Negociación

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Puse la mesa y corté la pizza en ocho trozos para que luego tocásemos a cuatro cada uno.

No sabía si le gustaba la nata de cocina.
En realidad, me daba igual.

Sabía que iba a ser poca cena para los dos, pero me urgía más obtener las respuestas a las preguntas que habían flotado por mi mente durante todo el día.
El timbre sonó. Abrí,

- Hola, señorita López. - Me saludó con una sonrisa cortés, demasiado formal.

Entonces lo entendí, él no tenía confianza conmigo y me trataba de manera profesional.

- Buenas noches, señor Pérez -saludé de la misma forma, le dí un beso en cada mejilla - pase -le sugerí

-Mi piso es algo más pequeño que la mansión de tus padres. Espero que no le importe - Comenté irónica.

Miró mi hogar y sonrió.

-Es un lugar más apacible que la mansión. - refutó Mi nuevo "novio" César, decidí tomarlo como un piropo.

-Sígueme. Vamos a cenar.

Llegamos a la cocina-comedor de mi piso.

- ¿Esto es una broma señorita López? -Me preguntó con una mezcla de duda e ironía.

Me encogí de hombros.

¡Anda, mira César Pérez no hay caviar ni foie de pato! Esto comemos la gente que no tiene cien empresas.

-No, no es una broma -Llegó a la conclusión mirando mi expresión de mal humor.

Qué listo. No, no es una broma, es lo que comemos los pobres.

-Si no le gusta la cena, señor, podemos quedar otro día cuando compre carne de lechón y consiga caviar de internet, de esturión como los que toma para desayunar - le dije sardónica.

Él se echó a reír a carcajadas.

- Me gusta la pizza señorita, la única objeción es que con eso difícilmente come un canario. Guárdela en el frigorífico ahora mismo y adecentese algo. Vamos a cenar en un lugar donde podamos pensar sin falta de alimentación sobre nuestro contrato y las negociaciones -ordenó él, hice lo que me pidió porque en verdad tenía razón y lo había tratado como a un pijo delicado.

No sabía cómo era Pérez porque no lo conocía, apenas sabía algo de él.
Pero parecía de esos tipos que si lo soltabas en el amazonas se buscaba la vida.

Parecía un tipo duro, de esos que da órdenes, pero jamás ha recibido una.

Me coloqué el mismo vestido de su velada, ya que él iba en traje y no deseaba desentonar, me peiné el pelo en una coleta alta y me eché algo de maquillaje, sin pasarme demasiado.

Salí y me encontré con su mirada directa por tercera vez.

Me escrutó de arriba a abajo.

- ¿Solo tienes ese vestido? -Me preguntó con el ceño fruncido.

- Yo no tengo tanto dinero -asentí, sonrojada.

- Vas guapa así de todas formas -admitió.

- Gracias, supongo -suspiré.

Me miró y una sonrisa incipiente en su boca demostró su conformidad.

- ¿Vamos, Azucena?

- Vamos, César.

Afuera nos esperaba un flamante Nissan de última gama, con chófer incluido. Oí a Pérez llamarle Juan al conductor. El viaje transcurrió en silencio, al fin y al cabo, sumidos en la oscuridad poco podríamos ver el contrato que había sacado de la guantera del coche.

Contrato de BodaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora