Capítulo 2.

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Grita.

Claro, las mortales suelen hacer eso. Tenía que ser de nuevo una chica. En esta no hay nada especial que le haga invocar a un genio, pero pocas veces lo hay. Mis amos suelen ser aleatorios. Van desde adolescentes que dicen ser paganos, hasta madres jóvenes, pasando por ancianos con manchas en la piel. Todos tienen deseos. Esta en particular tiene el pelo liso, como una brocha. No está gorda, pero ya he concedido deseos del tipo «quiero estar más delgada» a chicas de su talla. 

No puedo hacer nada hasta que se calme y pare de temblar, así que me apoyo en su escritorio lleno de cosas y tiro unos cuantos frascos de esmalte de uñas. 

Pasan los segundos. Los minutos. Me da un escalofrío, noto cómo yo mismo estoy envejeciendo. Las células de mi piel se desprenden de mi cuerpo despacio, milímetro a milímetro. Mi cuerpo se descompone ante mis ojos y no puedo hacer nada para remediarlo. Pasa otro minuto. 

Suspiro, impaciente. No puedo evitarlo. 

Al menos con el suspiro logro que ella reaccione. 

—¡No te acerques más! —grita mi ama con voz temblorosa—. ¡O gritaré y vendrán mis padres! 

¿Así que vas a ir por ahí? 

—Ya has gritado —digo— y puede que vengan, pero como nadie me ve excepto tú, quedarás como una loca. Te pasará lo mismo que cuando intentaste que tu amigo me viera en el instituto. 

Aprieta los dientes. Sabe que soy invisible desde mediodía, sé cuándo se dio cuenta, pero confirmo que al oírme está aún más asustada. Está deseando que sea un acosador, porque es más creíble para ella que no la criatura invisible que soy en realidad. Sé lo que quiere, lo que siente, lo que desea, sólo con observar el movimiento de sus ojos, la manera de mover las manos o las sacudidas de su pelo. Los mortales se delatan con mucha facilidad. Se leencomo las palabras de una página, sin dificultad, si se conoce el idioma. 

—¿Quién eres? —susurra con una voz débil y crispada. 

—No tengo nombre —contesto—. Llámame como quieras. ¿Podemos ahorrarnos las formalidades y darnos prisa? Ya llevo aquí más de siete horas.

Siete horas que no podré recuperar nunca. Cruza los brazos sobre su cintura y se apoya en la pared.

—¿Darnos prisa en qué? 

Me paso una mano por el pelo. Si lo agarro, creo que me crecerá entre los dedos como si fuera hiedra. 

—En pedir deseos. ¿Cuál es el primero? Quiero volver a Caliban, así que si acabamos antes de... 

—¿Qué deseos? 

Las palabras salen como estallidos de su boca y respira con dificultad en el silencio que hay a continuación. 

Vaya, esta chica muerde. 

Muy bien, intentemos un acercamiento distinto. Lo que sea para que empiece a pedir deseos. 

—Volvamos a empezar. —Suave, piensa suave, displicente, contento, como una de esas resplandecientes compañeras de clase a las que mira fijamente—. Soy un genio. Estoy aquí para concederte tres deseos porque hoy has tenido un auténtico deseo y estás de suerte. Te han asignado a un genio, ese soy yo, para que te lo conceda. Un deseo que, entre todos los sitios del mundo, has tenido en tu clase de Shakespeare. Has deseado no sentirte invisible, sea lo que sea lo que signifique eso. Así que estaría genial que pidieras tus deseos enseguida porque hasta que no lo hagas, estoy aquí atrapado en vez de en mi propio mundo. Por favor, dime qué deseas. Puedes hacerlo. Di «deseo un pelo estupendo» y de ese modo podremos seguir avanzando, ama.

Tres Deseos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora