"No puedes manejar mi vida a tu antojo"

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Me encerré en la primera habitación que vieron mis ojos.

Mis ansias de ocultarme del mundo y hundirme bajo tierra eran atroces, y la tensión no abandonaba mi cuerpo de ninguna manera.

Miré a mi alrededor con los ojos llorosos una vez cerré la puerta tras de mí con el cerrojo echado.

Me encontraba en una habitación de paredes blancas con detalles dorados, literalmente. Las losas que cubrían el suelo daban luminosidad al cuarto a causa de su tonalidad clara y, brillante, a la luz del sol. Una cama con dosel, muy grande e imponente, me daba la bienvenida posicionada frente a mí. Una ventana bastante grande se encontraba tras la cama, la luz del exterior me cegó unos segundos, acostumbrada a la sombra que me proporcionaban las palmeras del inmenso patio de los Pérez. Los muebles de la habitación estaban hechos de madera de arce, aportando aún más luminosidad a la estancia.

Me escurrí por la puerta cerrada hasta sentarme en el suelo y apoyar la cabeza sobre la cálida madera. Un reguero de lágrimas comenzó a salir de mis ojos, incontenible.

¿Qué quiere más de mí ese idiota? Me besa, nos inventa historias de amor sin contar conmigo y...¡además ahora me pregunta delante de todos los míos qué si me caso con él! Lo odio, lo odio, lo odio... ¡Que se cree! ¿que puede hacer conmigo lo que le venga en gana como si fuera su muñequita de trapo? ¡Pues amigo, te equivocas! Jodido César Pérez, jodida su cara de Dios Griego, odiosa su voz tan grave, profunda y atrayente.

-Azucena. -Me llamó César Pérez tocando la puerta del cuarto dónde me había encerrado. - Abre la puerta.

Me obligué a detener el llanto y aclaré mi voz con un poco sutil garraspeo sabiendo de antemano que me intentaría explicar alguna de sus absurdas excusas y que muy posiblemente discutiríamos.

Genial. Pienso en su voz malditamente grave, profunda y atrayente y tiene que sonar cuando menos lo deseo.

- Vete y déjame - supliqué molesta a ese magnate despiadado.

- No puedo, todos ahí fuera se piensan que has llorado y te has puesto a correr por los nervios. Déjame explicártelo, por favor. -Pérez intentó hacerme ceder de nuevo en bano.

No quería sus explicaciones.

- ¿Sabes que tengo sentimientos? No puedes manejar mi vida a tu antojo. De nuevo, vete y piérdete - grité a César Pérez sin ganas de dialogar con nadie, y menos con él, que sin duda era el causante de todos los obstáculos en mi camino para ser feliz y conseguir estabilidad en la vida.

Escuché el suspiro exasperado de César y de nuevo el golpeteo insistente sobre la puerta de madera donde me encontraba apoyada.

No iba a darse por vencido.

- Azucena, por favor, es sobre mi abuelo.

- Ya me da igual tu abuelo, has sobrepasado el límite. Déjame tranquila de una vez - le pedí enfadada intentando que los balbuceos tras el llanto no llegaran a mi voz.

La firmeza de las palabras de César llegó a asustarme al pronunciar la posterior amenaza:
- Esta habitación es una de mis favoritas. Pero si hace falta no dudaré en tirar la puerta para que hablemos como adultos.

Me cambié de sitio, de la puerta a la pared más cercana, temerosa.

- A ver si tienes huevos. Por cierto, el único crío de aquí eres tú, tu imaginación es desbordante. Vete- dije, refiriéndome con el termino crío a la historia que creó para nuestro "noviazgo". Mi voz salió con aspereza de mis labios.
Me tensé esperando una reacción violenta por parte de mi novio postizo, que finalmente no llegó.

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