XXV: El amor es una enfermedad.

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  • Dedicado a À ceux qui encore croient en l'amour<3.
                                    


Al cabo de tres horas, el salón se había despejado bastante. Muchos de los invitados se habían disculpado con Daniel y Melissa, y habían marchado a su casa; cansados de tanta fiesta y con obligaciones que atender al día siguiente.


Los que no parecían tener nada de que preocuparse eran James y Anne, que seguían en la pista moviendo el esqueleto. Aunque después de tantas canciones bailadas, lo único que hacían era balancearse de un lado a otro con el trasero un poco hacia afuera, levantando los pies del suelo porque la suela les quemaba. Se habían tomado alguna que otra copa de más, así que la soltura estaba presente en sus acciones.


Las carcajadas de Anne inundaron la sala; James acababa de contarle el bochorno que le hizo pasar a su padre cuando se vistió de mujer en una fiesta por una apuesta. Ella misma se puso la zancalilla sin querer y por poco besa el encerado parquet, unos brazos fuertes la sujetaron a tiempo.

        — Hey, nada de besar a otro —bromeó James.


Ninguno de los dos estaba borracho, solo estaban en un buen estado de ánimo.


Joseph abandonó la fiesta, cansado de ver como su hijo ensuciaba su imagen comportándose como un adolescente con aquella muchacha a la que sacaba cuatro años. Había tirado la toalla con él incluso antes de tener una realmente.



        — Podéis parar de hacer el ridículo, todos se han marchado cansados de ver un espectáculo tan patético —masculló con desprecio Katherine detrás de ellos, muerta de envidia.


James se giró rodando los ojos, ignorando sus palabras. Anne no fue tan eficaz con esa última parte.


        —Quizá se han marchado cansados de oírte. ¿Alguna vez has probado a sacarte la poll... —James le tapó la boca con una mano antes de dejarla seguir.


        — ¿Y tú siempre eres tan barriobajera? —la miró de arriba a abajo. Anne iba mucho más elegante que ella y lo sabía, pero se consolaba a sí misma diciendo que no sabía lucirse como ella— ¿Cómo puedes ser animadora? No le levantarías el ánimo ni a un muerto.


Ella apretó la mandíbula, realmente enfadada por sus palabras. Se acercó hacia ella con paso firme y decidido y la cogió por la cabeza, sacando numerosos mechones de pelo del moño que llevaba.


        — ¡Yo te voy a enseñar a animar! —gritó, zarandeándola de un lado a otro como una muñeca de trapo.


        — ¡Aaahh! —vociferó agudamente ella— ¡Para imbécil, me haces daño!


Katherine alzó las manos y comenzó a golpear al aire, pues Anne mantenía su cabeza baja y no podía ver nada. Una de esas veces, consiguió alcanzarla y arañarle el rostro. Su contacto le escoció como el alcohol a una herida abierta.


James se aproximó a separarlas. Cogió a Anne por la cintura y la cargó sobre su hombro casi sin dificultad, obligándola a soltar a Kat.


        — ¡Maldita loca impresentable! —vociferó ella.


       — ¡¿Pero qué escándalo es este?! —Caroline apareció como una exhalación, nadie sabía de dónde había salido— La gente os está mirando.


James dejó a Anne en el suelo, tenía la respiración agitada y restos de pelo en las manos.


        — ¿Es que no cuentas con modales, jovencita? —la señaló con un dedo. Irónico, pues eso era de mal educados— Debería de darte vergüenza venir a un sitio como este a armar follón.


Anne apretó la mandíbula, aún le sobraba rabia que soltar y la señora Devlin tenía todas las papeletas para ser la siguiente.

        — Mamá, ya está —le reprendió su hijo, parándola con la mano— Ya está todo en orden.

Amor y otras enfermedades.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora