Capítulo 4

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Gonzalo

Mis compañeros aposentaron a la princesa y luego cogieron las espadas para salir a cazar. Observé todos sus movimientos con impaciencia. Cuando al fin se fueron me dirigí decidido a mi tienda. Entré y la vi arrodillada en el suelo. El corazón se me hizo un puño en cuanto vi que las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos marrones. Al verme, su rostro se tornó en ira. Me arrodillé junto a ella e inexplicablemente le quité la mordaza con cierta dulzura que pude notar al instante...

- ¿Estáis locos? ¿Por qué narices me habéis secuestrado?

- Lo siento, yo sólo hago mi trabajo - respondí analizando mi respuesta.

¿Acabo de disculparme por secuestrarla?

- ¿Quién os han enviado? - Preguntó entre dientes.

- No puedo decírtelo.

- ¿Por qué no?

- Es secreto de confesión - vacilé.

- ¿Qué? - Me miró con rabia y con confusión.

Me reí y pude ver cómo enfurecía todavía más.

- ¿De qué te ries malnacido?

Solté una carcajada sin poder evitarlo.
Inconscientemente acerqué mi mano a sus meijillas para limpiarle las lágrimas que aún reposaban en su rostro. Ladeó la cabeza e intentó moverse hacia atrás, pero se detuvo al tocar, con la espalda, la tela de la tienda.

- Tranquila, no voy a hacerte nada.

- No me toques.

- Está bien, está bien... - sonreí de lado.

Me levanté y me fui a buscar algo de leña para hacer un fuego, sin alejarme mucho del campamento.
Caminé por el denso bosque y comencé a recoger la madera que se encontraba en mi camino, y que podría servir. Apilé unos cuantos trocos y caminé de vuelta a las tiendas. Al llegar, mi mirada se fijó en mis compañeros, que inesperadamente ya habían regresado. Carlos y Alejandro se recostaron sobre la hierba y apoyaron la espalda en un árbol.

- ¿Ya habéis vuelto?

- Sí, solo pudimos cazar esto - Ryder se acercó con un conejo en las manos.
Miré al animal y luego miré a mi compañero.

- ¿Sólo esto?

- Sí, y nos ha costado lo suyo.

No pude evitar reírme y asentí.

- Está bien, coged la madera que traje y haced un fuego para cocinarlo.

Miré a mi alrededor detenidamente.

- ¿Y Seaben?

- En su tienda - respondió Carlos.

Arqueé las cejas.

- ¿En su tienda? - Cuando vi que todos mis compañeros asentían formulé otra pregunta: - ¿Qué le ocurre?

- No lo sabemos, cuando llegamos se retiró a su tienda sin decir nada - contestó Alejandro.

Asentí extrañado y entré en la tienda de Seaben. Estaba sentado en el suelo con las manos tapándole la cara.

- Seaben, ¿qué ocurre?

- Nada, Gonzalo.

- Algo te ocurre - me agaché y puse mi mano sobre su hombro -. Puedes contármelo.

- No, no puedo... Me da vergüenza...

- No tienes por qué tenerla. Nos conocemos desde hace muchos años. Vamos, confía en mí.

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