Capítulo 8

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Gonzalo

Me recosté sobre la hierba fresca y miré hacia el cielo. Miles, Alejandro y Ryder se encontraban en mi... En la tienda de la princesa. Aún no entendía por qué le había dejado mi tienda a la princesa, puesto que era lo único que tenía...

Suspiré en cuanto oí unos gritos que provenían de la tienda. Miles salió alvorotado y comenzó a caminar hacia mí.

- ¡Gonzalo!

- ¿Qué te pasa Miles...? - Respondí a modo de pregunta.

- ¡La princesa se ha vuelto loca! Nos grita, nos escupe... ¡Haz algo con ella!

- ¿Qué pensabas que iba a hacer? ¿Llenaros a besos? - Solté irónicamente ignorando su última frase.

- ¡Haz algo con ella! - Gritó. Pero no me moví.

- Ah, ¿ahora mismo? - respondí en cuanto vi que se cruzaba de brazos.

- No, dentro de un año... ¡Pues claro!

- Vale, vale. Ya voy... - Resoplé y me levanté.

Caminé lentamente hacia la tienda. Entré y Alejandro y Ryder me miraron antes de irse. Ella giró la cabeza hacia mí y yo me acerqué y me arrodillé junto a ella.

- ¿Has dormido bien?

¿Le acabo de preguntar cómo ha dormido?

- ¿A ti qué te importa? - Respondió.

Antes de que pudiera decir nada Miles entró en la tienda rápidamente.

- ¡Gonzalo! - Gritó.

- ¿Qué quieres ahora? - Respondí molesto.

- Sal fuera.

- ¿Para qué? ¿Qué ha pasado?

- Te buscan.

- ¿Quién?

Agarró mi brazo derecho y me levantó. Seguidamente intentó tirar de mí hasta llevarme fuera de la tienda. Pero no me movió. Me reí y él dejó de tirar de mi brazo para cruzarse de brazos y mirarme molesto.

- Hay que entrenar más - me burlé.

- Gonzalo, es serio.

- Está bien, está bien - agité las manos arriba y abajo lentamente para tranquilizarlo -. Como sea una tontería me voy a enfadar.

Salí de la tienda y miré hacia el pequeño camino que cruzaba el bosque de norte a sur, para ver al príncipe de Ashword delante de su caballo con los brazos cruzados.

- No puede ser verdad - mascullé para que no oyera y luego sonreí y caminé hacia él. Hice una reverencia y seguidamente lo miré.

- Alteza... Es un... Placer verle por aquí - se rió con un cierto tono de burla y respiré hondo para no perder la calma.

- Estoy buscando a mi prometida - al ver que mostraba una expresión de indiferencia continuó explicando -. La han secuestrado y decidí buscarla por mi propia cuenta.

- Oh, lo siento mucho. Pero no podemos ayudarle.

- Vaya, qué decepción... Tenía la esperanza de que un viejo ayudante podría ayudarme.

- Por desgracia ya no estoy a su servicio.

Me miró molesto. Pero parecía que no iba a rendirse fácilmente.

- ¿Sabes? Eras muy buen espadachín, no entiendo por qué te fuiste.

- Yo no me fui, tú... Vos me hechásteis. Como otros, yo no soy un cobarde.

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