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—___________, debo hablar con John, rapidito, porfa...

La secretaria apartó la vista de su monitor con más parsimonia de la necesaria, pues cada vez que oía la voz chillona de Maggie se le crispaban los nervios ante tanta estupidez concentrada, pero en su sueldo se contemplaba esa eventualidad.

«Un "por favor", no estaría de más», pensó mientras se giraba en la silla y contemplaba a la rubia protagonista de «Platos rotos».

—Está ocupado; en cuanto acabe, te aviso —respondió, y de nuevo se concentró en su tarea. Tenía orden de que, a no ser que se tratara de un caso extremo, nadie lo molestara con bobadas. Aunque explicarle a Maggie la diferencia entre urgencia y tontería significaba media hora de infructuosa charla.

—Oye, me parece que hoy no te has lavado bien las orejas —atacó Maggie en plan diva mirándola como si fuera un arbusto un poco mustio por falta de riego.

Lo cierto era que esa mañana _____________ se había esmerado con la ropa y había elegido un vestido vaquero acampanado lavado a la piedra que seguramente a mediados de los noventa dejó de estar de moda; se lo había comprado en la sección de oportunidades a un precio ridículo.

Maggie chasqueó los dedos, al más puro estilo impertinente, para que sus demandas fueran atendidas en el menor tiempo posible para evitar que se enfurruñarse.

______________ empezaba a habituarse a ese hecho, pues por esa productora rondaban muchos egos sueltos, encabezados por quien tenía delante, exigiendo, que no solicitando, educadamente.

—Mira, guapa. Tengo que hablar con él. ¿Entendido?.

Sólo le faltaba el chicle de fresa para dar la imagen de consentida perfecta.

Ella, sonriendo, contó hasta diez para no responderle de forma contundente.

—En seguida lo aviso...

Para no seguir discutiendo, ya que Maggie jamás iba a ceder, levantó el auricular, pulsó una extensión inexistente y fingió hablar con su jefe para así quitársela de encima y no provocarle un cabreo a la rubia intransigente.

—Ahora mismo te atiende.

Maggie frunció —lo justo, no fuera a ser que el bótox perdiera efecto— los labios y se sentó frente a la secretaría a la espera de molestar al dueño con alguna más que segura nimiedad, pero, claro, __________ no podía mandarla directamente a tomar viento.

—Por cierto, ¿sabes si Siwon va a venir hoy por aquí? —preguntó emocionada—. Tengo unas ganas locas de empezar a trabajar con él. ¿Te das cuenta de lo que supone?.

___________ puso cara de circunstancias; ella, debido a su torpeza, estaba en la lista negra del actor, sólo faltaba una orden de alejamiento. Menos mal que él terminó estampando su firma en el contrato y así todos pudieron respirar tranquilos, aunque en la productora ya nadie se atrevía a tomar café cerca de ella.

Las bromas habían durado más de una semana, puesto que pensar en la discreción del actor había sido una estupidez: él se lo había pasado en grande gritándolo a los cuatro vientos para que nadie dudara de que ____________, la secretaria fea, era, además de lo dicho, una torpe.

—¡Tú qué vas a saber! —se respondió a sí misma considerándola poco menos que un mueble de oficina—. Por cierto, espero que no te acerques por el set de rodaje, para que él no se sienta violento al verte.

Quiero lo mismo que tu (Adaptación Siwon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora