas gafas de alta graduación. Solo hice caso a la mitad, saqué el mismo folio que tenía antes para coger apuntes y seguí pintando los bordes de éste.

La espera para escuchar el timbre era el infierno, cuanto menos faltaba, más larga se hacía la espera. Miré por la ventana como las hojas de los arboles volaban y se golpeaban unas con otras por el fuerte viento de esos días. Se escuchaba el bufar de éste y eso era algo que me gustaba. Me parecía tranquilizante. Después volví a mirar mi reloj. Faltaba menos de un minuto para que sonara y... se lio un estruendo de sillas y mesas arrastrándose, gente hablando y guardando su material mientras el timbre sonaba.

Me levanté rápidamente sin que el profesor diera por finalizada la clase y salí fuera. No había demasiada gente por el pasillo, pero a quien me puse a buscar fue a la chica morena de antes. No comprendía porqué lo hacía, pero solo tenía la esperanza de encontrármela caminando como antes por el ancho pasillo que pasa por mi clase. Apoyado en la pared sobre mi pierna derecha seguí contemplando el vaivén de los estudiantes por el centro. Algunos con prisa para hacer un examen y otros lentos para saltarse el mayor tiempo posible. Pero ella seguía sin aparecer por allí.

La profesora de la clase siguiente entró y yo hice lo mismo decepcionado por no encontrármela. Me propuse saber algo sobre ella, como el nombre y el curso, así podría llegar a poder presentarme de una forma "inesperada".

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