Capítulo 30.

356 26 1
                                    


Igual que todos nosotros —comenta el ifrit.

—Y tendrá que dejar su trabajo de repartir flores...

«No, no me hagas esto.»

—...para convertirse en ifrit, naturalmente.

Los Ancianos se inclinan sobre la mesa, murmurando unos con otros, fuera del alcance de mi oído.

—Muy bien —concluye el de la piel curtida mientras los demás Ancianos se recuestan en sus asientos—. Es decisión tuya cómo debes saldar tu deuda. Puedes estar encerrado en un objeto de la Tierra durante seis meses o estar al servicio de los ifrit durante dieciocho meses. Tendrás que dejar tu trabajo actual, repetir la formación y demostrar que eres eficaz presionando.

Seis meses. Sólo son seis meses. Volveré y seguiré repartiendo flores. ¿Cómo voy a presionar a un mortal, sobre todo ahora? ¿Y cómo voy a regresar a la Tierra sin encontrarla... sin que quiera morirme cada vez que la vea moverse, vivir o cambiar sin mí? Creo que no es justo.

—Elige el trabajo —me susurra el ifrit, tan bajito que apenas le oigo.

—No quiero —respondo con voz quebrada.

—Dice que tomará el puesto de ifrit, señor —responde él por mí.

Abro la boca para protestar, pero el Anciano empieza a hablar demasiado pronto.

—En el vestíbulo rellenarás la documentación necesaria —me informa el Anciano de piel curtida. Chasca los dedos y una pila de papeles aparece en la mesa, delante de mí—. Y espero no volver a verte más en una vista.

Entonces los Genios Ancianos, uno a uno, se levantan y se van por la puerta que hay detrás de la mesa antes de que me recupere del shock para hilar de forma coherente unas cuantas objeciones. El ifrit se vuelve sobre sus talones y avanza hacia la puerta a grandes zancadas mientras mi frustración me paraliza.

¿Cómo ha podido ocurrir esto? Nunca debería haberle dicho que no quería volver. Esta es su venganza personal. Me tiemblan las manos mientras mi enfado atraviesa mi cuerpo, que no está dispuesto a moverse, y me doy la vuelta hacia el ifrit.

—¡Oye! —grito cuando el ifrit llega a la puerta de la sala de vistas.

El ifrit se vuelve. Cojo la documentación y corro hacia él, con la cara roja y la cabeza dándome vueltas.

—¿Qué? —pregunta el ifrit.

—¡Yo confiaba en ti! Te dije todo aquello como una confidencia y lo has utilizado en mi contra. Sabías que no quiero regresar y ahora... ¡estaré un año y medio! ¿Cómo has podido? —le suelto, agitando los papeles delante de mí.

El ifrit permanece en silencio durante un raro mientras examina mi rostro.

—Ambos sabemos que hubieras sido un ifrit magnífico, pero nunca les quisiste hacer daño. Te importan, siempre te han importado. A mí en cambio, nunca me ha preocupado cómo ejerzo la presión. —El ifrit sacude la cabeza con un aire de asombro en su cara—. Sé lo que quieren los mortales y sé lo que quieres tú. No volverás a ser feliz en Caliban nunca más.

—¿De qué estás hablando? —digo con amargura.

Ya lo sé. Créeme, ya lo sé.

—A pesar de todo, sigues siendo uno de los nuestros. Y como un compañero que eres, quiero que seas feliz, amigo mío. Creía que lo serías al volver a casa, pero me he equivocado. Los genios no tienen que sentirse destrozados como los mortales, pero aquí estás tú, tan hecho polvo y sin remedio. Lo veo en tus ojos del mismo modo que veo qué necesito para conseguir que un mortal pida un deseo. Así que si para sentirte completo otra vez, tienes que estar con esa chica, ya está. Ahora tendrás acceso a ella, sin nadie que te vigile, sin protocolos, siempre y cuando no olvides las obligaciones que tienes con los tuyos.

Aprieto los labios por el dolor y la rabia.

—Ella me ha olvidado. Se ha acabado. No quiero volver a verla y ahora tendré que hacerlo. No seré capaz de evitarlo. Tendré que quedarme cruzado de brazos y observar cómo... vive. Sin mí.

El ifrit se encoge de hombros.

—Entonces he sobreestimado lo que sientes por ella.

Me quedo boquiabierto.

—¿Cómo te atreves? ¿Porque no quiero ver que me ha olvidado?

—No. Porque nada ha desaparecido ni se ha olvidado. Si tú eres parte de ella y ella de ti, el recuerdo es un mero obstáculo. Nuestro poder oculta el recuerdo, no lo borra. Y pensé, al menos por lo que vi ayer por la noche en tus ojos, que era un obstáculo que merecía la pena vencer. A menos que, por supuesto, haya sobrevalorado lo que sientes por ella.

Me quedo callado y bajo la vista para luego volver a mirar al ifrit, que suspira.

—Me convertí en ifrit para salvar las vidas de mis compañeros genios. ¿Qué clase de salvavidas sería si te dejara aquí sentado, marchitándote en el paraíso?

«Es sólo un obstáculo. Sólo un obstáculo.»

Miro al ifrit a los ojos.

—Qué hay de aquella charla de los pájaros y los peces que no podían vivir juntos?

El ifrit se encoge de hombros.

—Te sugiero que empieces a aguantar la respiración, amigo —responde y luego empuja las puertas de la sala de visitas para abrirlas—. ¡Aún creo que estás loco, que conste! —dice antes de que las puertas se cierren.

La brisa que se levanta hace que los papeles salgan volando de mis manos y quedan esparcidos como hojas sobre el suelo de mármol. Los recojo despacio y noto una extraña sensación vibrante en el pecho.

Tres Deseos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora