Capítulo 10.

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Genio!

No es Viola la que me llama, sino Lawrence. El cielo está a punto de iluminarse; los árboles son siluetas en lugar de nada más que oscuridad. Me pongo de pie bajo el roble y me sacudo la tierra de las piernas. Ha descubierto que ha pedido un deseo. Podría esconderme aquí para no tener que verle. No estoy obligado a presentarme ante él como cuando me llama Viola. Pero no, se merece una explicación. Suspiro y desaparezco del parque para reaparecer a su lado.

—¡Vaya! Lo de llamarte ha funcionado —dice Lawrence.

Está sentado en el asiento del conductor de su coche, fuera de la casa donde se celebraba la fiesta. Es extraño ver que donde hace tan sólo unas horas había mucho bullicio, ahora está muy tranquilo y en silencio, salvo por unas pocas personas que se tambalean hacia sus coches. El rocío matutino cubre los vasos rojos esparcidos por el jardín y ha empapado la ropa de un chico que se ha desmayado debajo de los setos de la entrada.

—Estoy esperando a que salga Viola. Entra en el coche —dice Lawrence con firmeza.

Su sorpresa inicial ya se le ha pasado. Asiento e intento calcular lo enfadado que está por el deseo de su amiga, pero me cuesta mucho leerle el pensamiento en este instante. Doy la vuelta al coche y me deslizo hacia el asiento del copiloto, donde acerco las manos al conducto de ventilación para calentarlas

—Tenemos que hablar —dice Lawrence me fulmina con la mirada.

Suspiro.

—Mira, ella pidió el deseo y yo tenía que concedérselo. Para serte sincero, no quería hacerlo.

—No estoy enfadado. Pero quiero saber exactamente cómo funciona. Me refiero a que si Viola quiere dejarle... ¿seguirá Aaron enamorado de ella? Niego con la cabeza.

—Más o menos. Bueno, no. Los deseos no son permanentes. Deseó lo que Aaron y Ollie tenían, así que... hice que él la quisiera a ella en lugar de a Ollie. Era la mejor manera de darle lo que quería sin cambiar demasiado cómo es ella. En fin, hice algunos arreglos en el deseo. Todo lo que pude. Traté de que fuera un deseo para formar parte de algo, no un deseo de amor; pero puede acabar como cualquier otra cosa.

—Vale... vale. Bien.

Lawrence parece un poco aliviado.

—Y a ti te dejé fuera. Nada en ti ha cambiado —añadí.

No me parecía bien que la magia afectara a Lawrence. Me vuelve a mirar, suspira y niega con la cabeza.

—Ummm... ¿Gracias? ¿Sabes? Tú y tus deseos no facilitan nada.

Logro formar una ligera sonrisa.

—Cómo nos complicamos la vida, ¿eh?

—Algo por el estilo —contesta Lawrence y se frota las sienes.

Ambos nos volvemos para mirar hacia la casa cuando un movimiento capta nuestra atención. Es Viola que camina despacio hacia la puerta delantera, de la mano de Aaron. Les sigue un grupo de amigos de Aaron, que no tienen el mismo aspecto glamuroso bajo la luz del alba que la última vez que les vi. Viola, en cambio, está resplandeciente. Aaron tira de ella para acercársela y la chica levanta los hombros, tímida, luego se ríe, llena de vida, y deja que él la toque.

Aaron y Viola se acercan a mi puerta y se detienen Miro por un instante los ojos de Viola antes de que desaparezcan tras la cabeza de Aaron cuando él se mueve para besarla. Lawrence y yo nos ponemos a darle a los botones de la radio del coche. Repetidamente. Por fin, Aaron la suelta y abre la puerta del copiloto; yo me meto en el asiento trasero.

—Oye, Lawrence, ¿dónde te habías metido? —pregunta Aaron con una amplia sonrisa y se frota las manos por el frío de la mañana.

—Salí afuera un rato —contesta Lawrence sin ánimo, mientras Viola se abrocha el cinturón de seguridad. Se vuelve hacia mí y me dedica una sonrisita.

—Nos vemos mañana, guapa —dice Aaron y cierra la puerta del coche.

Nadie dice nada. Viola continúa mordiéndose el labio y nos lanza miradas nerviosas a Lawrence y a mí. Tiene un deseo en los ojos, quiere contarnos lo que le ha pasado el resto de la velada.

Gracias, pero no.

—¿Adónde vamos? —le pregunto a Lawrence para romper el incómodo silencio.

—A desayunar. O a cenar muy tarde —dice y señala el reloj.

Son las cinco de la mañana.

—Nunca había estado despierta hasta tan tarde —comenta Viola—. O supongo que nunca había salido hasta estas horas. El tiempo pasa volando, estaba sentada con Aaron y luego bailamos...

—¿Bailasteis? —pregunta Lawrence, al parecer sorprendido.

—¡Lo sé! Aaron me convenció, pero me lo pasé muy bien. Luego nos sentamos fuera hasta que empezó a hacer mucho frío... ¿Estabas aquí, en el coche? ¿Y tú, Genio, dónde estabas?

Lawrence asiente mientras yo contesto en voz alta:

—En el parque Holly. Voy allí por las noches. Si cierras los ojos... y los oídos... e intentas no respirar, se parece un poco a Caliban. Más o menos.

Viola se da la vuelta en su asiento para mirarme.

—Caliban. Por cierto, debo añadir que ya estás más cerca, ahora que he pedido un deseo.

En cuanto lo dice, su amplia sonrisa se desvanece un poco para transformarse en algo menos que euforia, pero más que simple alegría.

—Es cierto, sólo te quedan dos deseos más —respondo y me obligo a pensar en lo que estaría desayunando si estuviera en Caliban.

La comida allí se la toman muy en serio. La preparan con mucha elegancia y la sirven con una perfecta guarnición...

—Espero que aún podamos pedir beicon —dice Lawrence mientras se desvía de la carretera para meterse en el aparcamiento de un pequeño y sucio tugurio donde sirven desayunos. El restaurante está lleno de todo tipo de personas: gente callada, adolescentes charlatanes y el viejo verde de turno. Dentro huele a beicon y a humo concentrado, y las camareras gritan los pedidos a un enorme cocinero que no para de dar vueltas delante de la plancha, friendo huevos y haciendo gofres. Nos sentamos en una mesa, Lawrence en un banco, y Viola y yo en el otro. Asqueado, centro mi atención en el cocinero para evitar oír las historias de Viola sobre el gran Aaron Moor.

Piensa en Caliban. En la vista de mi apartamento. En repartir flores. En la arquitectura curva, las ferias de la calle, las flores silvestres...

—Es mejor si no vez cómo cocina —dice Lawrence desde el otro lado de la mesa.

—¿Qué? —pregunto al volver a la realidad.

—Al cocinero. Es mejor que no le mires mientras hace la comida. Parece que te estás empezando a poner enfermo.

—Tiene razón, Genio. ¿Quieres un poco de esta tostada? —pregunta Viola.

Me pasa su plato hasta que nuestros codos chocan. Niego con la cabeza.

—Estoy bien. Perdona. No necesito comer cuando estoy en la Tierra, ¿recuerdas?

En la máquina de discos empieza a sonar una canción insoportable sobre unos gofres, por la que se alegra la mayoría de clientes.

—Odio esta canción —se queja Lawrence y golpea su cabeza contra la mesa.

—Bueno — dice Viola, ignorando a Lawrence y mirándome a los ojos—, no te he dado las gracias, Genio. Por ayudarme, quiero decir.

—No te preocupes. Tú deseas y luego no me queda otra opción...

—Me refiero a antes de eso —me interrumpe Viola con una mirada significativa.

Entonces me doy cuenta de que se refiere a lo que pasó en el pasillo, mientras observaba a Aaron y Ollie, cuando la ayudé a ponerse de pie y ella agarró mi brazo... cuando fui su amigo, no el ser que le concede deseos.

—Ah, ya veo. De repente Viola y su genio tienen secretos —dice Lawrence mientras me señala con un tenedor lleno de sirope.

Viola se vuelve a reír. Es una risa profunda y auténtica, mejor que la repetitiva canción sobre los gofres. Finalmente sonrío. Creo que es la primera vez que lo hago desde que pidió el deseo. Es difícil estar dolido cuando ella se ríe.

Tres Deseos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora