Deseos de Fuego

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Abrí la maleta, César se estaba cambiando en otra habitación, respetando mi privacidad, algo que agradecí en silencio.

La maleta me asustó en un principio, de la cantidad de tela indecente que contenía a primera vista, más bien me aterrorizó la escasa tela de casi todas las prendas.
Fuí apartando lo que no usaría en mi vida de lo más ponible, y finalmente me decanté por un vestido negro que aunque me llegaba a medio muslo era bastante bonito y no tan provocador como el resto, también recibía la cualidad de elegante, sin duda alguna.
Seguía pensando en porqué César quería que me arreglase. Todas mi suposiciones al pensarlas un rato se volvían inútiles e irreales.
Comer no, ya que acabábamos de hacerlo.
Viajar a otro lugar tampoco, acabábamos de instalarnos.
¿Tendernos en la orilla de la playa para ver animales marinos? No me pediría vestir elegante.

¿El exitoso César Pérez siempre será un sexy enigma para mí? Me pregunté, estaba tan feliz, él me había dicho que sentía algo por mi, y en cierto modo era lo lógico teniendo en cuenta sus actuaciones hacia mi persona.
También lo amaba, había aprendido a querer al arrogante y estirado millonario que conocí en una fiesta, que se daba en la mansión de sus padres, de manera irrevocable.
Me eché el maquillaje sin excesos, guardando mi naturalidad característica, me peiné rápidamente el cabello y me puse unas bailarinas negras, planas pero elegantes.

Salí de la clara habitación esperando encontrar a mi reciente marido, y como deduje ahí estaba él apoyado en la pared, con cara de aburrido y con un aroma a colonia que desde que lo conocí se había convertido en mi perfume para hombre favorito.
Jamás había visto a César Pérez aburrido, me alegró saber que al fin y al cabo, él era un humano.

- Las mujeres sois unas tardonas por naturaleza - reafirmó con una leve sonrisa, abandonó su postura, y me miró de arriba a abajo. Se mordió el labio, me puse nerviosa. - Pero a merecido la pena esperar, luces como una reina - esos halagos tan elocuentes solo surgían de él, y aunque en parte me había acostumbrado a sus piropos, jamás podría controlar que me ardiera la cara tras sus palabras sugerentes.

-Gracias - le dije con una sonrisa.

Quería besarlo, en ese momento más que nunca.

Pero me moría de vergüenza.

Me cogió de la mano, la característica corriente eléctrica me recorrió el brazo en su longitud.
¿Porqué su mirada gris siempre tenía la capacidad de hipnotizarme?

- Vamos, Azucena. Te enseñaré esa sorpresa - dijo comenzando a andar hacia las escaleras para bajar al piso inferior y salir del chalet.

Lo seguí, más intrigada que de constumbre hacia sus sorpresas, al fin y al cabo las circunstancias entre ambos habían cambiado radicalmente, es decir, ambos sentíamos algo y estábamos casados...

-Creo que te encantará - puntuó Cesar una vez dejamos atrás el umbral de la puerta, la arena se veía blanca y brillaba bajo el sol como si de diamantes se tratara, el sol del medio día, al contrario que sofocante, era de lo más agradable.

- ¿Sabes lo qué me gusta con exactitud acaso? -Inquirí, divertida.

- A cualquier persona de este mundo le fascinaría lo que voy a enseñarte. - me guiñó un ojo. Me sonrojé, me repuse rápidamente y lo miré con los ojos entrecerrados.

César Pérez es divinamemte misterioso.

- Eres muy seguro de ti mismo- señalé.

César me miró directamente a los ojos.

- Solo se trata del poder, por dentro quizás sea un niño asustado - me dijo girando su cara hacia el mar.

- Me gustaría entenderte y ayudarte - lo agarré del brazo, no se soltó, pero tampoco pausamos el recorrido.

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