Capítulo 29

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85 DÍAS ANTES DEL INICIO DE LAS GRIETAS

Las luces me vislumbran y la música a todo trapo embuten mis sentidos. Todo es un amasijo de brillantes telas y taconeos en el suelo al compás de la melodía. Al fin y al cabo es el típico baile de fin de curso. El último para mí, gracias a dios.

Mis amigos me han arrastrado hasta la pista de baile para disfrutar el último día como estudiante de secundaria a pesar de lo mal que lo había estado pasando los últimos años. No he disfrutado mi adolescencia como quería y más a mi pesar mi mejor amiga, Dominique, iba a volar hasta la otra punta del país en un par de horas para estudiar en una de las mejores universidades, así que supongo que era una de las muchas otras razones para disfrutar, o al menos intentarlo, de mi última noche en el odioso instituto, y bailar junto con Dominique, la última canción juntas.

Me duelen tanto los pies al finalizar el baile que me cuesta horrores volver a mi casa. Todos mis amigos estaban lo suficientemente borrachos como para obligarlos a no conducir, así que no me queda otra que caminar sola hacia mi casa por la solitaria carretera al lado del bosque.

Mi sombra se refleja en el asfalto cuando el faro de un coche aparece de repente. El coche se para a mi lado y me altero al encontrarme con unos ojos grises, apenas perceptibles por culpa de la oscura noche, que me miran divertidos.

- No deberías ir sola a estas horas de la noche y con ese vestido azul tan pomposo -dice mientras me mira de arriba a abajo.

Lo recuerdo. Es el chico que me dio el paraguas aquel día en el parque. Con el que me choque por culpa de uno de mis ataques de histeria. No se quien es, ni cuantos años tiene, ni como se llama. Y aún así no me siento del todo incómoda con su presencia.

- No deberías hablar con desconocidas a estas horas de la noche -replico.

- No somos tan desconocidos -el chico se encoge de hombros y abre la puerta del copiloto-. Si quieres te llevo a tu casa.

Por un lado no debería siquiera plantearme el subirme en un coche con alguien que no conozco, pero por otra mis pies se salvarían de la amputación y además, no me transmite desconfianza. La parte racional de mi cerebro, la que identifica los peligros, se apaga, y el dolor de mis pies cobra vida y me lleva hasta el asiento de la camioneta del chico de ojos grises. Le agradezco en un susurro su oferta.

- De nada -antes de arrancar se gira y me tiende la mano con una sonrisa-. Mason.

- July.

Nos damos un apretón de manos, y por primera vez en mucho tiempo, dejo de pensar en todos los problemas y los traumas y me concentro en la mirada de aquel chico, aunque se que es poco probable que lo vuelva a ver.


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