Capítulo 28

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94 DÍAS ANTES DEL INICIO DE LAS GRIETAS


Respiro hondo e introduzco los auriculares en mis orejas. Cojo mi móvil y doy al botón de reproducir para que la música inunde mis sentidos. Se podría decir que escucho música porque me encanta, pero ahora la escucho más para apagar los sollozos de mi madre. Lo se, es cobarde. Debería estar allí con ella, reconfortándola, abrazándola, y al principio lo hice. Pero ya no puedo más. Me supera. Toda esta situación esta pudiendo conmigo, y lo peor es que no tengo a nadie más con quien desahogarme. 

Cuando la lista de música llega a su fin me quito los auriculares y dejo el teléfono en la mesita de noche. Me pongo en pie y me estiro. Muy a mi pesar mi madre sigue sollozando. Ya no le caen más lágrimas. Es más un lamento para poder apagar el dolor abrasador que le oprime el pecho. Lo se porque a mi también me oprime. Me despierto todos los días con un dolor inmenso que se extiende por todas mis terminaciones nerviosas. Una angustia en el estómago que amenaza con eliminar todo el contenido de mi estomago. No se si soy valiente o una cobarde, pero yo ya no lloro, y cuando lo hago, trato de hacerlo a solas, sin que nadie me escuche. Abro la puerta del dormitorio y bajo rápidamente las escaleras. Me abalanzo hacia la puerta y la cierro lentamente a mi espalda. Camino sin rumbo fijo, alejándome cada vez más de los apagados lamentos de mi madre. Mi corazón vuelve a su estado normal cuando ya estoy lo bastante lejos como para dejar de oírla, y así poder expulsar todo lo que tenía dentro. Empiezo a llorar sin control. Al principio trato de evitarlo, pero cuando se me llenan los ojos de lágrimas, difuminando el camino de asfalto que da lugar al gran parque que hay la final del vecindario donde vivo, me permito romperme. Las cálidas lágrimas caen por mi frío rostro, aportando calor a mi piel.

Sin previo aviso una figura me tapa el sol y dejo de ver el parque. No puedo distinguirle por culpa de las lágrimas, y por lo visto tampoco puedo rodearle, porque choco contra su pecho y me produce un fuerte dolor en el hombro. Me muerdo el labio para no soltar ningún grito y me seco las lágrimas para poder pedir perdón. Un chico alto y de piel tersa me mira con unos ojos grises llenos de preocupación. Nos disculpamos a la vez y nos miramos fijamente. Después de un breve momento en el que ambos nos miramos sin parpadear, él chico se da la vuelta y sigue su camino. Vuelvo a darme la vuelta y cruzo la acera para dirigirme al parque. Antes de llegar hecho la vista atrás para ver al chico con esos intensos y tormentosos ojos grises, pero ya ha desaparecido.

­Me siento en el primer banco de madera que encuentro. Recuesto el brazo derecho en el frío reposa brazos del banco y doblo las rodillas de las piernas para poner los pies en el cuerpo del banco. Recuesto la cabeza hasta que queda apoyada en la espalda del banco y me quedo observando el cielo. Un azul intenso se está viendo sustituido por una niebla tormentosa. Las nubes no son casi perceptibles, y la lluvia empieza a caer en mi rostro. Las gotas me traen de vuelta a la vida, y ahí, tumbada en el banco, vuelvo a llorar sin miedo alguno. Las gotas de lluvia podrán camuflar mi sufrimiento.

- Te vas a empapar.

Abro los ojos y pongo la mano enfrente de mis ojos para evitar que me caigan las gotas de lluvia. Elevo la mirada y me encuentro con un paraguas negro. Retiro la mano y miro más allá. para ver a la persona que sostiene el paraguas. El chico de ojos grises me mira detenidamente, esperando a que coja el paraguas. Sostengo el mango de madera marrón y los largos dedos del chico me rozan la palma de la mano.

Antes siquiera de darle las gracias, el chico ya ha desaparecido.


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