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Sara: Y prolongar la infelicidad -conocía demasiado bien eso- Es hora de dejarlo ir, y creo que deberíamos hacerlo con cierta dignidad.

Lu: Entonces, ya te has decidido.

Sara: No -suspiró y volvió a sentarse- Cada vez que pienso que sí, cambio de parecer. Antes de la cena, los chicos y yo dimos un paseo por los riscos -con ojos soñadores miró por la ventana a oscuras- Cuando estoy allí de pie, contemplando la bahía, siento algo, algo tan increíble, que me rompe el corazón. No sé qué es lo correcto, Lu. No sé qué es lo mejor. Pero me temo que sé lo que hay que hacer.

Lu: Duele.

Sara: Lo sé.

Lu se sentó a su lado y apoyó la cabeza en el hombro de su hermana.

Lu: Quizá se produzca un milagro.

Fer las observó desde el pasillo en penumbra. Deseó no haberlas oído. Deseó que no le importara. Pero lo había oído, y por motivos que decidió no explorar, le importaba. En silencio, subió otra vez por la escalera.

Coco: Niños -dijo con lo que sabía que era su último vestigio de cordura- ¿por qué no leen un libro agradable?

Alex: Quiero jugar a la guerra -cortó el aire con un sable imaginario- Muerte hasta el último hombre.

Y solo tiene seis años, pensó Coco. Qué será dentro de diez años?.

Coco: Lápices de colores -comentó esperanzada, maldiciendo las lluviosas tardes de los sábados- ¿Por qué no se ponen a hacer bonitos dibujos? Podemos colgarlos en la nevera, como una exposición de arte.

Jenny: Cosas de niños -intervino, ya con cinco años era una cínica. Apuntó con un rifle láser invisible y disparó- ¡Z-z-zap! Estás totalmente desintegrado, Alex.

Alex: Desintegrado, un cuerno. Alcé mi campo de fuerza.

Jenny: No.

Se observaron con el desagrado mutuo que los hermanos pueden sentir después de estar encerrados en casa un sábado. Por acuerdo tácito, pasaron al combate cuerpo a cuerpo. Mientras se debatían sobre la gastada alfombra Aubusson, Coco levantó la vista al techo.

Al menos el combate tenía lugar en la habitación de Alex, de modo que poco daño se podía causar. Tuvo la tentación de salir y cerrar la puerta, dejándolos para que se mataran, pero, después de todo, era una mujer responsable.

Coco: Alguien se va a lastimar -comenzó con la antigua reprimenda que emplean los adultos con los niños- ¿Recuerdas lo que pasó la semana pasada cuando Jenny te hizo sangrar la nariz, Alex?

Alex: No es verdad -el orgullo masculino predominó mientras se afanaba por derribar a su ágil hermana.

Jenny: Sí es verdad, sí es verdad -entonó ella, con la esperanza de repetirlo. Cruzó sus rápidas piernecitas por encima de él.

Fer: Perdón -dijo desde la puerta- Parece que interrumpo.

Coco: En absoluto -se arregló el pelo- Es solo una manifestación de entusiasmo juvenil. Niños, saludad al señor St. James.

Alex: Hola -dijo mientras intentaba inmovilizar a su hermana con una prensa.

La sonrisa de Fer inspiró a Coco.

Coco: Fernando, ¿podría pedirle un favor?

Fer: Desde luego.

Coco: Las chicas trabajan hoy, como usted sabe, y debo hacer uno o dos recados pequeños. ¿Le importaría mucho vigilar a los niños por poco tiempo?

Fer: ¿Vigilarlos?

Coco: Oh, no representan problema alguno -le sonrió jubilosa, luego dedicó el gesto a sus sobrinos- Jenny, no muerdas a tu hermano. Los Puente luchan con limpieza -a menos que hagan trampas, pensó- Regresaré antes de que se dé cuenta de que me he ido -prometió al pasar a su lado.

Fer: Coco, no estoy seguro de...

Coco: Oh, y no olvide la sesión de esta noche -bajó por los escalones y lo dejó para que se las arreglara por su

Jenny y Alex dejaron de luchar para mirarlo con astucia. Eran capaces de arrancarse los dientes, pero se unían sin titubeo alguno contra una fuerza exterior.

Alex: No nos gustan las niñeras -aseveró con tono peligroso.

Fer apoyó todo su peso en los talones.

Fer: Sé que a mí no me gusta ser una.

El brazo de Alex rodeó los hombros de su hermana en vez de su cuello. El de ella le rodeó la cintura.

Alex: Eso no hace que nos gusten.

Fer asintió. Si era capaz de manejar un personal de cincuenta personas, podría llevar a dos niños hostiles.

Fer: De acuerdo.

Jenny: Cuando el verano pasado fuimos de visita a Boston, tuvimos una niñera -lo observó con suspicacia- Hicimos que la vida de todos fuera un infierno.

Fer: ¿De verdad? -su risa se convirtió en una tos.

Alex: Eso dijo nuestro padre -corroboró- Y se alegró de vernos las espaldas.

La irreverencia infantil ya no resultaba divertida. Fer se esforzó por mantener la ira fuera de sus ojos y simplemente asintió. Evidentemente, Buster Dumont era un príncipe entre los hombres.

Fer: Una vez yo encerré a mi niñera en el armario y salí por la ventana.

Los niños intercambiaron una mirada interesada.

Alex: Eso está bien -decidió.

Fer: Gritó durante dos horas -improvisó.

Jenny: Nosotros pusimos una serpiente en la cama de nuestra niñera y huyó de casa en camisón -sonrió satisfecha y esperó para ver si él lograba superarlo.

Fer: Bien hecho - ¿y ahora qué?, se preguntó- ¿Tienes alguna muñeca?

Jenny: Las muñecas son vulgares -dijo, leal a su hermano.

Alex: ¡Cortarles la cabeza! -gritó, provocándole una risita. Dio un salto, blandiendo una espada imaginaria- Soy el pirata malvado y son mis prisioneros.

Jenny: Mmm, la última vez me tocó ser prisionera -se levantó- Es mi turno de ser la pirata malvada.

Alex: Yo lo he dicho primero.

Jenny: Tramposo, tramposo -le dio un empujón.

Alex: Nenita, nenita -se burló, devolviéndole el empujón.

Fer: ¡Un momento! -gritó antes de que pudieran lanzarse el uno sobre el otro. El poco familiar tono masculino los frenó en seco- Yo soy el pirata malvado -les dijo- y los dos están a punto de salir a la pasarela.

Se divirtió. La imaginación infantil de ellos quizá fuera un poco sanguinolenta, pero jugaron limpio una vez que se establecieron las reglas. Muchas personas que conocía socialmente se habrían quedado pasmadas de ver a Fernando St. James III a gatas por el suelo o disparando pistolas de agua, pero él recordaba lo que era estar encerrado en casa los días de lluvia.

Pasaron dé ser piratas a villanos espaciales, luego indios locos. Al final de una batalla especialmente violenta, los tres quedaron tendidos en el suelo. Alex, con un tomahawk de plástico en la mano, jugó a estar muerto tanto tiempo que se quedó dormido.

Jenny: -He ganado yo -dijo luego, con el tocado de plumas sobre los ojos, se acurrucó contra el costado de Fer. Con la envidiable facilidad de los niños, también ella se quedó dormida.

Cortejando a Lucero #LCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora