Estoy apoyada en mi ventana y siento como el aire me toca la cara.
Quiero ser como el viento. Quiero rozar la piel de la gente, erizándola, creándoles escalofríos. Quiero que la gente me necesite como lo hacen con el viento en verano. Quiero destruir cosas en este momento y que me sientan. Definitivamente necesito que alguien me sienta. De alguna manera, que sean conscientes de que estoy ahí y no soy alguien que solo está. Pienso que quiero ser viento, porque quiero sentirme como siente él.Pero siento que me ahogo en cuanto mi teléfono vibra, despertándome y en la pantalla en vez de su nombre sale un anuncio de batería baja.
Recuerdo las palabras de Lidia y Sergio mientras empiezo a notar la ansiedad. Siento las paredes cayendo sobre mi y agradezco seguir con ropa de calle cuando salgo por la puerta. Mi madre está en el salón.
-¿Qué te pasa Lara? Es muy tarde para que estés despierta.- Su expresión calmada se vuelve preocupada cuando ve mi cara. Se acerca a mi cogiendo mi cabeza en sus manos.
- Mamá necesito salir.- Digo de manera entrecortada.
- Pero son las dos de la mañana cariño.
Sé que no va a dejarme de ninguna manera así que recurro al método más ruin y rastrero del manual de convicción de madres: me pongo a llorar. Mi madre se horroriza y sé que le duele tanto verme así que empiezo a llorar de verdad. Apenas puedo respirar.
-Mamá... voy a salir ¿vale?... Si en una hora no estoy aquí te dejo llamar a la policía y castigarme de por vida.- digo forzando las palabras para que salgan de mi boca.
-Lara no creo que sea buena idea que...Salgo por la puerta antes de que le de tiempo a terminar la frase y sé que va a sentarse en el sofá en tensión hasta que yo llegué. Sé también que no me dirá nada cuando regrese y que simplemente me dará las buenas noches y mañana no habrá pasado nada, porque mi madre es así. Y me siento tan mal que sigo llorando mientras camino.
Las calles se empiezan a cerrar cómo las paredes de mi habitación y me ahogo. Me siento en el bordillo de un edificio. Marco su teléfono porque sé que está despierto y simplemente digo donde estoy entre lágrimas.
¿qué mierda me pasa?Siete minutos después Iván aparece delante de mi sudando y con la respiración agitada.
«Está guapísimo»
Se sienta a mi lado callado, con su brazo pegado al mío. Entonces nos miro. Miro nuestros brazos y me doy cuenta de las diferencías; mi piel tan clara contrasta con la suya morena, mis venas que se transparentan con las suyas que se marcan por todo su brazo, sus señoras manos y mis diminutas manos. Una gota le cae al brazo y se que no es sudor porque me sorprendo a mi misma llorando de nuevo.
- No sabía que hacer. Pensarás que estoy loca llamándote a estás horas.Subo mis ojos hacia su cara y lo encuentro mirándome. Mirándome de verdad no de la manera inofensiva en la que te mira la gente cuando cree que estás a punto de romperte. Me mira intensamente, desafiandome, diciéndome "no sé que te pasa pero puedes con ello". Y yo le devuelvo la mirada diciéndole "gracias".
-Ha sido la llamada a las dos de la madrugada de una chica llorando que más me ha aliviado en la vida.- Dice con media sonrisa. Su expresión en seguida se vuelve triste.- Pensaba que no querías volver a verme. Te he dejado montones de llamadas estos días.
-En realidad creo que no me dejan verte pero no estoy segura y no quería tentar a la suerte.
-¿Por qué me has llamado a mi entonces?- Se encoge de hombros.
- Porque quería verte.- suelto una risa nerviosa. Él sonríe y sigo hablando.- No sé que has hecho porque nadie me dice nada, pero tampoco sé que hizo Sergio. Y parece algo estúpido pero tu manera de mirar hace que te crea.
-Cuéntame eso de mi manera de mirar.- Sonríe y sus ojos casi desaparecen en su gesto.
-Cuando voy por la calle siento que la gente me mira, no de la manera en la que miran a las personas guapas o a las personas que visten muy bien o que tienen alguna cualidad que hace que les observen con admiración. Yo siento que me observan juzgándome. Me atraviesan con la mirada como si fuera un libro que no encaja en sus estanterías y quisieran sacar todos mis complejos a la luz. Me siento tan mal con ello. Pero contigo no me pasa eso. Sé que me miras. Lo estás haciendo ahora mismo de hecho. Pero no lo haces con admiración, ni con asco ni odio -mi voz se tensa un poco al me mencionar esas ultimas palabras. El sonríe.- Me miras con curiosidad y me cuesta saber que piensas.
-Pienso que estás preciosa justo ahora. Me gusta como te veo en este momento.- Ahora sonrío yo y agradezco a la noche por ser oscura y por hacer que se note menos lo roja que estoy.
Me pierdo en él, me doy cuenta cuando al mirarle de nuevo me está mirando la boca que yo había estado mirando la suya. Entonces digo tan bajo como puedo que me tengo que ir a casa por si no escuchándolo ni yo misma pudiera no ser verdad. Aunque sí que lo es y cuando llegamos ninguno sabe que decir.
-Quiero verte de nuevo.- me dice al final.
-Cuando Lidia se entere me va a matar pero vale.- Digo riendo.
-Pobre Lidia, todos le mienten.
-Eh chico que no es mi culpa la joyita de novio que tiene.- Ahora reímos los dos.
-¿Te recojo el sábado?
-Tengo psicólogo.- Me da vergüenza decir "psicólogo" delante de él.
-Vale pues el domingo si te viene bien, podemos ir al cine si quieres.
-Planazo. - Suelto una carcajada.
-Lara es tarde.- La voz de mi madre suena desde la puerta. Me giro y le asiento. Observa a Iván y este le saluda con una sonrisa.
-¿Usted es la madre de Lara? Soy Iván encantado.- Le ofrece la mano y al estrechársela mi madre le sonríe de vuelta.
«Bien» me digo a mi misma.
-¿Tú eres el chico de los jarrones?- Iván se gira hacia a mi con una sonrisa interrogativa. Me sonrojo.
«Mal»
-Vaya que tarde se ha hecho ¿no? Uf madre mía mamá vámonos a la cama.- Cojo a mi madre del brazo y la llevo hasta la casa.
-¡Llámame María!- grita mi madre.
-Encantado de conocerte María.- dice Iván riéndose cuando se va.
Mi madre entra riéndose y yo me quedo ahí, viendo como se aleja el chico de mis jarrones.