Capítulo 14.

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Genio

Me muero de la vergüenza.

No puedo mirar esto. No me refiero a la pésima película que están viendo, sino a Aaron prácticamente encima de Viola. Le retira el pelo y le besa el cuello como si estuvieran en algún rincón para manosearse en vez de en un cine medio lleno de gente. Aprieto los dientes y me toco un mechón de pelo junto a mi sien, el único rizo que es más corto porque me lo dejó así Viola.

«Para —me ordeno—. Sólo se están besando. Si continúas así, se va a dar cuenta de que estás aquí.»

Alguien detrás de mí les tira unos cubitos de hielo que pasan rozando la mejilla de Viola, por lo que se aparta de los labios de Aaron. Dirige una mirada de disculpa al chico que le ha tirado el hielo y me atraviesa, pues estoy sentado, invisible, en la fila detrás de ella. Aunque sé que no puede verme, me quedo inmóvil por miedo a que me pillen; no tanto porque estoy rompiendo el primer protocolo al no respetarla, sino más bien porque sé que ella se enfadaría conmigo.

Pero no puedo soportar que Aaron y ella estén aquí solos, sobre todo después de los deseos que he visto en los ojos de este chico cuando la pasó a buscar... unos deseos en los que había principalmente escenas sacadas de Playboy. Me da un escalofrío.

«No es nada tuyo, no tienes que protegerla», me repito una y otra vez, pero no ayuda.

Los deseos que reflejan los ojos de Viola no tienen nada que ver con los de Aaron. A ella le gustaría estar viendo una comedia, estar acurrucada junto a Aaron en el sofá de su salón o estar pintando. No quiere estar aquí. ¿Y la sesión de magreo en público en medio de una película gore, en un cine con el suelo pegajoso? ¿Es que Aaron no conoce sus gustos? Debería haber incluido esa habilidad cuando hice que se enamorara de ella.

Suspiro. «Dile que no, Viola. Esto no es lo que quieres.»

Viola no habla. Aaron sonríe y la vuelve a besar.

«¡Dile que no!»

Viola le devuelve el beso a Aaron y yo aprieto mis puños.

«¡No cedas de esta manera sólo porque él te quiere!»

Aaron desliza la mano hacia abajo y recorre el muslo de Viola.

Debería marcharme, no debería estar aquí. ¡No soy más que un ser que concede deseos! No debería tener ninguna otra relación con mi ama.

Pero entonces veo el rostro de Viola, que está inundado de deseos que piden cualquier cosa para cambiar esta situación. La ira se apodera de mí y salto por encima de las butacas, olvidándome de que soy invisible para Viola.

Agarro a Aaron por el cuello de la camisa u lo aparto de ella con más fuerza de la necesaria, clavándolo en el respaldo de su asiento. Aaron se queda fijamente mirando a Viola, confundido e incapaz de verme.

—¿Qué es lo que ha pasado? —pregunta mientras se frota la cabeza, donde ha rebotado contra la butaca de terciopelo rojo.

«Te podría preguntar lo mismo», pienso y respiro con dificultad por el enfado. Pero ya sé lo que ha pasado, lo que de verdad acaba de pasar:

Estoy... celoso.

Espera. No, no puedo estar celoso. Se me tensan los dedos y noto el pulso golpeando bajo mi piel. El corazón late fuerte en mi pecho y mi mente va a toda velocidad. La imagen de Viola y Aaron colisiona con que me acabo de dar cuenta de que estoy celoso. Los celos son una emoción mortal, que significa que siento que tengo algo que perder, algo que, si ya no está, arrancará una parte de mí. Los celos no pertenecen a mi especie. Y aun así, estoy celoso. Aaron puede tocarla, puede dejarse ver con ella...

Miro a Viola, cuyos ojos están muy abiertos en una mezcla de sorpresa y enfado, lo que hace difícil saber qué está deseando. Me está mirando fijamente con los ojos en llamas, pero entonces vuelve a clavar la vista en Aaron.

—Golosinas. Quiero golosinas. Ahora vuelvo —dice con mucha frialdad, casi temblando.

Alguien al fondo de la sala la manda callar, pero ella aprieta los dientes y me mira. La furia invade sus ojos y aparta sus deseos. Coge su bolso, que está en la butaca contigua, y yo la sigo mientras baja furiosa las escaleras iluminadas hacia el pasillo a oscuras. Cuando estamos justo al lado de la salida, se da la vuelta para mirarme, con una cara angulosa y ensombrecida por la luz que se filtra por la ventanilla de la puerta.

—¿Qué crees que estás haciendo? —pregunta con un duro suspiro.

Hago una mueca de dolor por el tirón que noto al recibir sus preguntas directas. Pide con tantas ganas una respuesta que me duele, me retuerce el estómago y se me agarrotan los músculos.

—Te quito a un chico de encima cuando está claro que no quieres enrollarte con él mientras se derriten unos ojos delante de ti. No quieres estar aquí, Viola lo veo en...

—¡Eso no importa! —exclama Viola entre dientes y se acerca un paso a mí—. ¡No es asunto tuyo apartar a mi novio de mí! ¡Tú no eliges con quién me enrollo! ¡Sólo porque sepas lo que deseo no significa que tengas que tomar las decisiones!

Se apoya en la pared cuando un adolescente desconocido baja corriendo por el oscuro pasillo con cara de «ojalá hubiera un lavabo más cerca» y desaparece por la puerta de salida.

El rostro de Viola vuelve a expresar enfado en cuanto el chico nos pasa de largo.

—¿Cómo se te ha ocurrido hacerme de carabina? —dice con un gruñido que no es propio de ella.

Vacilo. La verdadera respuesta es: Porque estoy celoso. Pero no puedo estarlo, no debería estarlo, no debería estarlo, así que en vez de decírselo, ignoro la pregunta.

—¿Sabes qué? Muy bien —le contesto—. No debería haber roto el protocolo, ama.

—¡No tiene nada que ver con ser tu ama! —grita—. ¡No deberías haberlo hecho porque eres mi amigo!

—¡Se supone que no tenemos que ser amigos! —estallo, lleno de frustración—. ¡No deberíamos tener esta relación! Yo concedo los deseos que tú me pides y luego me marcho. Dos deseos más y me habré ido. Dejaré de infringir el protocolo, tú volverás a tu vida y yo volveré a Caliban y empezaré a actuar como un genio en vez de como un estúpido mortal. Es mejor para todos.

—¡Vale, pediré los deseos! —grita.

Pero desaparezco antes de que pueda hacerlo.

Tres Deseos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora