Capítulo 7

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Siento una extraña opresión en el pecho. Hace un centenar de pasos que deje de ver la tumba improvisada del dibujo de Mason. Y contra más me alejo más libre me siento, pero más me oprime el pecho.

Intento hacer caso omiso de la vocecilla que me susurra que estoy cometiendo una locura, que no puedo sobrevivir sola. Que he firmado mi sentencia de muerte. Sacudo la cabeza para ahuyentar los malos pensamientos. No me sirve de nada ponerme en plan catástrofe. Necesito un poco de optimismo. Sobretodo ahora que voy a recorrer el camino en solitario.

Meto las manos en los bolsillos de la chaqueta y veo como se condensa el aire al expirar. Parece hacer más frío ahora. 

Conforme avanzo hacia alguna salida de entre los árboles escucho como se rompen las ramitas bajo mi peso y como la sombra de los árboles se va desvaneciendo con el sol.

De repente escucho un crujido a lo lejos y me quedo parada al instante. Me recorre un escalofrío que hace temblar cada pequeña partícula de mi cuerpo. Tengo miedo a darme la vuelta. A encontrarme algo o alguien. No me cuesta darme cuenta de que no estoy preparada. He cometido un terrible error al separarme de Mason. Quería demostrarme a mi misma que era lo suficientemente valiente e independiente para salvarme a mi misma, pero estaba claro que no lo era. No podía salvarme. La gente como Mason es la que sobrevive. La que después de la catástrofe plasma el horror de sus desventuras en palabras para ayudar a otra gente. La gente como yo es la que muere. La que se convierte en un número más que define lo terrible que fue cierta catástrofe en cierto año de cierto siglo. Existe una gran diferencia entre Mason y yo.

¿Correr o girarme?

¿Ser cobarde o valiente?

¿Morir o vivir?

Elijo girarme.



No encuentro nada. Parece que en tan solo un par de minutos la poca luz que entraba a través de las ramas de los árboles se ha desvanecido. Todo se ha sumido en la oscuridad.

Veo la forma irregular de la flora del bosque y oigo pequeños sonidos incesantes a lo lejos, procedentes de algún insecto.

Las extremidades se han quedado rígidas y entumecidas. Mi corazón palpita a toda velocidad. Pum, pum, pum, pum. Cuento los latidos, me ayudan a recuperar la compostura. Trago una bocanada de aire. Llevaba sin respirar un par de segundos.

No se escucha nada a parte del ruido de insectos y el incesante golpeteo de mi corazón en el pecho. Me estoy volviendo paranoica. Cálmate July. No ha sido nada. Solo un producto de tu imaginación.

Vuelvo a girarme y reanudo la marcha intranquila. Me parece sentir un par de ojos clavados en mi espalda.



Me encuentro acurrucada en un suelo de hojas marchitas cuando me despierto, aunque no recuerdo haberme dormido en ningún momento.

- Mierda.

Esta situación puede conmigo, necesito calmarme. No llevo ni veinticuatro horas sin Mason y ya parece que me estoy volviendo loca.

Me froto las piernas y los ojos y mis pies se ponen en funcionamiento. Solo había dado tres pasos cuando encuentro lo que parece una carretera principal. Me maldigo internamente. Joder, me he dormido justo al lado de la salida. Me siento estúpida.

Cuando llego a la carretera empiezo a caminar por la derecha. Cuento las líneas blancas que separan los dos carriles para matar el aburrimiento y que el tiempo pase más rápido, pero juraría que se ha detenido si no fuera por el movimiento de mis piernas.

La GrietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora