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Lu encendió el soplete, se bajó la protección facial y se preparó a cortar el tubo de escape oxidado de un Plymouth del 62.

El día no iba bien.

No era capaz de quitarse de la cabeza la reunión familiar. No había aparecido ningún otro papel sobre el collar, a pesar de que habían repasado montones y montones de recibos y viejos cuadernos de cuentas. Sabía, debido a la negativa de Sandra a hablar, que las noticias no eran buenas.

A eso se sumaba otra noche inquieta. Había oído los gemidos de Fred y bajado para ver cómo se encontraba, solo para escuchar los murmullos bajos de Fer al calmar al cachorrito detrás de la puerta de su dormitorio.

Se había quedado allí mucho rato.

El hecho de que se hubiera llevado al animal a su cuarto, de que le importara lo suficiente como para tranquilizarlo y alimentarlo, hacía que Lu lo amara más. Y cuanto más lo amaba, más le dolía.

Sabía que esa mañana tenía ojeras, pues había cometido el error de mirarse en el espejo. Eso podía tolerarlo. Su aspecto jamás había sido una preocupación importante. Pero las facturas que encontró en el correo sí le preocuparon.

Había contado la verdad cuando le dijo a Sara que el taller marchaba bien. Sin embargo, aún tenía puntos delicados. No todos los clientes pagaban en el acto, y el dinero en efectivo del que disponía muchas veces era reducido. Seis meses, se dijo mientras cortaba el viejo metal. Solo necesitaba seis meses. Pero eso era demasiado para ayudarlas a retener Las Torres.

Su vida cambiaba a gran velocidad y no parecía que fuera a mejor.

Fer se quedó mirándola. Tenía un coche grande en el elevador y se hallaba debajo de él, con un soplete en la mano. Mientras observaba, ella se apartó en el instante en que un tubo de escape caía estrepitosamente al suelo. Otra vez tenía puesto un peto, guantes gruesos y un casco de seguridad. La música que nunca parecía abandonarla salía desde la radio que había en el banco de trabajo.

Sin duda un hombre había perdido un tornillo cuando pensaba en lo magnífico que sería hacer el amor en un suelo de cemento con una mujer que iba vestida como una soldadora.

Lu. cambió de postura y lo vio. Con sumo cuidado apagó el soplete antes de subir la protección del casco.

Lu: No pude encontrar nada en tu coche. Tienes las llaves en la oficina. No te cobro nada -volvió a bajar la protección facial.

Fer: Lu.

Lu: ¿Qué?

Miró con cautela hacia arriba y se situó junto a ella debajo del coche.

Fer: Me gustaría cenar contigo esta noche.

Lu: Llevo cenando contigo todas las noches desde hace varios días -bajó el protector. Él lo levantó de nuevo.

Fer: No, me refería a que me gustaría salir a cenar fuera.

Lu: ¿Por qué?

Fer: ¿Por qué no?

Lu: Bueno -enarcó una ceja-, eres muy amable, pero esta noche no puedo. Tenemos una reunión familiar -se preparó para volver a encender el soplete.

Fer: Mañana, entonces -irritado, le subió otra vez el casco- ¿Te importa? Me gusta verte cuando hablo contigo.

Lu: Sí, me importa porque tengo trabajo. Y no, no cenaré contigo mañana.

Fer: ¿Por qué?

Lu: Porque no quiero -soltó un suspiro que le agitó el pelo.

Fer: Sigues enfadada conmigo.

Lu: Ya hemos aclarado eso, de modo que no tiene sentido que tengamos una cita.

Fer: Será solo una cena -insistió al descubrir que le resultaba imposible dejarlo- Nadie ha dicho que fuera una cita. Una simple comida, como amigos, antes de que me vaya a Boston.

Lu: ¿Te marchas? -sintió que el corazón le daba un vuelco y giró para buscar entre algunas herramientas.

Fer: Sí, tengo reuniones programadas para mediados de semana. Se me espera en mi despacho el miércoles por la tarde.

Así de sencillo, pensó ella al recoger una llave inglesa y volver a soltarla. Tengo reuniones programadas, ya nos veremos. Lamento haberte roto el corazón.

Lu: Bueno, que tengas un buen viaje, entonces.

Fer: Lu -apoyó una mano en su brazo antes de que pudiera volver a ocultarse detrás del casco- Me gustaría pasar un rato contigo. Me sentiría mucho mejor por todo si supiera que nos separábamos en buenos términos.

Lu: Quieres sentirte mejor por todo -musitó, y luego se obligó a relajar la mandíbula- Claro, ¿por qué no? Mañana a las nueve. Te mereces una buena despedida.

Fer: Te lo agradezco. De verdad -le tocó la mejilla, fue a inclinarse, pero ella bajó la protección con un sonido seco.

Lu: Será mejor que te apartes del soplete, Fer -indicó con voz dulce- Podrías quemarte.

Cortejando a Lucero #LCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora