epílogo II: Nacimiento

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Pov Azucena.

César regresó a los dos días, cuando me llamó para darme la noticia de que su padre había sido vencido por la cirrosis hepática aguda estuve a punto de ir al entierro, pero él se empeñó en que no, y tuve que obedecer a su rotundo no, evitando más situaciones incómodas.

La bebé daba patadas con mucha frecuencia, y poder sentir su vitalidad era un bonito regalo para cada día.

César volvió y me abrazó con fuerza en cuanto me vio, su rostro demostraba su cansancio. Respondí a su abrazo con alegría, esos últimos dos días sin él, después de estar continuamente juntos habían sido un completo infierno. Me había acostumbrado a su presencia, a sus abrazos en la cama, a despertar viéndole su perfecto pero ojeroso rostro cada mañana, a hacer su desayuno favorito: tostada de jamón y queso. De no haber tenido a la pequeña en mi vientre hubiera estado amargada sin hacer nada.

-Iré a nuestra habitación a colocarme algo cómodo. - Me comunicó y dejé de abrazarlo tan efusivamente para apoyar la cabeza en su pecho cariñosamente.

-Genial, estarás cansado del viaje y los acontecimientos - entendí, mirando los ojos grises que desde el primer día me habían hipnotizado.
Agachó la cabeza para besarme, recibí su beso encantada, el roce de sus labios produjo el efecto indicado, me hizo sentir en mi hogar que era junto a él, se separó ligeramente de mí y se dirigió a la habitación, mientras tanto me dediqué a preparar los ingredientes sobre el pollato para hacer la posterior cena, aquel día las señoras de servicio estaban en su merecido descanso, por suerte mi nueva adquisición, un libro de recetas muy específico, había transformado mis dotes culinarias en pasables, aunque seguía sin ser mi fuerte.

Haría berenjenas rellenas de carne picada y bechamel.

Con el embarazo me había vuelto una insaciable, el hambre siempre acababa disminuyendo mis defensas y terminaba atacando cualquier postre con el que pudieran chocar mis ojos.

Durante el proceso de cocinar metí varias veces la cuchara en la bechamel y aspiré el olor como si de esa manera pudiera saciarme.

Una vez introduje mi creación en el horno, puse un temporizador y me dirigí al salón para hablar con César. Él estaba ahí, sentado en el sofá mirando a la nada y pensando en todo.

Su vestimenta excesivamente formal había sido sustituida por unos pantalones de chándal y una camiseta sin estampados oscura.
Me acerqué a él con cuidado pretendiendo no sobresaltarlo y le acaricié el cabello con dulzura. Él se dejó hacer con una leve sonrisa.

-Lo siento por todo-murmuré, apenada.

- Aunque él se hubiera arrepentido, tenía que pasar y ha pasado -alegó apoyando su mejilla contra mi creciente panza.

-¿Sabes? Ya da patadas - le confesé, agusto, César se acomodó un poco más en mi vientre sin llegar a apoyarse del todo. -Tiene mucha energía -añadí con una sonrisa sincera.

- Laura, vamos pegale a papi-pidió césar al bebé.

Me reí un poco, feliz de que todo estuviera llendo relativamente bien.

La bebé como reaccionando ante sus palabras, golpeó suavemente en la zona anterior a mi ombligo. Cesar sonrió abiertamente, yo lo imité.

-pequeña, eres una niña muy lista. -Susurró el ladrón de mi corazón dando un suave beso ahí donde Laura había pataleado.

- Será perfecta, tiene un padre que es un dios griego-reí.

- Prefiero que se parezca a ti, mi Azucena. -Refutó césar abandonando su posición sobre mi barriga y dándome un beso de esos de película, lento y largo.

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