IX: Confesiones humillantes y secretos sin revelar.

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Anne se encontraba tumbada en posición fetal, rodeando una almohada con brazos y piernas. Había caído rendida al sueño poco después de divertirse con James. No era típico de ella bajar la guardia de ese modo, pero no pudo evitarlo. Le pareció demasiado cómodo aquel colchón esa noche, o expulsó suficiente energía como para necesitar bajar los párpados durante un par de minutos.

James se había levantado de la cama tras ponerse unos calzoncillos limpios y bostezando, se dirigió hacia la cocina a por una cerveza fría. Lo normal en él era que se encontrara durmiendo la mona, pero se había desvelado.

Regresando de nuevo a la habitación, se sorprendió cuando encontró a Anne todavía allí.

— Chss —chistó, poniéndose de cuclillas a su lado— Creo que se te hace tarde para salir corriendo de mi piso.

Aunque estuviera bromeando, aquello era algo que no terminaba de entender. Si Anne tenía tan claro que el único contacto posible con James era de manera sexual —incluso quizá era viable una amistad—, ¿por qué debía acabar huyendo? Es decir, si tan clara tenía sus ideas; quedarse un día a desayunar no le haría ver las cosas diferentes o le harían a él querer pedirle matrimonio y organizar una boda rápida en Las Vegas.

Más, quizá, el verdadero motivo de aquel comportamiento no era evitar falsas ilusiones; sino la existencia de posibles emociones por parte de la propia Anne. Si construyes un muro y unas normas bajo tu propio criterio, es más complicado saltarlas. Y aquella parecía ser su estrategia a seguir.

Levi se movió levemente entre las sábanas, la voz de James había interrumpido su sueño por un momento. Pero lo que terminó por despertarla fue el silbido del gas de la botella de cerveza al abrirla. Anne se pasó una de las manos por la cara, sin la menor preocupación de correr el poco maquillaje que hubiera quedado ileso ante esa movida noche.

— Me he dormido. ¿Qué hora es?

— Tranquila, aún tienes diez minutos para ponerte los zapatos antes de salir corriendo —bromeó, rodeando la cama y ocupando su lugar de nuevo. Le dio un sorbo a la cerveza.

Anne le dedicó su mejor mirada de pocos amigos.

— En diez minutos me da tiempo a vestirme y a patearte el culo por ser un grosero de mierda —apuntó, desperezándose— Ah, y además me sobrarían dos, los cuales podría invertir en quemar tu colección de porno, por ejemplo.

James ahogó una risa con un nuevo trago de cerveza. Desprendía un halo especial recién levantada que podría dejarte sin aliento. Era intrigante no saber de dónde provenía esa magia que parecía desprender.

— No sé qué imagen tienes de mi, pero no poseo ninguna colección de esas.

Anne carcajeó tan fuerte que podrían haberla escuchado en el edificio de la lado sin ningún problema.

— Venga ya, Devlin. No me vengas de hombre hecho y derecho. A ti aún te queda mucho para eso —él levantó una ceja, indignado. Ella sonreía— Seguro que has sido el típico adolescente que se la cascaba en el baño y ni siquiera comprobaba que tenía papel higiénico cerca.

James mostró la sonrisa más grande que Anne le había visto hasta el momento. Todos sus dientes blancos haciendo juego con sus labios rosados y las pequeñas arrugas a lo largo de su boca. Era una imagen maravillosa, le proporcionaba juventud y le restaba preocupación. James era uno de esos tíos que conquistan cuando sonríen —además de cuando no—, de esos que poseen una sonrisa tan hermosa que venderías tu alma con tal de verla todos los días de tu vida. Por un momento, Anne se sintió impresionada.

— Algún día me contarás cómo sabes tantas cosas de mi vida —comentó acariciándose el pelo.

— Los tíos sois como los chinos; ves uno y ya los has visto a todos —bromeó.

Amor y otras enfermedades.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora