XXX: El verdadero infierno es la realidad.

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La tormenta de la noche anterior se había extendido hasta el día siguiente. La humedad de las calles dejaba un olor muy característico en el ambiente, un aroma que ponía de buen humor a Anne. Excepto aquel día. El cielo contaba con un color gris tan oscuro idóneo para anunciar el día del juicio final, hecho el cual solo podía significar algo malo. El frío se había instalado con ganas, capaz de calarte los huesos si no contabas con un buen abrigo donde resguardarte. A pesar del aroma que dejaban, Anne no soportaba las tormentas. Ver cómo se iluminaba el cielo y escuchar sonidos estridentes sin saber qué planea la madre Naturaleza para el segundo siguiente la sacaba de quicio.

Pero aquel día preferiría encontrarse sola bajo la peor tormenta de los últimos diez años, sin un mísero paragüas que la protegiera antes que allí. Hubiese preferido estar abrazada a la antena del Empire State Building y ser el blanco de miles de rayos antes que encontrarse entre aquellas cuatro paredes de color blanquecino, de las que colgaban carteles informativos sobre la importancia de la vacuna de la gripe en personas ancianas o de cómo curar un buen resfriado.

La mujer de enfrente la ojeaba de vez en cuando de soslayo, apartando la mirada de la revista GQ del mes pasado, en la que salía Adam Levine como portada. Anne estaba nerviosa, motivo por el cual robaba miradas furtivas a sus compañeras de sala. Agitaba violentamente su pie contra el suelo, creando un sonido sordo y veloz capaz de tensar los nervios. Estaba desesperada. Había contado los azulejos que tenía la pared de enfrente: un total de 256. Sabía que la mujer que sostenía la revista GQ no dejaba de mirarla y que no le decía que parase de mover el pie por vergüenza, pero que la estaba sacando de quicio. Y le daba igual. También sabía que la chica de al lado, un poco mayor que ella, no paraba de contemplar el móvil, probablemente esperando un mensaje de su novio diciendo que estaba aparcando y que ya estaba allí para pasar el mal trago con ella. Porque, claro, solo sería eso: un mal trago. Eso le hizo pensar en James, pensamiento que se le clavó en la boca del estómago como si hubiese recibido un patada. Casi jadeó de dolor. Ella también deseaba estar allí con James, que él hiciera alguna de sus estúpidas bromas donde acaba metiendo la pata, sacarle una sonrisa y sujetarle la mano cuando las cosas se pusieran feas. Y aunque la necesidad le quemase dentro de su corazón, sabía que no podía. Pero eso ya, no le daba igual.

— ¿Anne Levi? —preguntó al aire una chica con bata blanca.

Todos los músculos de Anne se tensaron al momento, pensó en no decir que era ella y salir corriendo de allí. Una huída sencilla, sin grandes consecuencias. Tenía práctica; había estado practicando con todas sus anteriores conquistas y el plan siempre había ido bien. Pero aquel tema no se trataba de cómo huir de la cama de un desconocido, por desgracia.

Levantó la mano lentamente, casi por inercia, y siguió a aquella chica.

El despacho era todavía más espeluznante, al menos desde su punto de vista. Una mesa larga de caoba se extendía en medio de la habitación, con dos sillones de cuero a cada uno de los lados. Las paredes estaban plagadas de diplomas y más carteles informativos, pero no se tomó la molestia de echarles un vistazo. Un par de armarios, una camilla al fondo por si era necesaria en algún momento y poco más.

Anne tomó asiento y cruzó las piernas, como tenía costumbre, mientras se pellizcaba un padrastro en su dedo pulgar. Emma casi la había obligado a acudir a aquel lugar, después de días insistiendo. Solo aceptó ir cuando su mejor amiga la amenazó con acompañarla cogida de la mano, como una niña pequeña en su primera visita al dentista. En aquel momento, Anne se inquietó tanto que no lo pensó y accedió. Ya sabía el veredicto de todo ello, así que lo último que quería era hacer partícipe también a Emma.

— ¿Señorita Levi? —saludó un señor con bata blanca, pelo canoso y una expresión amable en el rostro. En el lateral podía leerse Dr. Patton. Anne asintió— Bueno, ya tenemos los resultados de las pruebas a las que se sometió.

Amor y otras enfermedades.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora