Capítulo 1

958 30 3
                                    

Me despierto sobresaltada. Mis ojos se abren de repente y siento el movimiento incesante de mi cama, que sin explicación alguna se empieza ha mover por la habitación. Me pongo de pie y el suelo me sacude como una muñeca de trapo. Desconcertada, me acerco a la ventana y aparto las cortinas. Observo una luz naranja que no puedo distinguir. Con el puño quito el hielo que se ha ido acumulando en la ventana por culpa de la fría noche. De repente la luz naranja se convierte en una gran hoguera. El único problema es que la hoguera es dentro de las casas. 

Todo mi vecindario está en llamas. Oigo gritos, veo gente corriendo de un lado a otro sin rumbo fijo. ¿Que está pasando? Una pequeña grieta aparece de la nada en la ventana. Me acerco para verla y la ventana estalla en mil pedazos. Grito de dolor cuando algunos trozos de cristal se me clavan en el rostro. Como puedo me los quito. Rápidamente me acerco al armario y me visto. Cojo una camiseta morada y una chaqueta negra. Me pongo unos vaqueros y las zapatillas. Abro la puerta de mi habitación y toco las paredes en busca del baño. Cuando llego compruebo que, como esperaba, se ha ido la luz. Abro el grifo y sale un chorro de agua. Meto las manos debajo y se me pone la carne de gallina. Me limpio las pequeñas heridas que me han causado los fragmentos de cristal y me seco con la toalla. El suelo ha dejado de temblar. Respiro aliviada y salgo del baño.

- ¡Mamá! -grito cuando llego a su habitación. Está vacía-. ¿Donde estás?

Solo me responden los gritos del exterior. Regreso a mi habitación y cojo el móvil y una pequeña mochila. Bajo corriendo la escalera y voy a la cocina. Meto botellas de agua y un paquete de galletas saladas. 

Entro en la sala de estar y vuelvo a gritar en busca de mi madre, pero no está. Desesperada y sin saber que hacer, grito frustrada. La cara todavía me duele por los pequeños cortes, pero podría haber sido mucho peor. Cojo una goma del pelo del cajón de la cocina y me ato el pelo. 

Busco a mi madre por el resto de la casa, pero se ha ido. Cuando llego a la entrada de la casa de nuevo, la escalera y el piso de arriba se empiezan a desintegrar. Abro los ojos de par en par y salgo a toda velocidad de la casa. Me giro para ver mi casa, pero el piso de arriba ya no está, y segundos después se derrumba el piso de abajo. Pero... ¿cómo?

Y encuentro la respuesta. Me doy la vuelta y veo una grieta gigante que divide el asfalto. Mi respiración se detiene y me quedo parada, como si estuviera clavada. La gente pasa por mi lado pero ni siquiera reparan en mí. Me sacudo y me pongo en marcha. Sigo a la gente, porque sinceramente no se ha donde ir. ¿Donde está mi madre?

La gente que corre a mi lado están aterrados. No soy la única. Mis pies van solos, ni siquiera puedo controlarlos. Mis oídos me duelen por culpa de los gritos de la gente que me rodea. Me empiezo a marear. Alguien me empuja. Quienquiera que sea, no se da la vuelta para ver si estoy bien.

Me pongo en pie y me sacudo las palmas de las manos raspadas por la gravilla del asfalto. Una chica grita y me giro. La grieta acaba de engullirla. Y nos está siguiendo. La gente que huye parece no darse cuenta, pero estamos jugando al gato y al ratón. Y nosotros somos las víctimas.

Las farolas empiezan a caer y me cubro la cabeza. Me pongo a correr de nuevo como alma que lleva el diablo. Necesito escapar de este lugar si no quiero formar parte de las profundidades de la tierra. La grieta cada vez está mas cerca y la carretera se llena cada vez de más gente. Y el asfalto se divide.

Niños caen por la grieta y sus padres gritan intentando ayudarlos. No quiero mirar atrás, pero me doy la vuelta y tropiezo. Nadie me ayuda. Soy invisible para ellos. De repente el suelo que me protegía de caer se abre por la mitad.

Me agarro con todas mis fuerzas, pero mis manos empiezan a sudar. Grito lo más fuerte que puedo. Pero nadie viene a rescatarme. Los dedos van cayendo poco a poco como en las películas de acción donde alguien está apunto de caer de un precipicio. Solo queda un dedo pero al final algún héroe los salva. Pero yo no tengo esa suerte.

Mis manos resbalan y me encuentro suspendida en el aire. El tiempo se para y no me da tiempo a gritar. Después, todo pasa muy deprisa. Una mano me agarra por la muñeca. 

- Por favor, no me sueltes -ruego con lágrimas en los ojos. No veo la cara de quien me ha sujetado, pues la calle se ha sumido en la oscuridad-. Súbeme... por favor.

- Tranquila -una voz masculina me responde. 

Me sube como puede y caigo en sus brazos. Sollozo y me sorbo la nariz. El chico me intenta calmar, pero se le nota incómodo.

- Tranquila, ya está. Estás a salvo. 

Asiento y me levanto de pie con su ayuda. La calle se ha ido vaciando poco a poco. Pero sigo oyendo los gritos. Algunos siguen huyendo y muchos de ellos han caído. No puedo ver al chico, pero puedo ver brillar sus ojos.

- Tenemos que irnos.

- ¿Donde? -mi voz suena todavía agitada - ¿conoces algún lugar seguro?

Me río de mi estupidez. No puede haber ningún lugar seguro cuando la tierra se parte por la mitad. El chico niega con la cabeza, o eso me parece.

- Tenemos que movernos. De lo contrario nos van a arrastrar con ellas -supongo que se refiere a las grietas y asiento de nuevo, aunque se que no puede verme.

- Gracias -mi voz ha vuelto a recuperarse y me siento mucho mejor. El suelo ha dejado de temblar, pero se que no va a durar mucho-. Me has salv...

Antes de que pueda terminar, el suelo vuelve a temblar. El chico me coge de la muñeca y salimos corriendo, pasamos por un pequeño callejón entre dos edificios y nos adentramos en los bosques que rodean el pueblo. Me araño los brazos con las pequeñas ramas y me tropiezo mil veces con las raíces, pero me siento a salvo. El chico no vuelve a hablar, y lo prefiero. No sabría que decir.

Descansamos un minuto y me fijo en el humo que rodea el cielo. Sigo el camino del humo y vislumbro la ciudad en llamas. Esto es, sin lugar a duda, el fin del mundo.



No se cuanto tiempo llevo caminando, pero me dejo caer al suelo. Apoyo la espalda en un tronco e intento respirar profundamente para recuperar el oxígeno que mis pulmones me gritan que necesitan. La luz del del amanecer empieza a dejarme ver al chico. Es alto y  musculoso y su cara está llena de sudor. Tiene un semblante serio y me mira fijamente. 

Veo unos ojos verdes, pero no estoy segura. El chico pone los brazos en jarras y me mira expectante.

- Lo siento -cierro los ojos y me concentro en mi voz, porque si no me voy a desmayar del cansancio. Los vuelvo a abrir y encuentro al chico sentado a mi lado. Es bastante atractivo, pero el ceño en su frente lo estropea-. Lo siento... estoy... Necesito descansar.

Él asiente y yo me relajo. Descanso un par de minutos y le comunico que ya estoy lista para seguir. Antes de acabar la frase, el chico se pone de pie y yo le sigo. Mi cabeza está hecha un lío. Empiezo a crear en mi mente historias para explicar lo que ha sucedido hace apenas unas horas. Nada de lo que ha pasado tiene sentido. Parece una terrible pesadilla. Me pellizco para ver si despierto, pero no funciona. Eso ha pasado y yo me he quedado sin casa y totalmente sola.

Mi madre ha desaparecido. También intento buscar una explicación para eso, pero tampoco encuentro una. Mi mundo se ha derrumbado y he tenido la suerte de poder verlo. No he muerto. Sigo viva, pero una parte de mi se ha derrumbado con esa casa. 

No tengo ni idea de lo que va ha pasar ahora. ¿Como sobrevives a una catástrofe como esta? No lo sé. Puede que nunca lo sepa. Puede que muera mañana, hoy o dentro de cincuenta años. Solo sé que necesito encontrar a mi madre, aunque sea lo último que haga. Y parece que este chico que tengo enfrente puede ayudarme ha lograrlo.

Me animo a mi misma y sigo caminando. Tengo las piernas agarrotadas después de la larga caminata que estoy haciendo. Ni siquiera se hacia donde nos dirigimos. Solo le sigo. La luz del amanecer se cuela por las ramas de los árboles y me fijo en el chico. Tiene el cabello castaño y enmarañado. Su espalda es ancha y se envuelve a la perfección en su camiseta blanca de manga corta, y camina con decisión, sin darse la vuelta. Me pregunto si sabe que sigo detrás de él.

Cojo una botella de agua de la mochila y le doy un gran trago. Se la ofrezco al chico. Se gira lo más mínimo para ver lo que le ofrezco y niega con la cabeza. Sigue igual de serio que antes. Bebo un poco y guardo de nuevo la botella. De repente la mochila me pesa mil kilos. Antes de darme por vencida, me avisa que ya estamos llegando y decido continuar caminando.


La GrietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora