Blanco significa pureza II

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- ¿Estás segura? - Me preguntó Elia, mi prima más mayor, que se había casado años atrás y tenía dos adorables e hiperactivos niños pequeños.
Elia era peluquera y se encontraba toqueteando mi pelo con suspicacia.
Un rizo por un lado, un mechón liso de pelo claro por otro...estaba hecha toda una experta y yo solo podía escrutar sus seguros movimientos reflejados en el espejo de enfrente, preguntándome, con incredulidad, cómo lo hacía.
Lo máximo que sabía hacerme yo era una coleta.
Su pregunta me pilló de sopetón, y después de un hola y un beso en cada mejilla fue lo siguiente que soltó, agradecí que estuviéramos solas en ese instante para que nadie más observara el impacto que aquella pregunta había tenido sobre mis facciones, tensas de repente.

- Hmm... Eso creo - le dije con sinceridad.

- pero ¿Le amas? - me cuestionó. Miré a su reflejo en el espejo, esa pregunta era previsible tras la anterior y no me atraganté con mi propia saliva al oírla.

- Tenemos nuestras diferencias, aún así lo admiro... - expliqué - Sí, lo amo.

Las palabras salieron con toda la naturalidad posible que me permitía una mentira.
César me gustaba pero no lo amaba, era un hombre rico, que guardaba secretos que seguramente solo él conocía, un hombre que normalmente habría estado a kilómetros luz de alguien como yo, pero misteriosamente y atentando contra las leyes naturales, íbamos a contraer matrimonio y mostraba un interés incondicional en mi persona, como si me apreciara...y se preocupara por mí, algo que era increíble para cualquier ser con ojos. Yo era insignificante, pequeña y, además, tímida.

Mi prima acabó con mi pelo, que ya no se asemejaba ni una milésima al cabello rubio ceniza y lacio que normalmente llevaba. El semirecogido que Elia me había hecho me hacía sentir como la protagonista que debía ser aquel día surrealista. ¿Lo peor de todo? De repente no se me antojaba tan mala idea ser el centro de atención junto a César Pérez y disfrutar por una vez de un día mágico.

Sonreí forzosamente.

Mi madre hizo acto de presencia en el baño donde me estaba arreglando mi prima.

- Oh cielo, Dios mío, pero que peinado más precioso. Me asombras cada año mas Elia, eres estupenda. -Dijo mi madre maravillada con un brillo especial en los ojos, que, según mi punto de vista, sabiendo lo que sabía de los contratos y el matrimonio falso, ese brillo no tenía que estar ahí.
La miré con cierto desagrado durante unos segundos, después fije mi vista detrás de ella, donde se encontraba la puerta entreabierta aguardando la entrada de mi suegra, que sí mostraba una clara emoción ajena a contratos.
Me alagó con una sonrisa estusiasta y le devolví tímida una pequeña sonrisa.
- Gracias - dije en voz baja, sintiendo de repente unas ansias atroces de llorar.
Mi "querida" prima política Nadia para colmo había estudiado esteticien y era la encargada de mi maquillaje nupcial.
Me consolé pensando que al menos esta chica, aunque desagradable y creída, no me tenía celos y no convertiría mi rostro en una desastrosa cara de payaso, como seguramente habría hecho Susana de haber tenido ocasión.
Me dejé maquillar en silencio, respiraba un aire cada vez más y más cargado a causa del apelotonamiento de gente que se había comenzado a formar a mi alrededor, pendientes de como Nadia cubría mi cara con maquillaje usando sus hábiles manos y sus trucos de belleza.
Apreté los dientes evitando las ganas de fruncir el ceño que me inundaban.
Escuché un suspiro de cariño generalizado por parte de todas las mujeres que nos observaban cuando Nadia con un toque magistral en una de mis mejillas igualando el rubor apartó su mano y dio por finalizada la acción de maquillarme.
- Has quedado casi tan guapa como yo - me susurró con una sonrisa.
Sonreí a Nadia inocentemente, ignorando su arrogante comentario.
- Gracias - dije de modo educado.
Cuando me iba a observar en el espejo de mano que había sobre la mesa del salón, una mano veloz me detuvo.

Contrato de BodaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora