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Desde que eras pequeña, tenías miedo de ahogarte. Cuando los demás niños competían entre sí para ver quién aguantaba más la respiración, tú te quedabas al margen, mirando.
No es que no supieras nadar, es que te asustaban las situaciones que podían llevarte a ahogarte.
Era un día caluroso y tus amigos habían decidido ir a nadar al lago. Tú habías aceptado ir, aunque te inquietaba el hecho de que hubieran elegido un lago en vez de una piscina.
Estás de pie en la orilla del lago, sobre una gran roca. Tu reflejo te mira fijamente.
"¿Pasa algo?" La voz de Maki suena detrás de ti. Sacudes la cabeza, girándote hacia él. Pero pierdes el equilibrio y caes de espaldas al agua.
El pánico se apodera de tu pecho debido al repentino movimiento.
Tu espalda choca contra una de las rocas del agua, y aunque no te duele mucho, tu temor número uno estaba sucediendo.
Maki se ríe al verlo, sin darse cuenta aún de lo que está pasando. Sus ojos se abren de par en par cuando escucha tu grito, un auténtico grito de miedo, sonar desde el agua.
Sin dudarlo, se lanza, sujetándote por la cintura.
"Tranquila, respira, estás bien. Estoy aquí." Te asegura, tratando de llevarte de vuelta a la orilla en la tierra. Te mira, con la respiración aún agitada y los ojos cerrados.
Cuando los dos están de nuevo en el suelo, empapados, te mira con preocupación.
"Gracias." Dices entre jadeos, con las manos en las rodillas, intentando estabilizar tu respiración.
"No es nada." Responde, dándote palmaditas en la espalda. "No sabía que tenías miedo a ahogarte."
"Sí, de hecho estaba un poco indecisa sobre si unirme hoy." Confiesas.
"No te preocupes, si quieres, hoy me quedaré a tu lado." Te propone Maki con una sonrisa brillante. "Yo también quiero que hoy te diviertas."
