Capitulo 30: El asesinato y el accidente

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***
Era noche cerrada y no había ni un gato en las calles de los barrios poco conocidos de Washington DC. Aparqué el coche en un callejón para poder salir deprisa en cuanto terminara el trabajo y bajé de él. Metí una pistola en el cinturón de mis pantalones de cuero negro, otra dentro de mi chupa y otra en las botas que llevaba. Quería estar muy preparado así que también cogí varios cuchillos y los escondí en la otra bota. También cogí un machete, pequeño pero letal, y un par de cositas que necesitaba y me los escondí en la chupa

-¿De verdad necesitas todo eso, Paul?

-Tengo que ir bien preparado. ¿Has revisado el perímetro?

-Sí. Esta maquinita lo ha revisado todo -dijo acariciando su pequeño robot volador- Está todo como lo planeaste

-Bien -me eché a la espalda una mochila con varias cosas necesarias- Ya sabes lo que tienes que hacer ahora, ¿cierto?

-Sí. Dejar el coche justo en el callejón de al lado y luego recoger la mochila que tires al contenedor. Me lo has recordado millones de veces

-Pues un millón más uno. Quiero que todo salga bien. Nos jugamos mucha pasta. ¿Has borrado todos los datos de este tipo?

-Ya está borrado del mapa. Sólo queda que recojas su cartera. Su mujer la quiere. No sé para qué, la verdad

-Bien -cogí aire y me preparé- Allá vamos

Salí del coche con cuidado y me acerqué sigilosamente, moviéndome en la oscuridad de la noche para que nadie me viera, y llegué a un enorme edificio que estaba muy bien vigilado. Había cámaras de seguridad y numerosos guardas armados para proteger a alguien que, de una forma u otra, iba a morir. Justo como yo lo había previsto. Miré mi reloj y puse en la pantalla el plano del edificio. Era un reloj que Nathan creó especialmente para mí y que me era de mucha utilidad. Consulté los planos y ví que podía entrar por la entrada trasera, aunque había dos problemas. Uno: había una cámara de seguridad (cómo no). Y dos: allí había un pedazo de negro armado con una metralleta casi tan larga como mi pierna. Bueno, no pasaba nada. Lo eliminaría. No lo mataría porque él estaba fuera de este encargo, pero lo dejaría inconsciente

Primero, salté la verja que rodeaba el edificio entero. Cuando estuve allí, ví la cámara de la parte trasera. Estaba alejada de la puerta para poder tener más ángulo que captar así que, cogí una de mis pistolas y le puse un cargador con unas balas que contenían pequeños microchips que hacían que las cámaras dejaran de funcionar durante unas horas. Suficiente para mí. Me escondí en un lugar donde no pudiera verme la cámara y disparé. Dí a la primera en el blanco y sin hacer ningún tipo de ruido ya que tenía el silenciador puesto. Bueno, eso ya estaba. Ahora me faltaba el negro. Tenía que eliminarlo antes de que los de seguridad se dieran cuenta de que las cámaras no funcionaban bien

Me acerqué muy sigilosamente a él, pero tropecé con unos malditos cartones así que me escondí rápidamente detrás de un contenedor de basura. Él me oyó, lo sabía, y fue a comprobarlo. Podía oir sus fuertes pisadas y su manera de andar, cojeando del pie izquierdo. Nada más ver su arma asomándose por el contenedor, lo agarré de ésta y tiré de él. Le dí un par de puñetazos y luego una patada en el estómago hasta empotrarlo contra la pared. Cayó desplomado. Aunque me costaba cargarlo, fui capaz de esconderlo detrás del contenedor para que nadie lo viera. No quería matarle pero, para asegurarme, le quité el cargador rápidamente para que no pudiera disparar. Después de registrarle y quitarle una tarjeta de acceso, abrí la puerta y me colé en el edificio

En las escaleras de incendios no había cámaras pero tendría que tener cuidado ya que seguramente habría un montón de tios como el de antes y no quería que hubiera una masacre. Siempre procuraba que en mis encargos hubiesen las menos muertes posibles, salvo el objetivo, por supuesto. Subí por las escaleras hasta llegar a la planta 14. Ésa era la última planta... con escaleras. Para llegar hasta el ático, tenía que coger un ascensor que tenía una clave y una tarjeta. La tarjeta ya la tenía pero me faltaba la clave. Me asomé por la puerta y ví que había otro tio armado en la puerta del ascensor. Éste no podía cargármelo tan fácilmente así que aproveché un descuido suyo para acercarme por detrás y hacerle una llave de tal manera que yo tenía mi brazo derecho alrededor de su cuello y con el otro sujetaba su nuca para que no se escapara mientras lo ahogaba. Poco a poco, sus fuerzas iban disminuyendo hasta que cayó al suelo. Le miré el pulso y ví que aún tenía pero muy débil. Por si acaso despertaba, hice lo mismo que con el negro, quitarle el cartucho al arma. Después, saqué un pequeño aparato que, enganchado a uno de los cables del mando del código de acceso, podía averiguarla en cuestión de segundos. Lo hice y en seguida obtuve la clave. Lo marqué y después introducí la tarjeta y el ascensor se abrió. No hizo falta pulsar ningún botón porque el ascensor me llevó allí directamente. Justo como el que tenía en casa

SIN IDENTIDAD: La otra caraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora