XXII: El infierno puede ser un lugar divertido.

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  • Dedicado a Cada uno que lee esta historia<3.
                                    

El sol se estaba poniendo en la ciudad de Nueva York, las temperaturas bajaban progresivamente y las nubes se anteponían unas a otras, amenazando con lluvia.


James cargó la bolsa de lona deportiva en la parte trasera de su coche, listo para salir. Cada vez que pensaba que debía pasar el fin de semana con su familia, le entraban ganas de regresar a su apartamento y embutirse entre las sábanas, huyendo de cualquier contacto con el mundo exterior. Pero cuando caía en la cuenta de que esa vez tendría le exquisita compañía de Anne, sus ganas de huir disminuían.


Se sentía culpable por haberla engañado, ahora que comenzaba a avanzar su relación —por calificarla de algún modo—. Temía que Anne saliera corriendo al comprobar que se encontraba en una misma habitación con sus padres y amigos. Aquello sería una encerrona en toda regla.
Aunque no todo era malo, James sabía que valerse de Anne para asistir a aquella reunión era un modo de reforzar su autocontrol. Si sentía la necesidad de humillar o cruzarle la cara a su padre, lo que probablemente pasaría, ella estaría allí para tirar de su brazo e impedirselo. Así que, al fin y al cabo, no era tan mala idea.


— Baje, Cenicienta, su carroza ha venido en su búsqueda —masculló Devlin al auricular tras telefonear a Anne, número el cual se encontraba en marcación rápida.


Le colgó sin contestar y tras coger su bolso, se dirigió a la cocina para despedirse de Emma.


— Te veo luego —dijo, besándole la mejilla— Por si acaso, no me esperes despierta.


— ¿A dónde vas? —preguntó ella con la boca llena, masticando un pedazo de tostada con mantequilla de fresa.


— Ya te lo dije. A esa estúpida gala con James —contestó molesta por tener que repetirlo. Aún le costaba adjuntar su nombre y el de James en una misma frase.


Emma elevó las cejas mientras terminaba de tragar.


— Sí, gala. Seguro que es una encerrona para llevarte de fin de semana romántico y no se atreve a decírtelo porque eres una borde desagradecida —atajó ella, pegándole un sorbo a su copita de vino. Emma siempre intentaba tomar una copa durante la cena.


Anne agarró un cojín del sofá que le quedaba a su derecha y se lo lanzó con fuerza. No consiguió golpearle el rostro, pero sí que el vino la salpicara.


— ¡Serás puta!


— Las mentiras hacen llorar al niñito Jesús —imitó, con voz de niña.


Agachándose, sujetó a Calcetines entre sus brazos y besó su pequeña frente.


— Al menos usa protección, no me gustaría ser la madrina del niño endemoniado que tendrías —le señaló la barriga, fingiendo mirarla con desprecio.


Anne la contempló con los ojos entrecerrados y, tras dejar a Calcetines, le enseñó el dedo corazón dirigiéndose hacia la puerta.


— ¡Yo también te quiero! —alzó la voz para que pudiera oirla aún cuando estuviera fuera de casa. Anne le contestó con un portazo.

Cuando estuvo frente a las puertas del ascensor, se sorprendió de la rapidez con la que su dedo pulsaba el botón, rogando porque llegara a su planta en el menor tiempo posible. Incluso por su cabeza vagó la idea de bajar por las escaleras, más de cinco plantas a pie, pero se dijo que no estaba tan deseosa de ver a James. Así que tomó aire, se reprendió a sí misma y esperó al ascensor como una inquilina más.


El estómago se le contrajo tras cruzar la puerta central de su edificio y visionar a James contra su coche, los brazos cruzados frente a su pecho y expulsando baho por su boca, como si estuviera fumándose un cigarrillo. Anne sostuvo el aire en sus pulmones por un momento, la pregunta de si franqueaba algún punto de su contrato todavía vagaba por su cabeza. Pero en el momento que James la vio y sus labios formaron una sonrisa lateral; Anne se rindió. Definitivamente le daba igual si violaba aquel contrato imaginario, cuando Devlin le sonreía de aquel modo era capaz de cruzar el infierno con los ojos cerrados.

Amor y otras enfermedades.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora