Prólogo

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La puerta de la gran Iglesia esperaba abierta mi entrada "triunfal" como buena y enamorada novia que era.
Já já já.
Me obligué a andar hacia adelante, cuando solamente deseaba correr en dirección contraria.
El vestido me apresaba, dejándome sin respiración, los tacones de repente me apretaban demasiado, evitaba llorar a toda costa.
Me planteé el huir de aquella muchedumbre, que esperaba asistir al mayor evento del año, y de mi prometido, pero eso solo me traería problemas, así que me contuve, intentando relajarme en vano.
Pensé palabras de aliento para seguir hacia adelante, literalmente.
"sólo tres años Azu, solo serán tres años dependiente de un tío. Después el divorcio, y piénsalo tendrás un trabajo vitalicio con el paro que hay hoy día"
Luego un pensamiento pesimista me hizo suspirar tristemente.
" Quizás pierdas tu virginidad en el camino con el idiota con el que vas a casarte"
Casi tropecé, mucho más nerviosa de lo que cualquier chica en su boda estaría, al fin y al cabo no era una boda por amor, sino una por contrato.
Desheché el pensamiento de la virginidad de mi mente para no correr lejos del cretino terriblemente sexy que me esperaba delante del altar.

Todos creían ingenuamente que nuestra unión era sincera, que el amor flotaba a nuestro alrededor como una nube rosa, que equivocados estaban...

Ese hombre no me amaba, quizás sintiera cierto grado de cariño hacia mí pero no era suficiente como para casarse conmigo, además yo tampoco lo amaba a él.

Me gustaba su físico, aunque no nos mintamos ¿a que chica o a qué gay no? pero detestaba su amargada y aburrida personalidad de empresario besa pies de su papaito, su manera de conseguir todo lo que se proponía y su estúpida forma de ponerme nerviosa y enfadarme.

El caso es que ya no podía dar marcha atrás a lo que estaba apunto de hacer: Casarme.

Mi padre que me sostenía del brazo como indicaba la tradición, apretó más su agarre en mi miembro derecho, puede que esperando una negativa de mi parte justo antes de entrar por esa gran puerta, donde ya si que no me podría hechar atrás.
Pero no, iba a ser fuerte, valiente y quizás sacara algo bueno de todo aquello. Aunque lo dudaba severamente. Ni yo misma lo creía.
- ¿Por qué lo hiciste, hija? -Preguntó mi padre dudoso, observando mi incomodez y la tensión acumulada en mis músculos. Lo miré a los ojos y una lágrima se escapó de los míos, recé porque el maquillaje siguiera en su sitio.
- Firmé papá, y ya no hay marcha atrás, es decisión mía. No hagas esto más difícil, sigue caminando por favor y no me sueltes por nada del mundo. -le pedí intentando sonar severa. Él Asintió, y tras limpiarme la lágrima con un dedo me sonrió infundandome seguridad y me guió hasta las puertas donde me esperaba aquel matrimonio que pondría patas arriba mi vida.

Cuando sobrepasé aquella puerta adentrándome en lugar santo todas las miradas se posaron en mí.
Seguí caminando, fingiendo una sonrisa que mostraba mis dientes.
No miré a nadie con detalle en mi camino.
No dejé de caminar hasta que estuve a su lado.
Cuando me miró con una sonrisa que no supe interpretar y me escrutó de arriba a abajo, supe que de ahí en adelante todo iba a ir de mal en peor.

Contrato de BodaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora