POV CÉSAR.
La chica a la que había desposado me miraba espectante, quería que volteara hacia otro lado para quitarse el vestido y sumergirse en el agua caliente sin que yo la viera.
Pero tenía otros planes, tanteé en mi bolsillo con disimulo un pequeño espejo de mano que siempre solía llevar.
No es que fuera un hedonista y estuviera cada dos minutos observando mi cara, a pesar de que era digna de observar, me gustaba tenerlo para evitar a los paparazzies por la calle cuando lucía ojeroso y despeinado debido al trabajo, básicamente lo necesitaba para observar cual era mi estado y decidirme si debía planear un plan de escape o estaba decente para una de esas entrevistas tortuosas.Regalé una pequeña sonrisa a Azucena y me coloqué de espaldas a ella, alejándome unos pasos.
Saqué en el acto el espejo ovalado.Quería verla en esa ropa interior, ya la había visto totalmente desnuda antes y llevaba desde que la introduje en mi mundo de abstinencia, dos o tres meses, quizás.
No era un acosador, lo hacía porque podía, y porque sabía que muy en el fondo a la jóven López no le importaría.
En el espejo se reflejaba su cuerpo que también estaba de espaldas a mí, observé como deslizaba el fino vestido por su piel, hacia arriba, para sacárselo por la cabeza, deseé ser yo quien lo hiciera.
Escruté su cuerpo, era menudo, tenía un buen culo, y unas caderas muy bonitas. Su pelo rubio era tan largo y ondulado, que casi cubría sus nalgas por completo, y realmente tenía razón en lo de la escasez de ropa, sus braguitas de encaje rojo estaban en el límite para pasar a ser un tanga.-¿No estarás mirando? - Me preguntó con su dulce voz, girando su cabeza hacia mí.
Con destreza volví a colocar el espejo en mi bolsillo derecho sin que Azucena se percatara.
- Te dije que te respetaría - le dije, y en parte era cierto, no la había tocado en absoluto, aunque mi mini yo estaba deseando invadirla de una manera bastante sucia. Mi miembro viril aprisionaba el pantalón vaquero que llevaba puesto clamando ser liberado.
Miré hacia la cabaña donde dormiríamos, si no me equivocaba por segunda vez.
En la primera estuve a punto de violarla, en nuestra casa de Toledo.Esa vez me quedé a tan solo un milímetro de sus labios, y mis dedos a unos centímetros de sus pechos desnudos. Tuve que salir para no cometer un delito. Su cuerpo tentaba al deleite del mío como un palo a una hoguera.
Azucena era pura, una delicia para cualquier hombre, además era dulce, buena e inocente, también muy inteligente. Adoraba su esencia. Desearla era mi pecado privado y mi mayor anhelo.
Jamás me había atraído una mujer tanto como aquella pequeña de ojos marinos y cabello que no sabría si definir como rubio oscuro o castaño claro.
- Ya puedes entrar, estoy dentro y ya he añadido jabón en el agua. - Me avisó Azucena con esa voz que me hacía perder la cabeza.
Con premura y sin vacilación quité mis pantalones de mi cuerpo, desabrochando previamente el cinturón, su reacción al verme en calzoncillos me producía una curiosidad maquiabélica.
Mis calzoncillos eran negros, y gracias a la ingenúa señora Pérez me había excitado.
Las mujeres sin haberme tocado siquiera no solían producir aquella reacción en mi parte anatómica favorita. Azucena, era Azucena, no era una más, la admiraba, desde que la vi por primera vez en aquel hospital.
Me di la vuelta, mirando a mi jóven mujer a la cara, miraba hacia mí con el agua cubriéndole hasta el cuello y el pelo recogido en un desmadejado moño.
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Contrato de Boda
RomanceAl acabar la universidad solo quería ser feliz con el amor de mi vida, ir de vacaciones con mis amigas y encontrar un trabajo que no me alejara demasiado de mi familia. Nada salió según mis planes: me engañó el que se suponía que tenía que ser el am...