Fer no sonreía cuando al fin aquella tarde consiguió escapar de Las Torres. Coco había insistido en mostrarle cada centímetro húmedo de las bodegas, para luego atraparlo durante dos horas con álbumes de fotos.
Había sido divertido contemplar fotos de Lu de bebé, observar su crecimiento de niña a mujer. Había sido increíblemente bonita con trenzas y sin un diente.
Durante la segunda hora, comenzaron a sonar las campanas de alarma. Coco había comenzado a sonsacarle con poca sutileza lo que pensaba sobre el matrimonio, los hijos y las relaciones. Fue entonces cuando se dio cuenta de que detrás de los ojos suaves y húmedos de esa mujer funcionaba un cerebro agudo y calculador.
No intentaba vender la casa, sino subastar a una de sus sobrinas. Y al parecer la candidata principal era Lu y él había sido seleccionado como el mejor postor. Decidió que a las mujeres Puente les esperaba un despertar brusco. Iban a tener que buscar un candidato apropiado en otra parte del mercado matrimonial. Le deseó suerte al pobre incauto.
Y se prometió que los St. James tendrían la casa. La iban a conseguir sin que de por medio hubiera ningún velo nupcial.
Con furia controlada, bajó por el empinado y serpenteante camino de acceso. Al oír el sonido de su propia voz hablando consigo mismo, decidió que iba a dar un paseo largo que lo calmara. Quizá hasta el Parque Nacional Acadia, donde Lila trabajaba como naturalista. Divide y conquistarás, pensó. Se encontraría con cada una de ellas en su espacio laboral y allí agitaría sus hermosas cadenas.
Lila parece receptiva, reflexionó. Cualquiera de ellas lo sería más que Lu. Sandra daba la impresión de ser sensata. Estaba convencido de que Sara era una mujer razonable.
¿Qué había salido mal con la hermana número cuatro?
Pero descubrió que se encaminaba al pueblo, más allá del negocio de jardines de Sara y del Bay Watch Hotel. Al poner rumbo al taller de AC., se dijo que eso era lo que en todo momento había querido hacer.
Empezaría con ella, la espina más puntiaguda que tenía clavada en el costado. Y cuando terminara, a Lu no le quedaría ilusión alguna de atraparlo para el matrimonio.
Hank subía a la grúa cuando Fer bajó del BMW.
-Hola -sonriendo, Hank se llevó la mano a la visera de su gorra gris-. La jefa está dentro cerró la puerta y sacó la cabeza por la ventanilla, dispuesto a charlar.
Por algún motivo, Fer descubrió que se fijaba de verdad en él. Era joven, probablemente de unos veinte años, con una cara redonda y abierta, fuerte acento del este y un pelo de color pajizo que salía disparado en todas direcciones.
Fer: ¿Hace mucho que trabajas para AC?
Hank: Desde que le compró el taller al viejo Oops!. Hace unos... tres años. Sí. Casi tres años. No quiso contratarme hasta que terminé el instituto. Es graciosa.
Fer: ¿Sí?
Hank: En cuanto se le mete una abeja en la gorra, no hay manera de echarla -con la cabeza indicó el taller- Hoy está bastante susceptible.
Fer: ¿Eso es poco habitual?
Hank rió entre dientes y puso la radio.
Hank: No puedo decir que ladre y no muerda, porque la he visto morder en un par de ocasiones. Nos vemos.
Fer: Claro -cuando entró, Lu. se hallaba enterrada hasta la cintura en el capó de un sedan último modelo. Tenía puesta la radio, pero esa vez eran sus caderas las que seguían el ritmo- Perdone -comenzó, luego recordó que ya habían pasado por lo mismo. Se acercó y le tocó el hombro.
Lu: Si espera un... -pero giró la cabeza lo suficiente para ver la corbata. Ese día no era marrón, sino azul. No obstante, estaba segura de quién era el dueño- ¿Qué quiere?
Fer: Creo que se trata de un cambio de lubricante.
Lu: Oh -volvió a dedicarse a cambiar unas bujías de encendido- Bueno, déjelo fuera, las llaves en el banco y ya lo revisaré. Estará listo a las seis.
Fer: ¿Siempre se ocupa de sus negocios de forma tan casual?
Lu: Sí.
Fer: Si no le importa, creo que retendré mis llaves hasta que esté menos distraída.
Lu: Como guste -pasaron dos minutos de vibrante silencio rotos solo por la predicción de la radio de tormenta para esa tarde- Mire, si piensa quedarse aquí de pie, ¿por qué no hace algo útil? Métase en el coche y arránquelo.
Fer: ¿Arrancarlo?
Lu: Sí, ya sabe, gire la llave y pise el pedal -ladeó la cabeza y se apartó el pelo con un soplido- ¿Cree que podrá conseguirlo?
Fer: Es probable -no era exactamente lo que había tenido en mente, pero rodeó el coche hasta el asiento del conductor. Notó que había algo rosa y pegajoso en la alfombrilla. Se metió dentro y giró la llave. El motor arrancó y ronroneó, con un sonido que le pareció bueno. Aunque AC no estuvo de acuerdo, ya que se puso a realizar unos ajustes- Suena bien -señaló Fer.
Lu: No, hay un intervalo.
Fer: ¿Cómo puede oír algo con el estruendo de la radio?
Lu: ¿Cómo puede usted no oírlo? Mejor -murmuró- Mejor.
Curioso, bajó para inclinarse por encima del hombro de ella.
Fer: ¿Qué hace?
Lu: Mi trabajo -movió los hombros con gesto irritado, como si tuviera un picor entre los omóplatos- Retírese, ¿quiere?