Capítulo 21.

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Viola 

 Cuando me despierto, siento un cosquilleo en la piel donde Genio metenía entre sus brazos, como si alguien estuviera dibujando espirales diminutassobre mi piel. Espera... eso no ocurrió. 

No, si que ocurrió. Genio me abrazó como... No me sale la palabra, perouna sensación cálida y agradable crece en mi interior, y me siento máscompleta incluso que ayer por la noche, en sus brazos. Por fin abro los ojos yme doy cuenta de que Genio está tumbado a mi lado, mirando hacia la paredde enfrente, de modo que lo único que veo es su pelo espeso y rizado, queparece tan suave como el hilo de seda. Tengo miedo de hablar o de moverme,no quiero despertarle por temor a que se asuste y yo me sonroje yempecemos a decir que lo que pasó ayer por la noche no debería volver aocurrir.

 —Sé cuando estás despierta. 

La voz de Genio me sorprende. Noto que me pongo colorada y suspiro.Mis manos ansían tocarle de nuevo, que él me toque a mí, pero ninguno de losdos se mueve. Nos quedamos tumbados, yo debajo de las sábanas y él encimade la colcha, conectados por la fibra del tejido que rebota energía entrenosotros.

 "Tócalo."

 Mi teléfono móvil suena. La energía se separa como papel rasgado alapartar las sábanas para salir de la cama. Cruzo como un rayo la habitación yme tropiezo cuando me doy cuenta de que tengo el pie izquierdo dormido.Genio se levanta, se pasa una mano por el pelo y se tira en el sillón mientrascontesto.

 —Hola guapa —dice una voz.

 Es Aaron. Parece cansado y todavía no está muy sobrio.

 —Hola —respondo, me vuelvo hacia Genio y bajo la voz.

 —Anoche te fuiste muy pronto. Te lo perdiste. Audrey se cogió una cogorza. Fue la leche. 

Por el tono de su voz, sé que está poniendo esa sonrisa de chulo suya. 

—Sí... lo siento.

 —Esta tarde iremos a ver una peli o a hacer otra cosa, ¿no? 

Me quedo callada. Me doy la vuelta, miro vacilante a Genio y sus ojososcuros me miran parpadeando.

 —No puedo —respondo. Genio suaviza su mirada y sonríe—. No puedo,tengo planes. 

—Venga... —dice con un tono pícaro y meloso, como si estuvieraintentando convencer a un animal salvaje.

 —Tengo que irme, te llamaré más tarde —digo y antes de que puedavolver a hablar, cierro el teléfono. 

—Después de desearle, ¿ahora lo rechazas? —pregunto Genio. 

Tiene el pelo despeinado y le cae delante de los ojos. 

—Llama a Lawrence —digo y le lanzo mi móvil—. Voy a vestirme.

 —Sí, mi ama —dice.Giro sobre mis talones, pero veo que me dedica una gran sonrisaburlona. Le tiro un gato de peluche y me meto en el baño.

 —¿Lo que estás diciendo es que me usará para presionar a Vi, comoutilizó a Ollie? —pregunta Lawrence unas horas más tarde mientras estamossentados en el invernadero de su casa. 

Aparto la vista, pero Genio asiente, serio. 

—Sí, creo que sí. Sois íntimos amigos y te utilizará para llegar a ella. Nosé cómo. Se le da muy bien su trabajo, puede ser cualquier cosa.

 —Lo siento, Lawr... —empiezo a decir, pero Lawrence levanta una manopara detenerme.

 —No lo sientas. Si pude revelarte que era gay, Vi, puedo con todo lo queel ifrit eche encima. No pierdas un deseo por mí. No quiero que olvides a Geniopor mi culpa.

 —No es tan sencillo, Lawrence —tercia Genio—. Podrías salir herido. Laspresiones físicas son las más comunes... 

—¿Y qué alternativa tenemos? ¿Qué pida un deseo ahora que no pasa nada?

-Bueno, no, pero... —intenta explicar Genio.

 —Pues no hay más que hablar. Si las cosas empeoran, vale, que deseesacarme del lío. Pero antes, no. 

—Lawrence... —protesto otra vez. 

—Viola, para —replica Lawrence. Me mira a los ojos y niega con lacabeza—. Viola, siempre he querido que fueras feliz. Por eso me costó tantodecírtelo... cortar contigo. Por eso aunque no funcionara conmigo, no voy aimpedir que puedas volver a ser feliz. No me pasará nada. Si la cosa se ponefea, pide un deseo por mí, pero no lo hagas hasta ese momento —termina ymira a Genio firmemente. 

Quiero hablar, pero lo único que sale de mis labios es aire. ¿Cuáles sonlas palabras adecuadas? Lawrence extiende el brazo para tocarme la mano uninstante. En ese mismo momento, Genio coloca una mano sobre mi hombro yuna amplia sonrisa se dibuja en el rostro de Genio para mirarme a los ojos. 

—Deberías permanecer cerca de mí —le dice Genio a Lawrence—. Haymenos probabilidades de que actúe si estoy por aquí. Habría demasiado riesgode que yo interfiriera o de que volviera a infringir el protocolo al intentarayudar sin que Viola haya pedido un deseo.

 —Vale. Pero no me voy a quedar sentado en este invernadero esperandoa que un Genio enfadado me haga llorar en un rosal. Vámonos por ahí. Yoconduzco —dice Lawrence. 

Media hora más tarde estamos en el centro comercial, donde una feriaambulante ha descargado en el aparcamiento. Está lleno de gente, a pesar deque la montaña rusa parece que esté pegada con pegamento y una de las"atracciones" sea un tobogán. Nos rodean unos niños pequeños con la bocallena de pegajoso algodón de azúcar rosa y las madres, agobiadas, parecenamargadas por tener que pasar el domingo contando montones de fichas. Lasluces se mueven por los bordes de las atracciones y destellan sobre la brillantepintura de la noria, que se extiende hasta el cielo nublado. La situación engeneral parece poner nervioso a Genio. 

—No puedo saber hacia dónde corren para moverme —refunfuña cuando un niño casi se choca con él.

 —Pues hazte visible —contesta Lawrence.

 —Tú y Viola os habéis acostumbrado a verme y no os dais cuenta de lopoco humano que parezco. 

Tiene razón. Sus ojos se parecen más que nunca a los de un animalcuando las luces de las atracciones los iluminan. Al pasar por delante deltiovivo, miro nuestro reflejo en los espejos de marco dorado que cubren elcentro. Aunque el Genio camine visible justo un paso detrás de nosotros, en ellugar que ocupa hay un extraño brillo, apenas perceptible en el espejo, unbrillo que nunca verías si no lo buscaras entre los caballos pintos de plásticos. 

—¿Crees que esta gente se va a fijar, Genio? —dice Lawrence. 

Tiene razón. Las madres están demasiado ocupadas frenando a sus hijos,los feriantes están demasiado interesados en convencer a los niños de que sesuban a sus atracciones, y los niños, demasiado concentrados en ganaranimales de peluche. Nos paramos enfrente de un calíope que está apartadode la feria y toca una melodía preciosa que casi se pierde por la emisora deradio local que suena a todo volumen por los altavoces.

 —Sería una enorme infracción del segundo protocolo. Mostrarme anteLawrence es una cosa, pero ante toda la feria... —dice Genio con cautelamientras evita mirarme a los ojos.

 —¿Y si te ordeno que lo hagas? —pregunto con una ceja levantada.Genio me mira.

 —Bueno, lo cierto es que no puedo desobedecer a mi ama —respondecon una sonrisita de complicidad. 

—Espero que no creas que ahora eres el "ama" de cualquiera. 

Lawrence me da un codazo de broma. Me río y estoy a punto devolverme hacia Genio cuando los ojos de Lawrence se desvían un instantehacia un chico entre la multitud. No es la primera vez que lo pillo mirando a untío, pero sí es la primera vez que no me importa. ¿Cómo iba a preocuparme sitengo los ojos de Genio clavados en los míos?

 —Deja que te vean —ordeno en voz baja y miro a Genio con una sonrisa.Asiente y me toca la mano en un segundo. Nos apartamos del calíope, hacia la luz, y Genio queda a la vista de todos. El tiovivo que hay delante nosrefleja a los tres cien veces.

Tres Deseos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora