Capítulo 7

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Viola

Las cuatros cervezas que me he bebido hacen que el pasillo se balancee y caiga. Sigue dando vueltas aunque esté apoyada en la pared, así que agarro a Genio del hombro para que se detenga el mundo. Se pone tenso y luego se inclina hacia mí para que pueda sujetarme mejor. Inhalo el aroma a miel y a especias que suele rodearle.

—No siempre soy tan patética —farfullo—. Antes sí formaba parte de algo. Creía que Lawrence y yo seríamos uno de esos amores épicos, los típicos amigos de la infancia que se hacen mayores, se enamoran y todo eso. Pero un día, de repente dejó de quererme... —Cierro los ojos y caen un par de lágrimas—. Fue horrible. Ya no había modo de ser lo que él deseaba. Daba igual cómo me peinara o me vistiera, o sonriera. Nunca llegaría a ser lo que Lawrence quería. Nunca tendré un amor épico. Nunca tendré... —Me callo.

No quiero pensar en aquel momento, pero no puedo evitar acordarme de la noche en la que Lawrence me lo dijo. Mi habitación estaba envuelta en una luz azul y las paredes color «Flamingo Dream» se tiñeron de un lavanda claro que lo dejó todo muy bonito. Lawrence me besó, ese fue mi último beso auténtico, y yo me fundí con él al acercarme más. Piel sobre piel, sin vergüenza y con un cosquilleo provocado por la escasa distancia, nos tocamos y nos amamos; fue muy hermoso. Entonces me dijo: «Espera. Ten algo que decirte». Se acabó. Y una parte de mí se rompió.

«Todo el mundo lo veía venir —me recuerda una voz en mi cabeza—. A nadie le cogió por sorpresa.»

Exhalo, puedo oler el alcohol de mi propio aliento, y cierro los ojos. Lo sabían. Pero yo no. Los mismos pensamientos han estado dando vueltas en mi cabeza desde que Lawrence me lo dijo. Sin embargo, debajo de ellos hay otro pensamiento que me reprende.

«Viola, lo sabías desde el principio.»

«Decidiste esperar a quedaros hablando tarde, por la noche; a cogeros de la mano, a las clases de esgrima, a tocaros y a perder la vergüenza.»

«Te pusiste una venda en los ojos para no ver las miradas de soslayo que les lanzaba a los chicos, y que cuando te besaba ni siquiera te ponía una mano encima.»

Porque si lo sabía, entonces es culpa mía.

«Lo que sí es culpa tuya es que estés destrozada de esta manera.»

Se me retuerce el estómago y me dan ganas de coger a Genio de la mano y salir corriendo de allí, pero tengo las rodillas débiles, sin fuerzas; aunque no estoy segura de si es por el alcohol o por los recuerdos.

—Quiero sentirme como cuando estaba con Lawrence. Quiero volver a estar completa.

—No le necesitas para eso. No... No necesitas a nadie para eso. Ya estás... —Aparta la mirada, luego se pasa rápido una mano por el pelo, nervioso, como si le preocupara que alguien le estuviera vigilando—. Ya estás completa, eres fuerte y graciosa, y ellos no te hacen falta.

De pronto soy consciente de que estoy agarrando el antebrazo de Genio con mi mano derecha y que con la izquierda tengo entrelazados sus dedos, y me doy cuenta de que su piel es lisa y perfecta, no se parece a nada que haya tocado antes. Me muerdo los labios y me tiembla la mandíbula.

—Sal de esta casa —dice Genio en voz baja con una mirada intensa y penetrante, como si estuviera leyéndome la mente—. No necesitas a ninguno de los que están aquí. Yo te llevaré a casa.

A casa. Lejos de esta gente, lejos del único encuentro social real en el que he estado desde quién sabe hace cuánto tiempo. Niego con la cabeza.

—Pero es que yo... quiero volver a formar parte de algo para sentirme completa. Ahora mismo... —Vuelvo a mirar a Ollie y Aaron—. Sólo deseo formar parte de algo como ellos... —Me callo.

Mi respiración se detiene en algún sitio entre mis pulmones y mis labios. «Deseo.» No quería decirlo. ¿Por qué soy tan estúpida? Suelto el brazo de Genio mientras el corazón me late con fuerza.

Genio me observa con detenimiento me examina la cara.

Sonríe, pero no sé por qué parece triste. Se pone de pie con la soltura de un bailarín y me levanta con él del suelo, despacio; cuando el pasillo da vueltas, me sujeta por la cintura hasta que le miro a los ojos de nuevo. ¿Qué he hecho? ¿Qué he deseado? No puedo parar de temblar. Intento decirle a Genio que pare, pero las palabras se pierden en mi garganta. Genio suelta el aire lentamente y aparta sus manos de mí, como si estuviera colocando un florero. Pone un brazo en su estómago y el otro, en su espalda. Se inclina un poco y aparta sus ojos oscuros de mí en el último momento. En voz baja, tan baja que casi no le oigo, habla mientras vuelve a ponerse derecho.

—Como desees.

Tres Deseos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora