Capítulo trece

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Me encerré en el lavabo de chicos. En ese instante nadie vendría y podría estar con mi soledad. Abrí el grifo e introduje las manos debajo del agua helada que caía como una cascada. Con las manos puestas en un cuenco, las llené de agua y la lancé a mi cara. El frío me activó y reaccioné. El reflejo de mi rostro en el espejo se distorsionó. Ese era el momento perfecto, me metí en uno de los lavabos sucios con las puertas llenas de pintadas. Escogí el último, el que nadie usa. Me arrodillé enfrente de la taza del váter y apoyé los codos en ella. Dos de mis dedos fueron hacia mi boca hasta rozar la campanilla y sólo conseguí provocarme una arcada. Pero eso no fue suficiente para echar todo lo que contenía mi estómago. Volví a intentarlo un par de veces más hasta que salió todo el contenido de mi interior por la garganta. Volví hacerlo y esta vez no tuve que esperar a tener más arcadas hasta que sólo eché bilis.

Me levanté del suelo pegajoso y tire de la cadena. Volví a mojarme la cara con el grifo que no había cerrado antes. Llené mi boca de agua con un sabor metálico. Metí la cabeza bajo el grifo y lo cerré. Me quede mirando en el espejo durante unos minutos hasta que la alarma de incendios sonó. Enseguida se escuchaban gritos de temor, a pesar de que fuese el simulacro de cada año. Me quedé allí dentro quedándome sordo de tanto ruido del exterior. La alarma seguía sonando, me senté en el suelo apoyando la espalda en la pared blanca. Saqué de mi bolsillo una pelota blanda amarillo dejándola en mi mano. Cerré mis dedos alrededor de ella apretando con toda la fuerza que podía ejercer.

¡Gordo!

¡No comas más que las pastelerías se van a quedar sin nada!

Cerré los ojos con fuerza. Palabras dañinas capaces de hacer cambiar a la gente.

¡Bola de cebo!

Contraje más mis dedos contra la pelota, clavándome las uñas sin demasiada longitud en la palma de mi mano. Sólo sentía dolor.

¡Vete rodando a tu casa!

Justo en ese instante a puerta del baño se abrió de golpe y entro un profesor alarmado. Muy alarmado. Abrí los ojos lentamente viendo la figura de él algo borrosa hasta que la imagen se volvió cada vez más nítida.

–¿Pero qué haces aquí? ¿Estás sordo o qué? ¡Está sonando la alarma de incendio!

–Tan sólo es un simulacro.

–¡Sal fuera ahora mismo!

Me levanté del suelo costosamente guardando la pelota de donde la cogí. La visión se me nubló hasta que se me volvió negra pero a los pocos segundos volví a recuperarla. Me sentí mareado y un fuerte pinchazo en la cabeza que hizo que me quedara paralizado y volví a caminar apoyado en la pared hacía la puerta donde el profesor de mediana edad me esperaba.

–Todo el mundo se encuentra en el patio. Ves allí.

Fui donde me dijo y me hice paso entre el tapón de gente que se había formado, buscando a la chica. Era como una adicción. Necesitaba verla.

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