X: Decisiones precipitadas y lienzos enigmáticos.

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James contemplaba el mundo a sus pies desde el piso 23, las cristaleras del despacho le permitían una visión casi completa de toda la ciudad. A excepción de todos esos rascacielos que impedían una vista de águila. Quizá desde el último piso de aquel edificio, podría contemplarlo todo en su mayor esplendor.

Abajo, en esas calles plagadas de ambiente neoyorkino, la gente caminaba deprisa hacia su lugar de trabajo, atrapados en una ciudad tan enigmante como opresora. James hacía un barrido mental rápido de su vida durante sus últimos años, preguntándose si se encontraba en el lugar en el que debería y ansiaba estar.


— ¿Qué pasa, campeón? —saludó Tyler, entrando al despacho con total libertad y sin la preocupación de llamar antes.

James tardó un par de minutos en girarse y devolverle el saludo a su mejor amigo. Dejó sus pensamientos a un lado y tomó asiento frente a su mesa. Tyler dejó una carpeta amarillenta sobre ésta cuando se sentó en el sillón de enfrente, colocando los pies sobre el escritorio de cristal.

— ¿Qué, pensando en alguna tía que no conseguiste trincarte ayer? —se burló Tyler, posando las manos tras su nuca.

James torció los ojos, Tyler Banks y las referencias al sexo iban de la mano desde tiempos inmemoriales. Tuvo que morderse la lengua para no restregarle por la cara que estaba equivocado y que sí había mojado, con una chica tan increíble como terca y tan cerrada como ardiente.

— Sí, tu madre. Que no sé por qué se hace tanto de rogar, si la primera vez fue inolvidable —contraatacó, sintiéndose orgulloso de humillarlo en su propio terreno.

Tyler presionó un labio contra otro, el maldito cabrón le había golpeado donde más dolía.

— Ten —cogió la carpeta y se la lanzó con mala cara— Ahí tienes las propuestas para la campaña de la compañía de Bridget.

Le echó un vistazo mientras se sobaba la incipiente barba, acto que realizaba mucho cuando estaba concentrado. No encontró ningún punto que corregir, pues todo le parecía correcto.

— Me gusta —indicó, cerrando la carpeta.

— Hay que concretar la cita para la audición de candidatos y después, podremos grabar el spot.
— ¿Y a qué estás esperando? Quita tus sucias zarpas de mi mesa y ponte a trabajar —dijo, medio bromeando.

Tyler lo miró de soslayo, con la mandíbula apretada y aguantando las ganas de espetarle que estaba siendo tan capullo como su padre. Pero eso habría sido cruel y no pretendía herir a su mejor amigo. Al menos no hasta ese punto.


— Espero que vayas al baño y te la casques un poquito, a ver si te relajas. Estás insoportable —masculló molesto, quitando las piernas de encima de la mesa.

James rió, 2-0. Se levantó y fue hacia él con los brazos abiertos.


— Ven aquí, marica —lo abrazó, palmeando su espalda un par de veces.

Tyler rehuyó el abrazo en un primer momento, pero no pudo resistirse a su encanto y se lo devolvió con el mismo cariño.


— A veces pienso que te comportas como una tía hormonada y bipolar.


Al mediodía, James decidió salir a comer sólo. Aquel parecía ser un día de reflexión para él. No se alejó mucho de su edificio, ya que fue a un restaurante simple en la calle de enfrente. Tomó asiento en uno de los sillones dobles rojos y esperó a que lo atendieran.

Mientras esperaba a su hamburguesa con queso y bacon, ansioso de disparar los parámetros de colesterol en sangre, revisó su correo. No había nada demasiado importante, borró la publicidad y leyó un par de contestaciones a otros correos. Después se puso a jugar con una de esas aplicaciones del teléfono, a ver si conseguía distraerse un poco.

Amor y otras enfermedades.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora