Capítulo 15.

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Genio

—Puedo cortártelo —dice Viola desde el nido de colchas, con una mirada traviesa.

Me río.

—¡Ni por un millón de deseos iba a dejar que te acercaras a mi cabeza con unas tijeras!

—¡No, va en serio! Antes se lo cortaba a Lawrence.

—¡A mí como si le cortabas el pelo a Keanu, aléjate de mí! —exclamo y cruzo los brazos sobre mi pecho.

—¿No? Vale. Entonces... Supongo que quieres oír todo sobre mi tarde con Aaron... —empieza a decir con cuidado.

—No especialmente...

—Ah, no, fue maravilloso. Me aseguraré de contarte todos los detalles ñoños... Bueno, eso si es que no confías en mí lo suficiente para que te corte el pelo, porque en ese caso, estaría demasiado entretenida hablando, pero...

—¿De verdad sabes cortar el pelo? ¿Lo prometes? —No estoy seguro de poder aguantar unas cuantas horas más oyéndola hablar de Aaron. En el desayuno tuve bastante.

—No me ofrecería si fuera a trasquilarte la cabeza. Va en serio, si te molesta lo largo que lo tienes, déjame que te lo corte.

La observo con detenimiento. Sus ojos me suplican, sus labios esbozan una sonrisita y sé que sus dedos se mueren por coger unas tijeras.

Si no tenemos que llamar a nuestros amos por su nombre de pila, estoy segurísimo de que es impensable que nos corten el pelo. Pero suspiro y asiento. Estoy desesperado por no oír los detalles de su cita con Aaron.

Viola se dirige a la silla de su escritorio y coloca una manta a su alrededor, en el suelo. Me siento mientras rebusca en su cuarto de baño y sale con unas tijeras plateadas. Las abre y las cierra delante de mí, y se ríe.

—Me lo estoy pensando. —Aaron y yo nos besamos...

—Córtalo —la interrumpo y levanto mis manos en señal de derrota.

Se apoya en el escritorio detrás de mí y le pasa un paño mojado a las tijeras.

—Te he dicho que te relajes. Sé muy bien cómo se hace esto. Bueno, al menos sé lo bastante para cortarle el pelo a un chico.

—Eso no es muy tranquilizador. No sé por qué, pero no creo que una adolescente de dieciséis años sepa cortar el pelo.

—Bueno, ¿y tú sí?

—No. Pero es que en Caliban a todos nos pasa que no nos crece el pelo...

—Sí, sí. ¿Y cuántos años tienes? —pregunta y da la vuelta alrededor de la silla para ponerse delante de mí.

—Ciento siete —respondo.

Viola alza las cejas, pero se ríe. Se sienta en la cama, nuestras rodillas quedan a pocos centímetros de distancia, y me observa mientras me estiro el pelo sobre la frente.

—La verdad es que no me acuerdo muy bien de cómo estaba antes. —No puedo creerme que no me acuerde de hace cuatro días—. Creo que por aquí —digo con el dedo índice colocado por donde supongo que debería cortarme el pelo.

Ella asiente, se levanta y se coloca detrás de mí, donde la pierdo de vista. Hay una extraña pausa y luego mete sus dedos por mi pelo. Sonríe —no sé cómo, pero sé que está sonriendo— y yo me recuesto en la silla.

—No puede haberte crecido tanto en cuatro días —dice y pasa sus dedos entre mis cabellos por segunda vez.

Las yemas de sus dedos son como pétalos de flor y los baja en espiral hacia mi nuca.

Tres Deseos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora