Capítulo XX IV- Necrus

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Quedé absorto en mí pensar, estaba pasmado ante una nueva realidad que parecía inconcebible. El susurro del mar me dictaba a adentrarme más en la verdad, ¿Pero que era la verdad?, habíamos vivido una vida de engaños sobre nuestros padres, viviendo en un mundo donde a pesar de los demás estábamos a la deriva. Aunque tal vez no éramos los únicos ¿qué con nuestros padres mortales? Puedo imaginar lo difícil que también fue su vida. Una relación con un dios, magnífica, más la crianza de un semidiós... Pero ¿por qué no decirnos la verdad? En vez de ocultarla o dejarla envuelta en misterio... Claro decir que eras amante de un dios... quien no los tacharía de locos o blasfemos, incluso yo lo encontraría difícil de creer, aunque tal vez un poco de sutileza podría haber ayudado... Un extraño sentimiento me acogió tras llegar a una conclusión descabellada pero que a cada oleaje subía y subía hasta convertirse en una ola que se abalanzó sobre mí, al tiempo que los primeros rayos del amanecer se posaban sobre nuestros rostros.

-Debemos irnos- murmuré con voz ronca, mientras volvía a alzar la vista para encontrarme con los ojos de Néstor, quien se había quedado inmóvil tras la acusación de Andrómeda

-Debemos irnos- repetí, aclarándome la garganta y sacando al grupo de sus piensos.-El barco zarpará dentro de poco. Tomen sus cosas, debemos partir de nuevo.

-Yo me encargo de no dejar rastro de nuestro campamento-dijo Néstor, quien me miró agradecido- Ustedes empaquen lo necesario, iré a revisar el perímetro.

Asentí, mientras Andrómeda le miraba inconforme, tal vez tras no encontrar una respuesta a su pregunta inconclusa, pero tras verle partir empezó a recoger sus cosas con brusquedad. Dafne miraba nerviosa a los arbustos, como temiendo una emboscada, más yo creía esperaba algo más que enemigos. Al notar mi mirada comenzó a recoger lo suyo.

Mientras juntaba todo, mi mente se enfrascaba en la misión que tendríamos por delante, de ella dependía el futuro de nuestros padres y Atenas, incluso de los mismos Dioses. ¿Por qué habríamos sido elegidos? Era la cuestión que tal vez ni ellos podrían responder.

El muelle comenzaba a llenarse de pescadores y comerciantes, cuyas miradas se posaban sobre nosotros. Veían unos jóvenes armados, con algunas pertenencias y cara de haber visitado el inframundo. Pero peor era conocer el destino incierto al que íbamos. Las profecías nunca son benévolas. Abordamos la nave junto con los marinos, algunos con reticencia, otros con dolor, y otros con ansias de volver al reino de Poseidón. Por otro lado subía yo, sin sentimiento alguno pues varios se acumularon al abordar la nave y me era imposible saber cuál predominaba. Soltaron las amarras, se inflaron las velas y el barco dejó el muelle, la ciudad y se perdió en el mar con rumbo a la ciudad que nos vio nacer: Atenas.

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Ahí estaba tal como la dejamos, hace ya tiempo, espléndida. No habría otra manera de describirla. Con añoro y ansiedad nos adentramos en la ciudad que bullía de actividad.

-Hemos de separarnos- dice Andrómeda, tras llegar a un ágora, poco conocida por mí.- Tenemos que buscar información, y tengo una idea de dónde encontrarla. Nos reuniremos de nuevo mañana en...

La colina más alta.-Interrumpe Dafne- está a unos cuantos pasos de casi cualquier parte de Atenas, es fácil de encontrar.

Todos asentimos, y en medio del murmuro alegre de los comerciantes y el pasear de la gente reinó el silencio. Tras unos instantes, Andrómeda, nos miró y sin pensarlo más tomó rumbo por una de las calles que intersectaban el ágora seguida de Néstor, dejándome solo con Dafne, quien me miraba con sus ojos azulados. Intuía la pregunta y antes siquiera de razonarlo me encontraba enfrente de una de las casas más reconocidas  de Atenas, la casa de Dafne. De tan solo pensar que la mía se encontraba a tan solo unos pasos más a la izquierda me hacía estremecer. 

Su padre no estaba, cosa que no sorprendió a ninguno. Pues era un importante miembro del consejo de guerra Ateniense. La servidumbre nos limpió y alimentó para luego llevarnos ante la madre de Dafne que esperaba en el salón principal.  Al entrar, ella se encontraba de espaldas, más al escuchar nuestros pasos se volvió para dejar escapar un aliviado suspiro. Era una mujer alta, de facciones bellas y livianas, un cabello sedoso cual nube blanca. Sobre sus ojos azules caían sus párpados, serenos, dándole un aura soñadora y profunda. Se acercó a su hija abrazándola, mientras yo las observaba algo alejado de la escena familiar. 

Pasados unos momentos Dafne le soltó:

Ya lo sé madre, se quién es mi padre.

Para mi sorpresa y la de Dafne su madre respondió:

Tu padre quiere hablar contigo- dijo quedamente- me ha hablado de la misión que tienen por delante, nada ha sido coincidencia. El barco que los atacó era un intento de asesinato, ustedes conocen al que cambiará todo. No deben retar a la profecía que a cada uno se le ha dado.

Dafne se apartó un poco y vio algo en su madre que no alcancé a distinguir. ¿Terror acaso?

Confundido pregunté: ¿Pero cómo ha sabido todo eso?

Me lo ha dicho en sueños- respondió su madre.

¿Pero quien?- insistí

Mi padre, Hipnos- Dijo Dafne.

Él te espera-dijo su madre- señalándole el piso de arriba. En un ademán de seguirla fui detenido por su mirada. Mientras Dafne me dio una cálida sonrisa y una mirada tranquilizadora, que me mantuvo en mi lugar, mientras la veía salir del salón. 


Batalla por Grecia; DESTINO:OLIMPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora