Capítulo 13

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En algún punto de la conversación caigo rendida. Mis sueños (o pesadillas) siguen torturándome, así que me despierto sobresaltada. Que se me saliera el corazón por la boca al despertar se había convertido en una rutina diaria. Desde aquel día no he estado en paz ni por un solo instante. Bueno, solo una vez, pero estaba teñida por la mentira, así que no cuenta.

Me tapo los ojos antes de levantarme. No se quien es esta gente, pero no tengo motivos para desconfiar de ellos... pero tampoco para fiarme. Me levanto y me siento en la pequeña cama. Las paredes están cubierta por una capa de pintura azul oscura y el suelo está cubierto por parqué negro.

No es ni un hospital, ni una cabaña. Es una casa normal y corriente. Un escritorio al fondo, un armario negro y una estantería llena de libros. Me levanto, pero el dolor de mi pierna vendada amenaza con derribarme. Aún así me acerco a la puerta de roble y giro el frío pomo. El pasillo es pequeño y acogedor. Toda la casa parece serlo.

En la pared hay un espejo. Me aproximo para ver mi reflejo, pero parece un espejo de los que te distorsiona la cara, porque no reconozco a la extraña que me devuelve la mirada. No se cuento tiempo llevo sin ver mi reflejo pero no parece suficiente para el cambio que se ha producido en mí.

Mi cabello castaño está mas claro y más sucio que antes. Y más largo. Me llega más abajo de los hombros. Mis ojos marrones también están más claros, teñidos por una densa capa de tristeza. Tampoco puedo pasar por alto que tengo toda la cara amoratada, seguramente por el accidente.

Me obligo a apartarme del espejo debido al incesante dolor que mi pierna tiene que soportar. Al final del pasillo hay una pequeña cómoda y una escalera. Tengo miedo de bajarla, pero aun así empiezo a descender por los escalones.

En la planta inferior encuentro lo que una persona suele esperar en una casa. Sillones, una televisión, mesas de café. También una cocina, con una nevera, una isla central, una cafetera...

No hay absolutamente nadie en la casa.



Me doy cuenta de que me han cambiado de ropa. Llevo unos pantalones elásticos de color azul oscuro y una camiseta normal blanca. Siento un poco de vergüenza. Alguien me ha cambiado cuando estaba inconsciente.

Respiro profundamente antes de abrir la puerta que da al exterior. Lentamente, mi muñeca se retuerce y la puerta cede.

En el exterior todo parece normal, como si nada hubiera sucedido. Hay personas paseando tranquilamente por la acera, montando bicicletas y hablando como si tal cosa.

Bajo la escalera y camino sin rumbo. La gente me mira cada vez que paso a su lado con ojos curiosos. Es una ciudad normal. Con casas dispuestas en hilera, una detrás de otra. Con parques y niños. Hay tiendas, bibliotecas, cafeterías en una calle, y pisos, bares... no me alcanza la vista a ver más, pero es suficiente para plantearme seriamente el hecho de que esto puede ser un sueño.

- Despierta July -susurro. Mi voz me raspa la garganta-. Despierta.

Pero no me despierto. No entiendo absolutamente nada, y menos cuando alguien me llama.

Una mujer de mediana edad con el pelo gris corto hasta la barbilla me nombra. No puedo evitar sentirme encerrada a pesar de estar en un espacio abierto.

- ¿Quien eres? -le respondo.

- Tranquila, ven conmigo. Te lo explicaré todo.




La mujer, que se ha presentado como Claudia, me conduce a una casa que está a tres o cuatro manzanas de la casa en la que me he despertado. Abre la puerta y me conduce a una habitación casi vacía donde solo hay un sillón y un cuadro abstracto.

- Siéntate, por favor.

El sillón es muy cómodo, y mi pierna agradece y vitorea ante la idea de descansar.

- Creo que te debo una explicación -me dice. Yo asiento y callo para obligarla a continuar-. Esto no es un refugio, es... una ciudad. Pansena. Obviamente no se llama así, pero la hemos bautizado de nuevo. Mucha gente al escuchar de boca de otra gente que se estaba produciendo una catástrofe decidió huir. Apenas eramos cien personas al final del día. Nosotros estábamos extrañados. No había pasado nada. No se habían producido grietas en nuestra ciudad, así que decidimos que no había razón para alarmarse.

Yo la escuchaba atentamente, pendiente de alguna contradicción que me alertara de que había gato encerrado.

- La gente empezó a llegar. Les dijimos que no había motivo para preocuparse, que nuestra ciudad era segura. No tenemos explicación de porqué pasa eso -me suelta al ver mi cara de confusión. Asiento lentamente y continua-. Mucha gente accedió a quedarse. Teníamos infinidad de hogares vacíos, así que podíamos ofrecer refugio a la gente que se acercaba. Otros muchos no se confiaron y se fueron.

>>Lo que te pido es que no te alarmes ahora mismo. Se que es extraño y confuso, pero como le he dicho a otra gente, este lugar es seguro, y no hay nada de lo que preocuparse. Al menos de momento.<<

>>La gente colabora con nosotros, nos ayuda. Retoman como puede su vida y empiezan a trabajar para que esto vuelva a funcionar. Y queremos contar con vosotros. Sus amigos también están bien -no puedo evitar soltar el oxígeno que había contenido. Claudia sonríe al ver mi alivio-. Te puedo indicar donde se encuentran si quieres visitarlos. Ellos también han recibido esta charla.

- Pero... -empiezo-, ¿cuanto tiempo llevo recuperándome?

- Tres semanas.

Llevo tres semanas aquí, en esa cama. Mi cerebro funciona a toda prisa. Repasa los datos que ha obtenido de la conversación para encontrar agujeros en su historia, pero estoy tan agotada mental y físicamente que descarto más ideas conspiratorias y me permito un descanso.

- Puedes volver a la que ahora es tu casa -Claudia se levanta-. Ha sido un placer haber hablado contigo, y espero contar con tu ayuda y colaboración para ayudar a los demás. Ahora estás segura.



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