Capítulo 25.

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Viola

Las estrellas que tengo encima no son tan brillantes como las que recuerdo que había aquella noche en el jardín con Ollie. Son las mismas, lo sé, pero aun así... Supongo que no es más que la fina capa de nubes entre ellas y yo. El fuego chisporrotea fuerte y me vuelvo para mirar a Lawrence, mientras espero que acabe la historia que estaba contando.

—¿Lawrence? —digo despacio.

Parece estar aturdido. Sus ojos apenas brillan, como las estrellas, su radiante sonrisa ha desaparecido y ahora su mandíbula está recta. Muevo la mano para atraer su atención y me río de su cara. No responde.

—Ummm... ¿Laurie? —le llamo con el diminutivo de cuando era niño, que siempre usaba para que reaccionara cuando salíamos.

Miro hacia su casa, con la esperanza de ver a Genio que viene hacia nosotros, pero no, estamos solo.

—Vi... —dice por fin con un tono apremiante, como si estuviera intentando anunciar algo de muchísima importancia.

Se corta a sí mismo, sus mejillas se ponen coloradas y murmura. Se frota las palmas de las manos y veo unas gotas de sudor formándose en su frente. Esto no es normal en Lawrence. Nunca le he visto nervioso, salvo el día que cortamos. Es él que se supone que debe estar calmado y sereno. Me pongo de los nervios.

—¿Te pasa algo? —pregunto—. Espera, no te habrá picado una abeja, ¿no? Sé dónde está el EpiPen...

Me pongo de pie de un salto, lista para entrar corriendo en la casa y me pregunto cuánto tiempo puede aguantar una persona que es muy alérgica a las abejas después de que le hayan picado. He dado sólo un paso cuando Lawrence niega con la cabeza y alza una mano para detenerme.

—Lawrence —digo, irritada—. Dime qué te pasa.

Lawrence se pasa una mano por el pelo y se deshace su peinado

perfecto, luego apoya la cabeza en las manos como si le doliera. Me arrodillo a su lado y la humedad del suelo frío me cala los vaqueros. Le pongo una mano en el hombro.

—Vi... tengo que decírtelo... Viola... —farfulla entre sus puños con voz lastimera.

—Lawrence, por favor —le suplico mientras el peso de la preocupación aumenta en mi garganta.

—Vale —dice con la voz entrecortada—. Vale. Te lo tengo que decir.

Aún con la cabeza gacha, retira con delicadeza mi mano de su hombro y la coge entre sus manos sudorosas. Acaricia con el pulgar las yemas de mis dedos, luego se lleva mi mano a los labios y la besa suavemente. Incómoda, retiro la mano cuando sus labios tocan mi piel, y no puedo ocultar la mueca de mi rostro. Alejo la mano y frunzo el entrecejo. Lawrence levanta la cabeza de repente y mira cómo escondo la mano detrás de mi espalda, antes de que eleve la vista para mirarme a los ojos.

—Vi, amor... Cometí una equivocación. Fue un fallo horrible —susurra, con los ojos abiertos de par en par, asustado.

—¿Qué fallo? —dijo con sarcasmo.

Todavía noto donde sus labios han tocado mi mano, pero es raro y quiero quitarme esa sensación. Es Lawrence. Es mi mejor amigo, se supone que no me tiene que besar la mano, que no me tiene que mirar como me está mirando ahora. Cruzo los brazos sobre mi pecho y me siento sobre los talones.

Dice las palabras como si fuera un poema que ha memorizado, un discurso que ha ensayado mucho tiempo y teme olvidar.

—Te quiero, Vi. Nunca he dejado de amarte.

Tres Deseos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora